𝓿𝓮𝓲𝓷𝓽𝓲𝓭𝓸𝓼

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El papel, una vez más, le estaba sirviendo de refugio. Mientras escribía las últimas palabras de la historia en aquella libreta, ignorando la corazonada de que algo se acercaba, el joven bajaba del avión, escuchando los murmullos en italiano. El viaje había sido largo, tedioso, y lleno de turbulencias. Entendía que el cielo estuviese enfadado con él. Él también lo estaba.

Paola estaba en sus pensamientos finales, respirando por fin tras un largo camino, sintiéndose libre en aquella ciudad que la acogía como suya. Alessia sentía que se estaba despidiendo de ella. Una parte de la escritora se sentía tentada a pensar en una secuela para ella, una nueva aventura, o un nuevo desafío, pero no se permitió hacerlo. Sabía que si lo hacía sería por no querer despedirse de su protagonista, y quería brindarle el final que tan a pulso se había ganado.

Javier bajó del bus, y caminó más atento que nunca. Buscaba aquella melena, aquellos ojos, aquellos labios o aquellos andares en cada persona que avistaba. Su única baza era encontrar aquel puente, y sus pies ya se estaban dirigiendo en la dirección correcta.

Alessia pagó la infusión que había tomado en aquella pequeña terraza, y caminó hasta el puente, con paso desganado pero con la respiración tranquila. Al fin estaban escritas aquellas últimas palabras. Por primera vez en semanas, se sentía deseosa de empezar algo nuevo, aunque sabía que esas ansias de cambio se debían al profundo dolor con el que todavía lidiaba. Sentía ese dolor en cada latido dedicado al chico, y un oscuro rencor tejía sombras sobre los buenos momentos que habían vivido juntos.

La luna, desesperada, invocó a las nubes más cercanas. Su reflejo en las aguas del canal de Navigli se vio entrecortado, imitando las señales de un faro. Pero como ella bien sabía tras tantas vidas en el firmamento, unos ojos que no quisiesen ver, obviarían toda señal. Ni la mayor señal de los astros hubiese conseguido que Alessia se deshiciese de su terca decisión.

Observó al muchacho acercarse, sin sorpresa alguna en los ojos. Como si no estuviesen a miles de kilómetros de su ciudad natal, encontrándose en la nocturna Milán, llena de turistas e historias sin contar.

Los ojos de Javier se pasearon por el rostro de Alessia, iluminada por la tenue luz blanca de la luna. Pocas veces había visto su rostro tan serio, y, desde luego, nunca sus ojos le habían transmitido tal frialdad. Se mordió los labios, temiendo haber roto a una de las mejores personas que habían pasado por su vida.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? –inquirió, girando el rostro y volviendo a mirar hacia el canal. Su mente se imaginó al muchacho pagando el billete de avión con alguna de las joyas de su madre.

La melodía dulce de una guitarra española sonaba de lejos, envolviendo el momento con añoranza antes de que perteneciese al propio pasado. Javier deseaba que la música suavizase a Alessia. Alessia deseaba que el recuerdo de Javier se perdiese en el viento, como las notas ya tocadas.

—Tu padre me dijo que estabas en Milán. –murmuró, tras debatirse si desvelar sus fuentes o no. Las mentiras ya habían hecho demasiado daño.– Además, escribiste sobre este lugar. Supongo que he tenido suerte. –respondió con amargura en la voz. Ninguno de los dos creía en la suerte. Ya no.

—Sabes que no me refería a eso.

Sí, lo sabía. Se apoyó en la barandilla del puente, imitando la postura de la chica, observando con fascinación el lugar. Estaba convencido de haber estado allí antes, pero eso era imposible. Sus pies jamás habían pisado suelo italiano, hasta ese momento. Comprendió, como si no lo supiese ya en el fondo, que esa sensación era producto del talento de la mujer que tenía al lado. Sus palabras le habían hecho viajar de tal forma que no se sentía desconocido en una ciudad nunca explorada por sus ojos.

Pensó bien su respuesta, sintiendo que no tendría muchas oportunidades.

—En el fondo de mi armario, hay una caja de madera que me traje hace ya unos años de León, de casa de mis abuelos. Está tallada por fuera, dibujando hojas de laurel. Es mi pequeño cofre. –sonrió de lado.– Ahí tengo escondido, bien doblado, el capítulo siete que nunca te devolví. La entrada del recital más importante que dio mi hermano. Una pulsera que me había regalado Belén, que se me cayó hace años. Un billete de dólar que me encontré en Nueva York y nunca gasté.

Alessia odiaba que después de todo lo que había hecho, todavía se sintiese hechizada al escucharle hablar.

—Un garabato de mi abuelo. Una foto de bebé con mis padres. La boquilla de mi primer spray. Y tenía unos pequeños ahorros, para emergencias.

—Te diría que siento que lo hayas perdido por nada... –conservó su actitud fría y altiva. Solo eso la protegería de recaer en el error.– pero no lo siento. –susurró.

A Javier le daba miedo que esas palabras fueran verdad. Suspiró con fuerza, sintiendo que el aire no le estaba llegando a los pulmones. El capítulo siete seguía en su posesión, pero entendió que tendría que esperar a la publicación del libro para leer las últimas palabras, y el desenlace de Paola.

—¿Cómo acaba la historia?

—Acaba aquí. En este canal. En estas aguas. Encuentra aquí la claridad que tanto ansiaba. Pero la encuentra en ella misma, sin ayuda de nadie. –sus ojos conectaron, y el mundo frenó su movimiento para prestarles a ellos toda su atención.– Este es el final de la historia de Paola. Y de la nuestra. –añadió firme, sin permitirse que le temblase la voz. Sus manos, sin embargo, iban por libre.

Los ojos del chico brillaron aún más, llenos de dolor.

—Ale... –susurró con la voz rota, mientras ella negaba, mordiéndose el labio con fuerza. Solo tenía que aguantar un poco más, y podría empezar a olvidarse de él.– Alessia, por favor.

—No voy a confiar en ti nunca más. –su respiración comenzó a entrecortarse, y el rostro del joven comenzó a verse borroso, a medida que sus ojos se llenaban de lágrimas.– Ojalá pudiese. –susurró, sin aguantar más el peso de la indiferencia. Sus hombros no estaban hechos para tal máscara.– Pero no puedo. Y no podré.

Javier observó los ojos de la chica, y sintió un vacío abismal en su pecho. Muy a su pesar, al fin había aprendido a leerlos, y sabía que no mentían.

De nada serviría explicárselo. De nada serviría llorar y rogarle. La decisión de Alessia estaba tomada, y su último acto de amor era respetarla.

Caminó hacia atrás, sin dejar de mirarla. Observó cómo por sus mejillas corrían varios regueros de lágrimas, y se sintió el peor ser humano del mundo por hacer que una persona tan bella llorase así.

Dio un último vistazo al lugar. Sabía que una parte de él muy importante se quedaría ahí para siempre. O quizás no, quizás se quedase con ella, donde quiera que el destino la llevase.

Alessia se mantuvo fuerte, pese a sentir su corazón partido en tantas partes como gotas de lluvia habían caído sobre ese canal.

La dulce melodía de la guitarra se deshizo en la atmósfera, y como toda música alguna vez tocada, se perdió para siempre.

Philosophy ; [Bnet] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora