𝓭𝓸𝓼

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Las palabras salían solas de su mente y cobraran forma en su pequeña libreta de piel. Su caligrafía, inclinada y alargada, se extendía por decenas de hojas. Relatos inconexos, historias breves, diálogos que se le venían a la cabeza...

El impulso que sentía por escribir, por dejar constancia de sus ideas, sus inventivas y sus historias, era lo que la había llevado a escoger la carrera de filología.

No muy lejos de allí, él escribía una reflexión en base a un texto que su tutor le había mostrado. Él también escribía por placer, pero prefería hacerlo con un beat de fondo, rimando y cuando necesitaba sacarse algo del pecho. Su letra, redonda y descuidada. Releyó sus palabras cuatro veces, antes de leérselas a su mentor y sentirse satisfecho cuando vio la aprobación en sus ojos.

Alessia se estremeció por el frío. Se había dejado llevar por su imaginación, perdiendo la noción del tiempo de nuevo. Observó el degradado de azules que se extendía sobre ella. La noche caía sobre el cielo de Madrid, aunque ninguna estrella iluminase el firmamento.

Caminó hasta su casa, sin demasiada prisa, dejando que su mente volara a través las mentes de sus personajes. Su pequeña historia, la que estaba escrita en la libreta que apretaba contra su pecho, no era ningún relato para clase. Era algo que escribía para ella, con la ilusión de algún día enseñárselo al mundo.

Su protagonista emprendía una aventura por Italia, empezando en Nápoles y acabando en Milán.

Las piezas del puzzle iban encajando, pero todavía tenía mucho por investigar. Para su suerte, su apellido no era otro que Médici. Escoger esa ruta para su protagonista era jugar con ventaja, pues sus raíces italianas le habían sido inculcadas por su padre desde bien pequeña, y con especial insistencia.

Llegó a su casa, después de todo el día fuera. Caminó por el pasillo en silencio, tratando de no hace ruido al caminar. Sonrió al escuchar la voz de su padre, seguida de la de Javi, hablando sobre Hannah Arendt. Estaban teorizando sobre cómo hubiese afectado a su obra el hecho que no haber nacido en una familia judía.

Se asomó a la puerta doble que daba al estudio, la cual estaba medio abierta, y miró curiosa la escena. Observó a un Javier muy diferente al chico tímido que había conocido en la cocina hacia tan solo unos días. Hablaba con pasión sobre la obra de la mujer. Su rostro se mostraba mucho más expresivo, frunciendo el ceño, sonriendo, mirando a su profesor con ojos entrecerrados, intentando averiguar si su razonamiento le estaba satisfaciendo. Los labios pintados de Alessia esbozaron una pequeña sonrisa, y sus ojos se asemejaron a los de un gato que no quería perderse detalle.

—Es justo lo que le dije a Carlos. Jamás hubiese tenido el concepto de... –las palabras de su padre se quedaron en el aire cuando posó su mirada en su hija.– Hola, niña.

—Perdón, no quería interrumpir la conversación. Estaba muy interesante. –sonrió divertida. Se acercó y besó la mejilla de su padre, mientras Javier seguía todos sus movimientos con la mirada.– Hola, papá. –aferró su libreta contra su pecho, y se permitió un segundo, un breve instante, para pensar en la palabra con la que describiría la mirada enigmática del joven.– Hola, Javi.

—Alessia. –el chico asintió en su dirección.

—Voy a necesitar coger un par de libros, si no molesto. –le dijo a su padre, posando la mano en su hombro. Él dio un toquecito en la palma, en señal de afecto.

—Claro, cariño. Sin problema. Puedes unirte al debate, si quieres. Te has leído la mitad de la obra de Hannah.

La mirada de sorpresa de Javier llamó la atención de ambos Médici.

Philosophy ; [Bnet] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora