Prólogo

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Temía cometer errores por ello buscaba tener el control de todo lo que me rodeaba, de sentir con la razón, de acallar a mi corazón, de no darle rienda suelta a mis impulsos. Porque temía vivir una segunda vez cada uno de mis recuerdos que me atormentaban.

Mi vida giraba en torno al miedo así como los planetas circundan alrededor del sol. Era una maniática de querer que las cosas se hicieran a mi manera, para poder medir consecuencias y posibles riesgos. Imaginaba que si alguna vez me enamoraba, lo pensaría dos veces, y sería de un hombre que me diera paz, estabilidad y no quisiera quitarme las riendas de mi vida.

Al mudarme de mi cuidad natal todo cambio, me enamoré del chico que odiaba, que me hacía sacar el caos de mi interior, que me desorbitaba el mundo entero y me enseñaba a coger las riendas de la vida con más firmeza, mostrándome que no debo ir al ritmo de los demás, sino al mío propio, que no debía ver mi entorno sino el camino hacia adelante, que no debía procurar que las personas estuvieran bien si yo no lo estaba primero.

Yo creía que era un pensamiento egoísta. Que eran mejor diez personas a salvo y un solo herido. Aunque el herido fueses tú mismo.

Mi plan a largo plazo era no perder ese espíritu de protectora, pero hoy en día se había instalado una necesidad de cuidarme a mi misma más que nadie en el mundo. Y la explicación era fácil: ya no era solo yo.

No sabía que tan rápido una madre podía desarrollar su instinto, pero luego me di cuenta que ese chip ya lo tienes instalado, solo falta que se active a penas te sientas en peligro y seas consciente de que cargas con una vida en tu vientre. El primer impulso es protegerte de todo, tú pasas a ser el centro. Te conviertes en escudo y espada. Aprendes a pelear con uñas y dientes. No existe el no tener fuerzas. No te puedes permitir ser débil por un segundo.

Había cuidado de muchas personas a lo largo de mi vida durante bastante tiempo, pero jamás con la intensidad que me generaba la necesidad de saber que el bebé que gestaba en mi interior estaba bien.

Siempre creía que amar podía hacerme débil y vulnerable. Por ello me negué tantas veces a la idea de que me estaba enamorando de Aarón, de que mi corazón residía en sus manos, que tenía poder sobre mí. Y ahora veía todo con más claridad, desde una nueva perspectiva.

Amar no te hacía débil. Era un sentimiento que te daba la valentía que requerías para enfrentarte a todo, para salvaguardarlo de lo que sea. Aarón consiguió una versión mía que nunca pensé revelar ante nadie, esa Julietha aguerrida, que no le importaba pasar por encima de cualquiera, que podía hablar sin importar que a nadie le agradara su opinión.

Me enseñó que podía continuar con o sin nadie. Al apartarse de mi vida en un intento de cuidarme, siguió haciendo que descubriera nuevas facetas mías. Me ayudó de cierta forma y sin pretenderlo. Entendí quien no quería ser al no tenerlo cerca. Me dañó, sí. Mucho. Y quizás había sido innecesario. Pero ahora entendía porque no quiso averiguar qué tan certera podía ser una advertencia del hombre que le dio la vida.

A veces los propios padres podía dañar a escalas que no imaginas. Curioso. Que acaben con tu vida cuando fueron ellos quien te la dieron. Por ellos estabas allí.

Amar a este bebé lo había sido todo durante el tiempo que vi como día a día crecía en mi interior. Quizás Aarón no lo consiguió, pero nuestro hijo me hizo creer que podía ser invencible. Porque no dejaría que nada le pasara. Ningún demonio lo perturbaría.

No era la única que tenía heridas, yo las sentía en el alma, y Aarón las tenía en el corazón. No era la única qué pasó por momentos difíciles en el pasado. No era la única a la que le dolía separarnos. No era la única que se asustaba por amar sin límites. No era la única que se había raspado las rodillas al caerse.

Ojalá las cosas fuera diferentes. Y esperaba que con los años todo cambiara para enseñarle a Aarón que había preferido guardar todo en la cámara que una vez fue nuestra. Sin saber que él habría dejado las fotografías a un lado para admirar mis dibujos. La forma de inmortalizar la vida era el recuerdo perenne de la esperanza de volver uno con el otro.

Porque a veces la vida es caprichosa y le gusta jugar con los caminos. Porque cuando crees que no existe algo más, te sorprende con cosas peores. Porque no le importa cuantos demonios te persigan, siempre hay espacio para uno más.

La eternidad sonaba perfecta, pero cuando tú destino era no pasarla solo. Quizás por ello en nuestra historia existían tantas trabas, porque no podía ser tan fácil encontrar ese camino que nos lleves hasta el destino final:...ser felices.

Juntos hasta el infinito. (INFINITO #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora