𝓾𝓷𝓸

920 58 2
                                    

No se podía creer que estuviese entrando en la casa de uno de sus filósofos actuales preferidos. Por mucho que lo intentase, no podía hacerse a la idea de haber conseguido aquella beca. Y todo gracias a su hermano, Pedro, que leyó la noticia de casualidad y se la envió.

En un principio, Javier no había querido presentarse. Hasta que leyó quién sería el tutor de la parte filosófica. Aunque no creyese tener ningún tipo de posibilidades, se hubiese arrepentido toda su vida de no haberlo intentado.

Y ahora se encontraba entrando en su casa. Después de charlar con él durante tres horas en una cafetería, le había invitado a su hogar para, en sus palabras, ''empezar cuanto antes''.

—Bienvenido a nuestra humilde morada. –el joven procuró no mirar todo con los ojos de admiración. No era un lujo excesivo, pero apreciaba en los detalles que esa era una familia pudiente. Mucho más que la suya, desde luego.– Mi hija mayor ya no vive con nosotros, pero viene de vez en cuando. Está en Italia, dirigiendo una galería de arte. La mediana estará al caer. Hoy tenía clase todo el día. Y el pequeño tiene que estar apagando la play y fingiendo que lleva toda la tarde estudiando. –Javier sonrió divertido. Marcos era un hombre muy cercano, y por cómo hablaba de su familia, muy hogareño.

Caminaron hasta el estudio, y los ojos del muchacho miraron sorprendidos la estancia. Jamás había visto un despacho tan bonito. Las paredes oscuras le daban cierta serenidad. Las estanterías se alzaban hasta el techo, llenas en su mayoría de libros, pero también de objetos que deseaba observar de cerca. En el medio, entre dos grandes ventanales que daban a sus respectivos balcones, un escritorio majestuoso de madera oscura, con una silla igual de increíble detrás. A la derecha de la habitación, un par de sillones granates le daban un toque más informal.

—Voy a saludar a mi hijo, en seguida vuelvo. Ponte cómodo. –asintió, dejando su mochila en el suelo, donde no molestaba, y caminando hasta las librerías que cubrían la pared más larga de la estancia. Paseó sus ojos por los ejemplares. Algunos títulos los reconocía, otros, le despertaban curiosidad. Pocos ejemplares parecían recién comprados. En su mayoría, los años y el uso habían hecho estragos en los lomos, difuminando los títulos y los autores.– Bien, ya he vuelto. –la sonrisa del hombre le hizo sentirse cómodo.– Empecemos.

Cuando Alessia llegó a su casa después de un largo día en la facultad, lo único que quería era quitarse los apretados vaqueros, ponerse ropa suelta, recogerse el pelo y cenar viendo Los Simpson.

Dejó sus llaves en la entrada. Al pasar por delante del estudio de su padre, se encontró con la puerta cerrada, así que decidió no molestar. Caminó directa a su querida habitación, donde hizo lo que llevaba horas deseando hacer: quitarse el sujetador.

Se puso un pantalón negro de andar por casa, una camiseta a juego y una chaquetilla de punto azul. Se recogió el pelo con una diadema de terciopelo del mismo color. En su manía por andar descalza, solo se puso unos calcetines de invierno. Recordó con cariño las guerras con su madre, de niña, porque no hiciese eso. Ella siempre le respondía con retintín que en su casa debería poder escoger cómo caminar.

De camino a la cocina, paró en la habitación de su hermano. Entró, sonriendo al verle tumbado en la cama con un libro. Aunque su obsesión por los videojuegos consumiese muchas de sus horas, la pasión que su padre les había inculcado por la lectura era imposible de perder.

—Hola, canijo. –se sentó a su lado en la cama, y el adolescente sonrió, despegando la vista de las palabras que tan atrapado le tenían.– ¿Has cenado?

—Sí, me hice una pizza. La última que quedaba. –asintió, indicándole que no le importaba.

—¿Papá?

Philosophy ; [Bnet] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora