𝓭𝓸𝓬𝓮

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Nada tenían que ver esos grandes portales con escaleras de mármol y techos altos, con los portales austeros que los chicos veían todos los días. No solían transitar mucho ese barrio, pero tampoco se sentían impresionados. Sabían que la fachada no era todo. Ni en las casas, ni en las personas.

Llegaron hasta el número de Alessia. Sacó las llaves de su bolso, ansiosa por lo que le deparaba la noche.

—Esperamos aquí, Ale. –le dijo Javier, acercándose a ella.

—No, subid. No pasa nada. –repuso convencida, mirando a su amigo. Sentía que si les dejaba fuera esperando, alguno de ellos podría llevarse la impresión errónea. Confiaba en Javi y en su gente.– Mi padre no está. Y a mi hermano no creo que le moleste.

Javier no sabía si era la mejor de las ideas, pero llevarle la contraria requeriría expresar sus preocupaciones, y esas preocupaciones no dejaban en muy buen lugar a sus amigos.

Decidió no discutir, y le sujetó la puerta para que pasasen.

Los chicos sonrieron al ver que ambas amigas se quitaban los tacones a la vez para subir las escaleras. Suspiraron, al sentir la fría superficie aliviando la tortura que esos zapatos habían llevado a cabo durante las últimas horas.

Alessia abrió la gran puerta de roble, dejando a la vista su hermoso recibidor. Encendió las luces y les dejó pasar, sonriendo educada.

—Podéis esperar en el salón. Intentaremos ser rápidas. –dijo hacia todos.– ¿Javi, les guías tú? Voy a avisar a Pablo de que estáis, para que no se asuste.

Rápidamente avisó a su hermano, que se encontraba en su habitación. Pablo se preguntó a qué estaba jugando, pero decidió no preguntar. La veía demasiado feliz como para arruinarle la noche con su interrogatorio innecesario. Al fin y al cabo, era su hermana mayor, y debía saber lo que hacía.

Mientras las chicas caminaban hasta la habitación de la Médici mediana, los chicos miraban el salón, impresionados. No todos lo apreciaron, pero las paredes y los estantes estaban repletos de obras de arte y objetos valiosos. Algunos, pasados de generación en generación, otros, adquiridos en subastas privadas o benéficas, como a la que habían asistido esta noche.

—Ey, tienen Xbox. –dijo Yerar saltando por encima del sofá y sentándose como si fuese su casa.

—Ni se os ocurra tocar nada. Os corto las manos. –amenazó Javier con mirada seria, mirando a cada uno de sus amigos.

A pocos metros, en la habitación de paredes crudas, las chicas trataban de contener sus risas, mientras elegían un atuendo más discreto.

—¿Vas a ir en chándal? Ponte unos vaqueros por lo menos. –murmuró Lara entre risas.

—¿Pero tú les has visto? Prefiero mimetizarme. –Ale se subió los pantalones de chándal negros que había elegido, y buscó una camiseta de manga larga que abrigase, mientras su amiga escogía unos vaqueros oscuros y ceñidos.– ¿A dónde crees que iremos?

—A algún sitio donde no cobren entrada. –respondió convencida.– ¿De qué hablabais Javi y tú por el camino? Os quedasteis muy atrás. –le lanzó su clásica mirada pícara, deseosa por conocer todos los detalles.

—De arte. Resulta que estuvo en la exposición de arte urbano de los padres de Dora. Si no hubiésemos ido antes nosotras, quizás lo hubiese conocido aquel día.

—¿Lo hubieses preferido? –preguntó Lara, examinando el rostro de su compañera.– Conocerle antes, digo.

—No lo sé. –Alessia apoyó su espalda sobre una de las puertas de su vestidor, y miró directa a su amiga.– Antes, en el bar, estaba deseando besarle, pero me alegro de no haberlo hecho.

Philosophy ; [Bnet] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora