𝓭𝓲𝓮𝓬𝓲𝓷𝓾𝓮𝓿𝓮

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Una figura delgada y encorvada se arrastraba por las calles de Malasaña, impulsado por sus remordimientos. Llevaba días sin poder dormir, preguntándose cómo contarle a su amigo el lío en el que se había metido. El mayor de toda su vida, llevado por la desesperación y el miedo. Dos malos consejeros, jamás aliados en su vida.

En sus venas, más ron que sangre. En sus pulmones, más hachís que aire. La poca lucidez que conservaba su mente se concentraba en encontrar la calle de su amigo, pero todos los edificios parecían el mismo.

Sus ojos se llenaban de lágrimas al pensar en el rostro enfadado de su fiel compañero, pero más le dolía imaginarse el dolor en la mirada de su madre.

Sacó torpemente el móvil de su bolsillo, y marcó el número de su amigo, ignorando que eran las tres de la mañana.

Unos pisos más arriba, Javier cogió el teléfono, todavía medio dormido.

—¿Sí? –preguntó con la voz ronca.

—Javi... –la voz temblorosa de su amigo le puso en pie.– ¿Puedes bajar? Necesito hablar contigo.

El castaño se asomó a su balcón, y vio en la acera de enfrente a su amigo tirado en el suelo, con el móvil en la oreja. Su corazón comenzó a latir desbocado.

Se calzó los primeros tenis que encontró, cogió la sudadera que había dejado sin guardar encima de su silla del escritorio, y bajó las escaleras corriendo, sin preocuparse por el ruido que estaba haciendo.

Cruzó la calle como un rayo, y se acuclilló frente a su amigo.

—Guille. –tocó su cara, examinando sus ojos. Tenía las pupilas muy dilatadas, y las mejillas ligeramente sonrojadas.– ¿Qué ha pasado, hermano? ¿Estás bien?

—La he liado, Javi, la he liado. –respondió apenas sin aire, incapaz de mirar a su amigo.

—¿Qué ha pasado? Háblame. –dijo con un tono de voz tranquilo, pensando que eso le calmaría. Consiguió el efecto contrario, ya que Guille sabía que esa calma no le duraría. No con lo que tenía que contarle.

Suspiró con pesadez, tratando de recabar fuerzas de donde no las tenía.

—Hace unos cuantos días, estaba en casa de uno de los de Antón. –Javier retiró sus manos de la cara de su amigo, y frunció el ceño.– No sé cómo salió el tema, hermano. Estábamos hablando de política, de la mierda de la injusticia social... Antón dijo que estaba harto de entrar y salir de la trena, que quería dar un golpe fuerte y olvidarse unos meses o... unos años.

—¿Quiénes estaban? –preguntó con precaución. Cuando Guille enumeró los nombres, un escalofrío recorrió todo el cuerpo de Javier. Esa gente no se andaba con chiquitas.– Qué cojones hacías con esa gente, Minus.

—Fui a hacerle un favor al Hache. –Javier negó con la cabeza, disgustado. Eso solo podía significar una cosa: que fue a llevarles droga.– Me invitaron a que me quedase, Antón les dijo que era de fiar.

—Te dije que me mantuvieses al margen de cualquier lío con Antón. ¿Qué coño haces borracho y drogado, a las tres de la mañana, en mi casa? –preguntó, sintiendo cómo el enfado comenzaba a formarse. Si no hubiese tenido la mente tan nublada por su ira, hubiese entendido antes lo que estaba pasando.

—Les dije que no lo hiciesen, que no se lo merecía.

—¿Quién?

—Alessia. –pronunció finalmente. Javier sintió cómo la furia tomaba su cuerpo. Cogió de la sudadera a su amigo y tiró de él con fuerza.

—¿Qué coño habéis hecho?

—Quieren entrar en su casa. Al principio pensé que era una broma, nos lo estábamos tomando como un juego. Cómo lo haríamos, qué robar, dónde venderlo, qué hacer con la pasta... –Javier había escuchado a muchos amigos suyos fantasear con la idea de dar un golpe así, pero nunca salía de la fantasía, del morbo del momento. Y sus amigos no eran la gente de Antón.– Pero de repente lo estaban hablando en serio. –murmuró con lágrimas en los ojos.– Llevan varios días vigilando la casa, los horarios. Saben que el chaval va a clase todas las mañanas, han conseguido los horarios de Ale llamando a la Universidad, y los de su padre son prácticamente públicos.

Javier no se podía creer lo que estaba escuchando. Tenía que ser un mal sueño, una pesadilla traicionera, de la que se despertaría antes o después, cuando sonase la alarma.

—Lo siento, hermano. –sintió asco al escuchar esa última palabra. Los hermanos no se hacían eso. Los hermanos jamás se traicionarían así.

—No vais a entrar a robar a casa de mi novia. –dijo rotundo, conteniéndose para no alzar la voz. Era muy tarde como para despertar al vecindario a gritos, y muy peligroso que alguien escuchase algo sobre ese tema.– ¿Queda claro?

—Yo ya no tengo otra opción. –respondió Guille pesaroso. Javier recordó que la fecha para pagar lo que debían expiraba hacia finales de ese mes. Si no aportaban la cantidad exacta, Guille, su madre y sus hermanos pequeños terminarían en la calle, sin un techo bajo el que dormir y sin un euro con el que comprar una barra de pan.– No me atrevía a decírtelo.

Javier no escuchó las disculpas en la voz de Guille. En el fondo, sabía que le dolía muchísimo tener que rebajarse a algo así, pero también sabía que en la selva solo sobrevivía el más fuerte.

—Pienso decírselo. –murmuró convencido.– Se lo diré a Marcos, o a ella.

—No puedes justificarlo sin delataros, Javi. Marcos se enteraría de que estáis juntos, tú perderías la beca, y tu carrera ni siquiera llegaría a empezar. –Javier sintió la rabia por todo su cuerpo. Si Guillermo hubiese sabido cerrar la boca, no estarían en esa situación. Era imposible que aquel desgraciado se hubiese enterado de lo de la beca él solo.– Antón lo ha pensado todo.

—Iré a la policía.

—Sabes lo que les pasa a los chivatos que venden a Antón, ¿no?

Javier tragó saliva. Sí, lo sabía. Y no era un futuro que le desease a nadie. Alzó la mirada, mirando su piso. Allí estaban durmiendo sus padres, y su hermanita. Antón no sentía respeto por nada ni por nadie, y le daba igual todo con tal de marcar su territorio.

—Nos ha pillado por los huevos. Y yo necesito la pasta.

—Ahora mismo te mataría. –pensó en la alarma del piso, y por un momento, le tranquilizó saber que nada pasaría, hasta que cayó en las consecuencias. Si la alarma saltaba con ellos dentro, su amigo acabaría entre rejas. Siendo Marcos quien era, la sentencia sería desproporcionada. Estaría años en la cárcel.– No hay forma de que salga bien.

Se quedaron en silencio, cada uno buscando una solución inexistente, en la que no tuviesen que robar a nadie, y en la que nadie se quedase en la calle.

—Hay una. –los ojos azules de Guille dijeron lo que su boca no se atrevía a insinuar.

—No. –contestó Javi rotundo.– No, no, no y no. ¿Estás loco?

—Estoy borracho, y los borrachos no mentimos. –ambos tragaron saliva. Ni Guille quería decirlo, ni Javi quería escucharlo.– Solo hay una manera de que salga bien, y es contigo dentro.

Philosophy ; [Bnet] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora