𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 𝕺𝖓𝖈𝖊

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Ella tiene ojos de los cielos más azules
Como si pensaran en la lluvia
Odio mirar a esos ojos
Y ver una onza de dolor
Su pelo me recuerda a un lugar cálido y seguro
Donde de niño me escondía
Y rezar por el trueno y la lluvia
Para pasar tranquilamente

Canción: Sweet Child O' Mine
Artista: Guns N' Roses.
Álbum: Appetite for Destruction, 1987

Terminó de peinar su melena rizada y se encaminó hacia las cocinas. Estaba nervioso, aún recordaba el dulce sabor y tacto de los labios de Roger la noche anterior.

A medida que pasaban los días y sus sentimientos por el rubio se intensificaban, Brian se sentía mal por ocultarle la verdad de la profecía, y no sabía cómo expresarle sus pensamientos y emociones a Julieta, no quería lastimarla. Para agregar, estaba apenado por dejar al chico como si nada ayer en la noche.

Se transportó hasta las cocinas y buscó a Alice con la mirada, la chef en jefe.

—Buenos días —saludó a todos los empleados, los cuales le contestaron de vuelta con sonrisas.

Encontró a la mujer y caminó hacia ella.

—Buenos días Alice, ¿Está todo listo? —preguntó.

—Como usted lo pidió su majestad. Hot cakes, una taza de fresas y frambuesas, sirope de chocolate y jugo —contestó la mujer señalando cada cosa de la bandeja y entregándosela a Brian—. El desayuno favorito del joven Taylor.

—Muchísimas gracias Alice —agradeció con una sonrisa, tomó la bandeja y se transportó a las plantas de arriba.

Se encontraba frente a la puerta de la habitación del rubio. Tocó tres veces y no abrió, golpeó nuevamente la puerta y su llamado fue ignorado; agarró el pomo de la puerta y la giró lentamente, se coló en el cuarto y vió al joven profundamente dormido.

Estaba acurrucado como un niño pequeño, muchos de sus cabellos le tapaban los ojos, su nariz y mejillas sonrojadas por el clima. Dejó la bandeja en el escritorio y fue hasta la cama del chico, se sentó en ella y con leves toques comenzó a despertar al Roger. Los ojos color azul se hicieron visibles para alegría del mayor.

—Buenos días bonito —susurró mientras le acariciaba la mejilla.

— Buenos días —contestó Roger con la voz ronca y aparentemente de mal humor—. Pensaba que tenía privacidad en mi habitación.

—Vine a traerte al desayuno —rió.

—¿Es una excusa para verme? —preguntó y soltó una pequeña risa.

—Sí y no.

—Era una pregunta retórica —respondió con obviedad— ¿Cómo que sí y no?

—Sí es una excusa porque me sentía algo avergonzado por dejarte así anoche… —confesó—. Y a la vez no porque necesitaba decirte algo.

—Oh, ¿Y qué es?

—Primero debes desayunar.

𝐓𝐡𝐞 𝐌𝐚𝐫𝐜𝐡 𝐎𝐟 𝐓𝐡𝐞 𝐁𝐥𝐚𝐜𝐤 𝐊𝐢𝐧𝐠 | 𝐌𝐚𝐲𝐥𝐨𝐫 (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora