𝓿𝓮𝓲𝓷𝓽𝓲𝓾𝓷𝓸

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Dora abrió la puerta de su casa, y casi no tuvo tiempo de mirar a su amiga. Alessia se tiró a sus brazos, sollozando, y dejó que su amiga intentase consolarla. No tenía ni idea de lo que había pasado, pero notó a su amiga tan rota, que dudó que se pudiese recuperar.

El escueto mensaje que había mandado por el grupo de amigas no había dado mucha información, y dejaba cabida para mucha especulación. "Chicas, estoy asustada".

Alessia había escrito a Dora por privado, avisando de que se dirigía a su casa. Para algo así, la necesitaba a ella.

—Ale, ¿qué ha pasado? ¿Está tu padre bien? ¿Pablo? ¿Lu? –siguió pasando sus manos por la espalda de la morena, tratando de infundirle algún tipo de calma. Una idea cruzó su mente, temiéndose lo peor.– ¿Javier? –preguntó con agobio, y la apretó con más fuerza al notar que lloraba más.– Ale, vamos a entrar. Necesitas tranquilizarte y contarme qué ha pasado. ¿Necesitas que te lleve a algún lado?

—No, por favor. No quiero ir a casa. –respondió con dificultad, separándose. Sus cálidos ojos lucían completamente rojos. Había conducido hasta la casa de Dora, a las afueras, sin dejar de llorar de rabia, enfado y tristeza en ningún momento. Su cabeza dolía como los mil demonios, pero lo peor era la horrible presión que tenía instaurada en el pecho, producto de la ansiedad que crecía cada vez que revivía lo que acababa de pasar hacía solo un par de horas.

Tenía ganas de gritar hasta quedarse afónica. Mirar hacia el cielo y preguntarle al destino por qué había jugado así con ella.

Entraron en la casa, vacía excepto por ellas dos. La casa era de nueva construcción, con enormes ventanales que dejaban entrar muchísima luz, y unos techos altísimos, y las paredes llenas de cuadros hermosos.

Se sentaron en el salón, y Alessia comenzó a contarle atropelladamente todo lo que había visto. Todo. En ella sí confiaba, y necesitaba sacarlo de dentro. Dora dejó que acabase, conteniendo la furia que comenzaba a sentir desde que dijo por primera vez el nombre del chico, y entendió lo que había pasado. Esperó cautelosa a que su amiga acabase de explicarse, sin emitir juicio alguno.

—Dora, tiene que haber alguna explicación lógica. Dime que tiene que haber alguna explicación lógica. –la desesperación en la voz de Alessia era dolorosa.

Dora sopesó bien su respuesta. Probablemente, entendía mejor que Alessia lo que había pasado. Tenía más información que ella, y solo había que unir los puntos. No podía obviar los billetes en el bolsillo de aquel chaval y sus excompañeros quejándose porque alguien les había robado el dinero.

Pero decírselo no le serviría de nada. El dolor seguiría ahí. La herida ya estaba hecha. Y temía que, en una corazonada, perdonase algo imperdonable por amor.

—La única explicación lógica es que tu padre metió a un cabrón en vuestra casa, Ale. –respondió finalmente, con dureza en la voz. Los ojos de Alessia de inundaron de nuevo.

—Pero tuvo que ser por necesidad. Javi me... –la palabra se le atragantó, y quedó en el aire. No era capaz de pronunciarlo. Hacía tan solo unas horas estaba segura de ello.

—¿Javi, qué? ¿Te quiere? ¿Tú robarías en casa de alguien a quien quieres? Piensa con la cabeza, Alessia. –la Médici tragó saliva, sintiéndose como una imbécil. Su amiga tenía razón. No había justificación alguna. Por eso había acudido a Dora. Ella le diría las cosas como son.– ¿No se lo piensas decir a la policía? –tras una larga pausa, Ale acabó negando con la cabeza.– No le debes nada, tía.

Ahí era donde Dora se equivocaba. Por mucho daño que le hubiese hecho, por muy roto que tuviese el corazón, Alessia sentía una deuda impagable hacia el chico. Se dio cuenta, con un profundo dolor, de que jamás disfrutaría de acabar de escribir la novela. Ni de su publicación, ni de su éxito, si es que lo tenía. Todo relacionado con ese estúpido libro le recordaría siempre a quien había sido su compañero de aventura, mientras lo escribía.

Philosophy ; [Bnet] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora