𝓽𝓻𝓮𝓬𝓮

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No quiero sentir que mi vida se escapa entre miedos inconexos. No quiero limitarme a ser lo que me han dicho que soy. ¿Un saco de adjetivos? ¿A eso me limito? No, ya no.

La punta de la pluma se deslizaba por el papel, sin que le diese tiempo a pensar en lo que estaba escribiendo. Solía ser así. En cuanto escribía la frase que tenía en mente, nuevas ideas tomaban forma sin que ella tuviese control sobre ellas.

Me persiguen dudas para las que no tengo respuestas. Siento que estoy escapando de ellas, pero, al mismo tiempo, a veces son el combustible de este viaje. Hay demasiadas interrogaciones en este mapa. Demasiados secretos ocultos con tanto esmero, lo que me lleva a pensar que no pueden ser secretos cualesquiera.

Escuchaba de fondo el piar de una bandada de pájaros. Estaban posados a unos pocos metros, en un gigantesco árbol, y marcaban con sus notas el ritmo de escritura de la chica.

Procuro no pensar en Nápoles ni en su gente. Aunque me quedase poco allí, dejar ese poco casi me destroza. Y este salto al vacío todavía no tiene respuesta.

Alzó la mirada al escuchar la risa estruendosa de un niño, y observó con cariño al pequeño infante, disfrutando de explotar las pompas de jabón que hacía su padre. La infancia tenía algo tan especial, tan puro y sanador.

Miró la hora, y en su pantalla vio la cantidad de mensajes que había recibido de sus amigas. Se levantó, recogiendo sus pertenencias, y caminó fuera del parque, con paso tranquilo.

Llegaba tan solo diez minutos tarde, y tenía claro que había valido la pena. Había descargado todo lo que le rondaba la cabeza, y sentía que respiraba de nuevo, sin ninguna jaula a su alrededor.

Sus cuatro fieles compañeras la esperaban en una terraza, con sus desayunos recién servidos y una silla reservada para la quinta mosquetera.

—Buenos días, chica. ¿De dónde vienes con esa cara de felicidad? –preguntó Lara moviendo las cejas.

—De escribir en el Retiro. –Alessia se agachó, y besó la mejilla de su amiga.– Hace una mañana preciosa, y me levanté inspirada.

—¿Por eso has llegado tarde? –preguntó Carla con el ceño fruncido.

—Te aseguro que ha valido la pena, Carlita.

Besó las mejillas de las demás, y pidió un desayuno al camarero al verle pasar.

—Diez minutos no son nada si has estado haciendo arte. –comentó Dora con una sonrisa.– Y hablando de eso... Sabemos que nos tienes muy vistas, no como a Javier... –Alessia rodó los ojos, divertida por el tono de voz de su amiga.– ¿Pero veremos algo de ese relato o tendremos que esperar a la firma de libros? –las cinco chicas rieron, pero esperaban la respuesta.– En serio, Ale, ¿cómo vas con el libro?

—Me estoy acercando al último tercio. Sigo completando capítulos anteriores con más reflexiones, más detalles, pero más de la mitad está... prácticamente acabado. –suspiró, orgullosa.– Jamás pensé que diría esto. Al principio pensé que tardaría años en acabar esta historia. Solo eran pinceladas en un lienzo en blanco, pero ahora todo está unido y atado. No hay ningún cabo suelto. Quizás comience a mandarlo a editoriales en verano, si sigo con este ritmo.

Sus amigas celebraron la noticia, brindando con sus mimosas. Alessia sonrió, cohibida. Excepto Javi, solo ellas sabían del libro.

—¿Qué has escrito hoy? –preguntó Lara, curiosa, mirando la libreta en la mano de la chica.

—Solo... pensamientos que me cruzaban la cabeza. Aquí no hay ningún capítulo escrito íntegro. Son apuntes, ideas, textos que adapto para Paola, o que ya pienso como si fuese ella... –notó las miradas de sus cuatro amigas sobre ella. Sabía que no todas la entendían, pero lo estaban intentando.– A veces escribo reflexiones que se pueden aplicar mejor en capítulos anteriores. No todo lo que escribo hoy va a ir directo al final del libro.

—Comprendo. –dijo Soraya.– ¿Y no tienes la sensación de que así no acabas nunca?

—Un poco, sí. –rio nerviosa, tratando de hacerse entender. Sonrió cordial al camarero mientras le servía lo que había pedido, y esperó a que se retirase para seguir hablando.– Es como que la primera parte del libro está mucho mejor escrita que la segunda. La segunda todavía está en construcción, digamos, mientras que la primera la he ido rellenando mucho más. Uno de los mayores miedos de un escritor es empezar un buen libro y no ser capaz de acabarlo al mismo nivel.

—En la literatura es donde más se nota, sí. –concordó Dora.

—¿Y esto lo ha notado Javi? –preguntó Lara.

—No, no. Javi va por... –hizo memoria. El último capítulo que le había entregado era el diez.– por el primer tercio, todavía. –tomó la delicada taza, y dio un sorbo a la deliciosa infusión. Estaba demasiado caliente, pero su cuerpo lo agradeció.– No sabéis la de veces que reviso los capítulos antes de dárselos. –confesó, y todas sus amigas estallaron en carcajadas.

—Amiga... te has pillado. –la vaciló Soraya, y Alessia se cubrió la cara con sus manos, avergonzada.– Quién te ha visto y quién te ve.

—Yo no creo que seas la misma Alessia Médici que estuvo con nosotras este verano. Te han cambiado. –Lara siguió con la broma, disfrutando de ver a su amiga sonrojada.

—Tan pillada no estará si ni le besa al despedirse. –murmuró Carla, arrancando una carcajada en sus amigas.

Alessia se mordió el labio inferior, negando con diversión.

—Esta es mi penitencia por llegar diez minutos tarde, ¿verdad? Adelante, venid de una en una, puedo con todas.

Miró a su amiga Dora, que era la única que no se había pronunciado sobre el tema. La sonrisa de Alessia se borró levemente tras observar la cautela en su mirada. Por supuesto, no sabía lo que había visto su amiga, y la mayor de los Burillo no había reunido las agallas para decírselo.

Deseaba con todas sus fuerzas estar equivocada, y que Alessia no se estuviese juntando con mala gente.

—¿Tú no me vacilas? –preguntó, entornando los ojos, y analizando en silencio cada gesto de Dora. Sabía que algo no estaba bien.

Dora negó con la cabeza lentamente, y con esfuerzo, esbozó una pequeña sonrisa. Sonrisa que no le llegó a los ojos.

—No, Ale. Estoy feliz por ti. –por supuesto, era mentira. No podía estar feliz si una pequeña parte de ella estaba convencida de que esas nuevas compañías iban a hacerle daño.

La conversación siguió entre las otras tres amigas, mientras las dos restantes se analizaban mutuamente. Cada palabra, cada gesto, cada mirada... Alessia sabía que había algo detrás de esa sonrisa, y nada bueno podía ser si Dora no se lo contaba. ¿Sería algo de las chicas? ¿Estaría molesta por no haber ido a su fiesta en el Barceló? ¿Algún problema con sus padres?

Decidió aparcar sus dudas a un lado y disfrutar del resto de la mañana con sus chicas. Nada conseguiría rebuscando en su cabeza una respuesta que no tenía.

Mientras, Dora recordaba de nuevo aquellos billetes en el bolsillo de uno de los chicos, el de ojos azules, y las quejas de David y algún ex compañero más, diciendo que habían perdido todo su efectivo.

No podía ser una casualidad.

Volvió a mirar a Alessia, y sintió una punzada de culpabilidad.

A un ciego no puedes enseñarle a ver.

Philosophy ; [Bnet] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora