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Sam
—¿Qué estás haciendo? ¡Aléjate de mí! —estaba intentando huir de Jessica.


—¡No lo haré y ¿sabes por qué?! —por fin me acorraló y rió—. Porque tuve que mandar a volar mi cena de hoy por tu culpa —se acercó a mi cuello—. Así que serás... —sentí su aliento caliente sobre mi piel y, sin quererlo, un gemido salió de mi boca—. Su reemplazo —empezó a depositar besos suaves y sonrió contra mi piel.


—Ahh.


Me sentía jodidamente acorralada ante ella y no entendía por qué me encendía de esa forma.


—Ahhhh —se separó de mí y se alejó con una mano en la cabeza—. ¡Vete!


Todavía sentía mi cuerpo caliente y su tacto reciente. Me sentía muy ofendida por calentarme sin que hubiera una razón real, y sin poder contenerme, me quejé.


—¿Qué? —me levanté como pude y la tomé por los hombros para chocarla contra la pared, puse mi pierna entre las suyas, lo que le sacó un gemido—. ¿O sea que solo me obligaste a ser tu nuevo juguete para manosearme y calentarme y todavía piensas en dejarme así? —por fin levantó la cara mientras sonreía maliciosamente.


—Hey, princesa, esa era tu única oportunidad de irte —dijo con una sonrisa maliciosa, tomó mis manos y me obligó a cambiar de posición. Ahora yo estaba empotrada contra la pared, con mis manos encima de mi cabeza tomadas por ella. Se acercó a la parte baja de mi cuello mientras aspiraba fuertemente—. Ahora te voy a devorar tanto que no querrás que nadie en tu puta vida te toque más que yo.


—Ya veremos si es verdad... —su beso era salvaje; la mano que tenía libre la usó para tocar por encima de mi panty—. Ahhh.


3ra persona


Eran las 5 a.m. y ya la mayoría de los adolescentes se habían ido a sus casas. A Zoey la habían resguardado en una de las habitaciones de invitados por su desmayo repentino, y Sam estaba saliendo de la habitación del jacuzzi. Tomó sus botas y salió de puntitas, vigilando que Jessica no despertara, y Sofía hacía lo mismo hasta que ambas se chocaron de espaldas.


—Hey, ¿qué haces aquí? —preguntó la pelinegra menor.


—No, ¿tú qué haces aquí? —replicó Sam.


Ambas se sorprendieron por encontrarse así en los pasillos de la casa de los Robbins.


—Calla, estúpida —Sofía optó por el silencio, pues ella más que nadie sabía lo que podía suceder en una casa llena de licántropos, y que alguno despertara no era algo que quisiera.


—Así que también estás huyendo, ¿eh? —susurró Sam, siguiéndola de puntitas por el pasillo.


—No, claro que no estoy huyendo —Sofía intentó acomodarse el vestido y tapar lo poco que se veía enrojecido en su cuello.


—Alch, qué chismosa eres, ¿eh? —dijo Sam.


Mi MateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora