𝓮𝓹𝓲𝓵𝓸𝓰𝓸

563 57 40
                                    

Era triste que lo que más le gustase de su trabajo fuese la maravillosa máquina de café que había en la oficina, y que en su escritorio siempre diese la luz al atardecer.

Hacía ya un tiempo que había cambiado las infusiones por cafés para ser capaz de seguir con su ritmo de vida. Una rutina planeada al milímetro, que no le dejaba tiempo para pensar demasiado. Eso era lo que necesitaba, y eso era lo que había construido.

Por las mañanas, vida social y escritura. Por las tardes, trabajo. Por las noches... las noches solían ser duras, por eso procuraba llegar a ellas agotada. En algunas, se permitía el lujo de sincerarse con el papel, canalizando su dolor en algo que esperaba, acabase convirtiéndose en arte.

El ambiente en la oficina de aquella editorial era bueno. No hacía mucho que habían renovado plantilla, así que todos eran jóvenes, o con actitud de treintañeros, al menos. Ser de las primeras en su clase le había conseguido las prácticas más codiciadas, y su encanto y talento natural, le habían asegurado el puesto en la empresa cuando estas acabaron.

Era el primer verano que pasaba en Madrid prácticamente desde que tenía memoria. Todavía le resultaba extraño, pero le reconfortaba la idea de haberse acomodado tan bien a la vida adulta.

Tenía veintitrés años, dos libros publicados, una carrera acabada y un trabajo estable. Cualquier persona desde fuera pensaría que era una joven exitosa, y lo era. Sabía que lo era y había luchado por serlo. Lo que nadie se imaginaba era que a aquella joven llegando sola a casa, y derrumbándose sobre la cama. Y eso pasaba casi cada noche.

Al día siguiente, de vuelta a la oficina, a veces contaba aventuras que no había vivido, solo como excusa por no haber ido de copas con sus compañeros. Seguía siendo una inventora de historias nata.

Su jefa, una cuarentona con alma de adolescente, vivía pegada a ella, contagiándose de la energía de Alessia, y premiándola por sus ideas.

—Ale, cariño. –la morena alzó la vista de su móvil. Estaba a punto de salir por la puerta, con los últimos rezagados.– Tienes que hacerme un favor. El corrector de ciencias sociales está de vacaciones, y nos han mandado un libro de filosofía.

—No, Raquel. Otra vez no, por favor. –respondió agotada, suplicando con la mirada. No era la primera vez que algo así pasaba, y detestaba tener que encargarse de esa materia en específico.

—Tu padre es un filósofo conocidísimo. Algo podrás hacer.

—¿No podemos esperar a que llegue Fran? –se quejó, sabiendo que la decisión ya estaba tomada, y que solo se lo estaban informando.

—Son órdenes de arriba, niña. Tiene que estar en dos semanas. Al menos es cortito.

—Corto en filosofía equivale a tremendo tostón. Créeme. –su jefa le dedicó una sonrisa, en señal de apoyo. Si hubiese podido, se lo hubiese encargado a otro corrector, pero Ale era su mano derecha, y la que más filosofía sabía después de Fran. Necesitaban a alguien que constatase que no estaban publicando cualquier majadería.– ¿Ya me lo estás mandando, verdad? –asintió, tecleando en el móvil.– Recuérdame por qué somos amigas.

—Porque te pago. –contestó con sorna, arrancándole una sonrisa a la joven.

Alessia tomó el ascensor, con unos cuantos de sus compañeros, y elaboró una mentira convincente cuando le preguntaron su plan para esa noche. Disfrutaba de salir algunas veces con ellos, pero había días que su mente necesitaba descansar de todo el bullicio que rondaba a su alrededor.

Tomó el metro en dirección al centro. En el garaje de casa de su padre, descansaba su querido Audi rojo, pero no le gustaba cogerlo para andar por la ciudad. Prefería tomar el metro, costumbre que había adquirido en sus años de universitaria. Allí, siempre encontraba alguien en quien inspirarse. Muchos de los personajes secundarios de su tercera novela, sin saberlo ellos, habían salido de la línea 1.

Philosophy ; [Bnet] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora