𝓭𝓲𝓮𝔃

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Recordaba vagamente haber pasado por aquellas calles, hacía ya unos cuantos años. Su yo de diecisiete años no creía que fuese a entrar en ninguna carrera, y solía pasar más tiempo en parques y callejones que en casa, estudiando. Su escritorio eran apenas tres tablas a las que no dio uso hasta que entró en filosofía, y comenzó a tomarse más en serio sus estudios.

Siguió las indicaciones de su móvil y doblo a la derecha en la siguiente esquina. En la plaza, a lo lejos, divisó a Guille. Al ver quién le acompañaba, frenó en seco, y decidió esperar a unos metros. Vio que su amigo chocaba puños con aquel chaval, y como cada uno seguía su camino.

Su amigo se acercó a él, con la mirada seria de quien acaba de hacer algo que no debe.

—Minus, ¿qué coño hacías con Antón? –preguntó cabreado, golpeando su brazo.

—Me ha ayudado a conseguir una cosa. –las manos de su amigo se revolvieron nerviosas en su bolsillo, entorno al objeto que acababa de adquirir.

Javier tomó a su amigo por el cuello de su sudadera, encarándole.

—Deja de hacer el gilipollas. –dijo firme, mirando a los ojos azules del chaval al que consideraba su hermano.– Te hemos dicho que te ayudamos nosotros.

—No juntáis tres mil pavos ni aunque lo juguéis al 17. –respondió, apartándole de un manotazo.– Y no es vuestra puta familia.

—Tú eres nuestra puta familia, descerebrado. ¿En qué mierdas te estás metiendo con el Antón? Pensaba que le quedaban al menos otros cuatro meses encerrado.

—Le han soltado por buen comportamiento. –Javier bufó, irónico.– Me da igual que le tengas cruzado. Vamos a ir a mitas, y me va a sobrar y todo. Estoy pensando en pillarme unas zapas, incluso. Llevo con estas desde...

—Corta la mierda, Guillermo. –dijo enfadado.– ¿En qué vais a ir a mitas?

Sus miradas serias chocaron. La de uno bastante más enfadada que la del otro. El joven iluso realmente pensaba que solucionaría sus problemas, en vez de crear más. Se estaba empezando a forjar una bola de nieve que iba a arrasar con todo a su paso.

—En nada que te concierna. –contestó altivo.

—¿Y para qué coño me citas aquí?

—No te he citado aquí, te he mandado mi ubicación, pero eres un quemado y has llegado pronto.

—Pensaba que era algo importante. –se defendió. No le gustaba nada la actitud de su amigo, y menos esas no tan nuevas compañías. Sabía por qué Antón había acabado en la cárcel, sabía las compañías que frecuentaba, y lo que le pasaba a la gente que se interponía en su camino.– Si no nos dejas ayudar, no quiero saber nada del tema. No quiero a Antón cerca del grupo, ¿estamos? –su amigo asintió, convencido.– Vamos. El Yerar nos está esperando en el metro.

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Paseó sus dedos por la tela del vestido, fascinada por la suavidad y por la intensidad del color. Los detalles eran una verdadera obra de arte, bordados sobre el triacetato con hilo de oro plateado.

Carla, a su lado, esperaba a que la dependienta le trajese la talla que había pedido de un espectacular vestido negro.

—O sea que Pablito fuma. No es como si le pudieses decir nada, amiga. –la picó en el estómago, vacilona.

—No es comparable. –se quejó Alessia, rodando los ojos.– Yo fumo dos cigarros al mes, no dos paquetes a la semana.

Carla rio con suavidad, divertida por la indignación de su amiga. Le acababa de contar todo lo sucedido el sábado, prácticamente palabra por palabra.

Philosophy ; [Bnet] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora