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Lex

—¡Ni aguante tienen! —gritó victorioso mi hermano mayor, con una sonrisa de triunfo en el rostro.

—No puedo creer que... —intenté replicarle, pero me interrumpió una ola de náusea. Por tercera vez en la noche, estuve a punto de vomitar—. Me haya subido a esa cosa —dije, señalando el juego al que me habían obligado a subir.


—Alch, ¿de qué hablas? No es para tan... —empezó a decir George, pero fue interrumpido por su propio vómito, que acabó a un lado del juego—...to —terminó, limpiándose la boca con el dorso de la mano.


—Son de la raza más débil, chicos —dijo Tania, victoriosa—. ¿Verdad, Demian?


Par de bribones que nos engañaron. Me sentía mareada y con el estómago revuelto.


—Tienes razón, hermanita —respondió Demian, chocando las palmas con Tania mientras ambos se reían de nuestro estado.


—¡Esta es la última vez que subo a esta mierda! —exclamó Sofía, visiblemente alterada.


—Vamos por goma de mascar mientras recuperan el aliento —dijo Demian, un poco fastidiado por nuestras quejas.


—Ahora regresamos, cachorros —añadió Tania antes de salir corriendo junto a Demian, sin mirar atrás.


Por fin, un momento de paz. Fuaj, por fin podré dar un respiro sin algún tipo de molestia, pensé mientras veía a mis hermanos alejarse. Pero mi alivio fue interrumpido cuando un grupo de compañeros de la escuela se acercó.


—¡Hola, chicos! —saludaron, pero luego se dirigieron a mí y a Sofía—. Hola, bolleras.


—¿Qué? —pregunté con extrañeza.


—¿Bolleras? —repitió Sofía, mirándome con confusión.


—Qué bien se lo tenían guardado, ¿eh? —soltó uno de ellos—. Aunque de ti no es raro, enana. Con esas fachas, sería más raro que te gustaran los chicos.


—No entiendo de qué están hablando —dije, sintiendo que la incomodidad crecía en mi interior.


—¿Cómo que no? —uno de ellos sacó su móvil y empezó a buscar algo—. Uy, te cogiste a Sofía, ¡qué suerte, eh! —añadió otro.


Sofía y yo no entendíamos de qué hablaban hasta que nos mostró una foto que no tenía mucho de ser publicada en el muro escolar.


**"¿Tortilleras?"**


Era una foto en la que salíamos Sofía y yo bajando de uno de los camiones, acomodándonos la ropa y tomándonos de las manos.


—¡Eso es falso! —grité, mirando a Sofía en busca de apoyo. Ella estaba un poco ruborizada, pero su expresión empeoró cuando llegó Tania.

Mi MateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora