𝓸𝓬𝓱𝓸

593 40 3
                                    

No recordaba la última vez que había estado enfadada con su padre durante tanto tiempo, así que suponía que estaban batiendo su récord. Ni el catedrático había intentado hablar con ella de nuevo, ni ella se había dignado a mirarle cuando se habían cruzado por los pasillos de su hogar. El hombre sentía que debían darse espacio para sanar, y sabía que la reconciliación se daría de manera natural, sin tener que forzar nada.

Pablo observaba las escenas, curioso, preguntándose qué mosca le había picado a su hermana, o qué habría dicho su padre para provocar tal enfado en ella. Intentó ser la voz de la razón, pero como siempre, su padre desacreditó sus opiniones, diciendo que no eran cosas de críos. En vez de discutir, prefirió su paz mental, y continuó jugando a la Play. No le valía la pena discutir con su padre cuando este estaba obcecado en algo. Agradecía haber heredado la paciencia de su madre, a diferencia de sus dos hermanas mayores, que tenían el temperamento de su progenitor.

Marcos Médici estaba corrigiendo exámenes en su escritorio, cuando su alumno predilecto entró por la puerta. A pesar de su extraña relación con su hija, era uno de los talentos más puros que había encontrado en la última década. Su forma de analizar las cosas, su capacidad de redactar sobre ellas, su especial visión del mundo...

—Hola, Javier. No escuché el timbre.

—Me abrió Pablo. –sonrió educado, sin ninguna pista de la discusión que habían tenido su mentor y la hija de este. El rostro calmado de Marcos lucía como siempre. Las hondas arrugas adornando su faz. Su vestimenta con cierto toque informal, arropado por la comodidad de su casa. Las gafas de lectura colgaban ahora de un cordón, alrededor de su cuello, y sus orbes azules examinaban al joven.– ¿Qué tal ayer en la conferencia? –preguntó animado el alumno, mientras tomaba asiento en su sillón habitual.

—No pude ir al final. –respondió serio.– Escucha, Javi. Tengo muchísimos exámenes que corregir. ¿Te importa dejarme lo que hayas avanzado, le echo un vistazo y lo tratamos en la siguiente sesión?

Javier lo miró sorprendido, pero borró esa expresión de su mirada al momento. No quería parecer desagradecido: sabía que la agenda del hombre era apretada, y que muchas veces pasaba más tiempo con él del que disponía.

Asintió, abriendo su mochila y buscando los papeles entre tanto desorden.

—Claro, Marcos. Sin problema. –se los dejó encima del escritorio, en un hueco que no tenía ningún examen.– ¿Entonces me paso por aquí...? –dejó la pregunta en el aire, esperando las instrucciones de la eminencia.

—El lunes. –Javier asintió, obediente, aunque por dentro sentía cierta pena. No había visto a la chica, y el lunes tampoco la vería, casi seguro.– Hasta el lunes, entonces. Buen fin de semana.

—Igualmente, Marcos.

Caminó hasta la puerta principal, arrastrando los pies. Echó un rápido vistazo al pasillo donde estaba la habitación de la chica. Nada.

Abrió el gran portón y lo cerró tras de sí. Sacó de su bolsillo los auriculares, y comenzó a desenredarlos con parsimonia. Tenía unas horas extras libres, y pensaba pasárselas recorriendo la ciudad andando, aislado con su música y ordenando sus pensamientos.

Estaba buscando su lista de Spoty preferida, cuando algo le hizo alzar la mirada. Al hacerlo, sonrió de lado al ver a la chica en el portal.

—¿Ya te vas? –preguntó la morena, divertida por los juegos del destino. Javier asintió como única respuesta. Miró de forma discreta su atuendo, y sonrió internamente. La gabardina negra le llegaba casi a los pies, calzados con unas botas granates, a juego con su bolso. En cualquier otra persona sería un atuendo discreto, pero en ella hacía que todos se girasen por la calle para deleitarse al observarla. Parecía salida de un escaparate de Prada, no de la Rey Juan Carlos.– ¿Tienes mucha prisa?

Philosophy ; [Bnet] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora