𝓬𝓾𝓪𝓽𝓻𝓸

618 45 11
                                    

Una pequeña embarcación llena de turistas pasó por debajo del puente en el que estaba apoyada. Divisó a una niña de no más de cuatro años, asiática, sonriendo hacia ella. Alzó la mano y saludó con una sonrisa, contagiada por la energía de la cría.

Observó las luces del barrio reflejándose en el agua del canal. La vida transcurría a ambos lados, en ambas aceras, pero el agua era un remanso de paz entre tanto caos.

En una de las terrazas situadas en esta acera, se encontraba Marcos Médici, con su hija mayor y el prometido de esta. La morena miraba a su hermanita desde la distancia: no sabía qué, pero algo había cambiado desde la última vez que se habían visto. O quizás, cambiar no era la palabra, pero algo se había acentuado. Lucía, como buena comerciante de arte, sabía ver en las miradas de los demás: debía analizar la mirada de una persona al examinar una obra de arte, para saber lo que estaba pensando, o sintiendo.

Su hermanita estaba viendo las cosas de una manera diferente a la última vez. No era su primera visita a Milán, ni la segunda, ni la tercera, y aun así, miraba cada detalle con detenimiento, sin apurarse. Y no cualquier detalle: no dirigía su vista a los bolsos caros que adornaban los escaparates de su querida ciudad. La dirigía a los locales, a los pequeños comercios, a las fachadas gastadas de las calles por las que caminaban.

Lucía alzó su mano, y la apoyó sobre el brazo de su padre. Acarició la suave tela de su camisa, y se sintió en casa al ver sus ojos.

—Papá. Ale está un poco rara, ¿no? –su padre alzó la mirada, y observó a su pequeña, apoyada en el borde del puente más cercano.– ¿No la notas distinta?

—Hacía ya unos meses que no la veías. Quizás la notes más madura.

—Estuvo aquí en julio, papá. –respondió, negando con la cabeza. Aunque su padre tenía razón: nada tenía que ver la alocada adolescente que había ido a Milán en verano a pasárselo bien y a emborracharse con desconocidos, con la Alessia que tenía en frente. Pero era algo más que eso. Decidió no darle más importancia, y siguió con la conversación de arte que estaban teniendo en italiano, incluyendo a Gian.

Alessia dio una última bocanada de aire, sabiendo que en cuanto volviese a sentarse en la mesa con su familia, volvería a sentirse atrapada.

Le encantaba pasar tiempo con ellos, hablar de todo, escuchar las aventuras de su padre, las bromas de su cuñado o las historias de arte de su hermana. Pero cuando su cerebro tenía la necesidad de crear y de escribir, cualquier otra cosa se volvía una jaula. La incapacidad de poder sacar su libreta y su pluma del bolso y escribir las palabras que le estaban atravesando la mente... hacía que se sintiese atrapada.

Atrapada sin poder escribir, por no poder escribir.

Era plenamente consciente de lo enrevesado que sonaba cuando lo intentaba describir, pero no había encontrado mejor forma por mucho que lo había intentado.

Se sentó de nuevo en su silla, con una sonrisa encantadora.

Mi dispiace. I panorami sono tropo belli. –recuperó su copa de vino, y disfrutó del sabor dulce en su paladar. Se unió a la conversación, tratando de olvidar sus ganas de estar haciendo otra cosa. Al llegar al hotel, se pasaría horas escribiendo, como la noche anterior, y la anterior antes de esa. Le sorprendía que su padre no se hubiese percatado de los callos en los normalmente cuidados dedos de su hija.

Sabía bien que la mente de su padre no estaba donde tenía que estar. Pero era algo en lo que no quería pensar. Había aprendido hace años a no entrometerse en su dolor. En vez de en eso, pensó en lo afortunada que era en ese momento, y en que tenía que aprovechar la ocasión y nutrirse de todo a su alrededor. Al fin y al cabo, la historia de su protagonista acababa en esa ciudad. Y tenía el reto de describirla a la perfección. Más allá de la catedral, las galerías o la Basílica, quería que sus lectores fuesen capaces de ver la ciudad a través de sus palabras.

El barrio de Navigli era el lugar idóneo para el final de su libro. Podía imaginarse a su chica, caminando perdida por sus callejones, y encontrándose a sí misma al verse reflejada en las aguas del canal.

Se preguntó si ese final sería lo suficientemente bueno para el gusto de Javier, y sonrió de lado al pensar que ya habría leído ese primer capítulo, y que ya estaría pensando en las palabras que decirle respecto a él, si es que quería leer el segundo.

Le encantaba que sus únicos contactos fuesen tan efusivos, y con esa esencia furtiva. Nunca se le había acelerado el corazón de la misma manera que cuando le entregó aquel primer manojo de folios.

Y aunque disfrutaba de cada mirada y de cada sonrisa a medias, sentía lo peligroso que podía ser que siguiesen por ese camino. Pillar a su padre con los nervios fuera de su sitio, y Javier acabaría sin beca, y posiblemente sin carrera también. Conociendo el alcance de las influencias de su progenitor, no le extrañaría que el pobre chaval acabase con plaza en el pueblo más remoto e inhóspito de toda la península.

—Creo que es buena hora para marcharnos. Mañana tengo una reunión muy temprano con un cliente. –Alessia devolvió su atención al presente, y observó a su hermana levantarse de la mesa, con la gracia de una bailarina. La pequeña siempre había envidiado la facilidad que tenía para moverse, la elegancia natural que desprendía sin ni siquiera intentarlo. Ella también tenía ese don, pero ni se acercaba al de Lucía.– Ale, cariño. ¿Comemos mañana juntas? Papá va a comer con Gianni.

—¿Con Gianni Vattimo? –preguntó incrédula, mirando a su padre.– ¿El pseudo-comunista católico? Paso. –su padre la miró con una mezcla de diversión y desaprobación. Después de unos segundos, la sonrisa se hizo paso en su rostro, recordando el apodo de su colega filósofo.

—Está bien. Pero que quede claro: no siempre hablamos de filosofía.

—No, claro que no. –respondieron las dos hermanas a la vez, y toda la familia se echó a reír al unísono.

Se despidieron, caminando los prometidos a su pequeño piso con vistas al canal, y padre e hija al hotel en el que se alojaban.

Su padre no perdió oportunidad para enumerar las tres conversaciones que había tenido en su vida con Gianni que no fuesen sobre filosofía o deportes, mientras Ale caminaba distraída, procurando fijarse en detalle que no hubiese visto en los días anteriores.

Comenzaba a conocer cada rincón, cada comercio, incluso cada graffiti. Y a cada pequeña cosa que descubría nueva en aquella ciudad, se reafirmaba en que era el hogar perfecto en el que su protagonista hallase la paz.

Philosophy ; [Bnet] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora