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Zoey

Lex calcula cada uno de sus movimientos con precisión, como si temiera que cualquier error podría hacerme huir. No se da cuenta de que ya me ha herido, pero no es un dolor visible. Me ha lastimado el alma, un dolor mucho más profundo que cualquier herida física.

A veces creo que las cicatrices más profundas son las que nadie puede ver.


Me alejo, caminando hacia la puerta principal, y la abro con la esperanza de que me obedezca y se marche. Pero una parte de mí desea con desesperación que no lo haga, que se quede y me abrace.


Escucho el rechinar de sus botas contra el suelo.


El aire se vuelve denso, impregnado de una tristeza que me oprime el corazón. No levanto la mirada, pero veo sus botas frente a mí. Sé que está luchando contra el impulso de abrazarme.


—Lo siento... —su voz está cargada de arrepentimiento.


Siento que el peso de todo lo que ha sucedido, los recuerdos falsos, mis propios errores, y el dolor de toda una vida, me sobrepasa. Mi cabeza se apoya en su pecho, mis manos se aferran a sus brazos. Aunque quería que se fuera, me doy cuenta de que no puedo dejarla ir. Me he estado mintiendo a mí misma desde siempre.


—¿Por qué te fuiste? —mi voz apenas es un susurro, temiendo que no me escuche. —¡Prometiste que siempre estaríamos juntas!


Los golpes que le doy en el pecho me duelen más a mí que a ella. Solo retrocede hasta chocar con la mesilla en el pasillo.


—¡Sabías que me hiciste adicta a ti y aun así me dejaste! —le grito, agarrando los bordes de su sudadera con fuerza. —Eres tan egoísta que...


Sus ojos, normalmente claros como el cielo, ahora están nublados por las lágrimas.Ya no es Lex la que está frente a mí, es Alexandra. La adolescente que conocí desaparece, dejando a la niña que una vez fue. Sus lágrimas fluyen sin control por sus mejillas, suaves y enrojecidas.


—Yo... lo siento tanto... —su voz es ronca y quebrada, mientras trata de cubrir su rostro avergonzado con las manos. —Nunca quise ser así, pero... pero siempre supe que te quería a ti...Sus palabras me desarman por completo. No era solo yo la que estaba sufriendo por lo que nos separaba. Toda la ira que sentía se desvanece al ver el dolor que está atravesando.


—No eres nada malo —murmuro, apoyando mi frente en su pecho. Ella se balancea ligeramente, sollozando de una manera que me parte el alma. Debo decírselo. —Siempre te he querido... más que como una amiga...


Su respiración se detiene por un instante, como si mis palabras la hubieran dejado sin aliento. No levanto mi frente de su pecho, mis manos se aferran a sus brazos, que ahora parecen tan frágiles como espaguetis.


—Sé que nunca podremos ser más que conocidas, lo sé y me ha costado aceptarlo. Sé que nunca te gustaré... Lo supe por la forma en que mirabas a tu amiga en la fiesta —cada palabra quema mi garganta. —Hoy ha sido un día extraño, me sentí más sobrecargada que nunca, y luego ese sueño... es un alivio decirte cómo me siento en realidad...

Mi MateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora