𝓼𝓮𝓲𝓼

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Ale adoraba sus mañanas. La rutina de ducharse, y dejar que el agua caliente envolviese su cuerpo, como si de un abrazo se tratase. Secarse el pelo y maquillarse envuelta en su albornoz más jugoso, con alguna lista de Spoty de fondo. Vestirse para la Universidad y desayunar en paz, leyendo algún libro. Sus mañanas eran un ritual que debía realizar para que el día fuese bien.

Esa mañana estaba más alegre de lo normal. Quizás por haber acabado el trabajo y tenerlo ya impreso en su bolso de clase, o quizás por algo más.

Caminó hasta la cocina, y se sorprendió al encontrarse a su padre.

—Buenos días, papi. –besó la mejilla del hombre de forma cariñosa. Estaba sentado en uno de los taburetes de la isla, con su tablet apoyada, y un café.– ¿Qué haces aquí? ¿Hoy no tienes clase?

—En un par de horas. –respondió serio. Alessia frunció el ceño, extrañada, pero continuó preparando su infusión. No solía compartir las mañanas con su familia. Cuando ella se levantaba, su hermano ya se había marchado al instituto, y su padre al trabajo. Disfrutaba de la soledad en su casa.– Tengo que hablar contigo.

—¿Sobre qué? –preguntó curiosa, sin darle demasiada importancia.

—Sobre Javier. –se giró, ocultando sus nervios bajo un telón de fingida calma.

—¿Qué pasa con Javier? –evitó el impulso de cruzarse de brazos, ya que era una postura defensiva. Tenía que aparentar que no se tenía que defender de nada.

—Tú me dirás. –Alessia se encogió de hombros, guardando silencio. Debía ir con pies de plomo.– ¿Vas besando a todos mis alumnos o solo a él?

—¿Cómo que si...? –se pellizcó el puente de la nariz, como si se le estuviese levantando una migraña.– Ay, papá. Te aseguro que fue más embarazoso para mí que para ti. –su mente iba a mil por hora, pensando en cómo podría justificar aquella confianza que, a ojos de su padre, claramente no debían tener.– Llevaba dos horas delante del ordenador sin ninguna idea. Estaba desesperada. Vino a la cocina para comer, o beber, o fumar, no lo sé. Me dio una idea genial que me salvó de un suspenso seguro, y me salió solo, sinceramente. No me parece tan grave. Somos españoles, no suecos.

Alessia sabía que su actuación había sido más que convincente, y que su padre no tenía ninguna otra prueba para sospechar nada. Sin embargo, el hombre no se quedó tranquilo. Confiaba en su alumno, y lo que era más: confiaba en su hija. Pero algo dentro de él le decía que la morena no estaba siendo del todo sincera.

—¿Os conocíais? –aquella era la duda que más inquietaba al profesor. Le había costado un mundo formular esa pregunta en alto por lo que podría conllevar la respuesta.

—¿Qué? –su hija tardó un par de segundos en entender a qué se refería. Cuando sumó ambas piezas del puzzle, abrió los ojos sorprendida, y negó con la cabeza.– No, papá. Claro que no. No le había visto en mi vida.

La miró a los ojos, esperando encontrar en ellos una respuesta. Y en ese mismo instante perdió la partida. Los grandes y castaños ojos de su hija eran su debilidad, porque eran idénticos a los de su fallecida esposa. Y aquellos ojos no le habían mentido nunca.

No emitió palabra, y así supo Alessia que no había juicio. Pero eso no rebajó su enfado. ¿De verdad había pensado que le aconsejaría becar a Javier por motivos ocultos? En ese momento deseó haber señalado el curriculum del otro. Si Javier y ella se hubiesen conocido en un bar, de fiesta, o en una terraza, todo sería más fácil. Aunque, quizás, también menos emocionante.

Salió de la cocina con la cabeza alta, y no tardó en recoger sus cosas y salir de su casa también. Aunque fuese ella la que estaba mintiendo, se sentía enfadada con su padre por sus acusaciones. Era él el que había metido a un extraño en su casa por aceptar ser el tutor de la beca. ¿Qué debía hacer ella? ¿Hacer como si no existiese? ¿Limitarse a sonreír educadamente, pero sin abrir la boca?

Philosophy ; [Bnet] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora