𝓽𝓻𝓮𝓼

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Releyó la palabras por tercera vez, fascinado por la atmósfera onírica que estas creaban a su alrededor.

Sus ojos castaños volvieron a pasearse por esas últimas frases, con un deje agridulce. Si bien pensaba que la selección de palabras era exquisita, necesitaba más. Una pequeña voz en su cabeza le preguntaba si era el resto del relato lo que ansiaba, o ver a la chica de nuevo.

Durante días, cargó con esas hojas en su mochila. Quería estar preparado cuando se viesen. Quizás solo tendría un par de segundos, como la última vez. Pero durante esa semana, dos veces estuvo en su casa, dos veces que la muchacha no dio señales de vida.

Javier temía que se hubiese olvidado. Que ella se lo hubiese tomado como un juego momentáneo, con el que distraerse durante unos pocos minutos. Pero si lo que le había dicho era verdad, y quería creer que sí, él era el primero en leer sus palabras. Una extraña sensación se instauraba en su estómago cuando ese pensamiento cruzaba su cabeza.

Colocó de nuevo las hojas en su orden original, y una sonrisa le cruzó el rostro al releer esas palabras: ''Eres un capullo, Javier Bonet. Espero que te deje con ganas de más''. Y vaya si le había dejado con ganas de más.

Intuía que lo había escrito apurada, pero aun así la caligrafía era impoluta: inclinada, y alargada. Tenía letra de escritora con talento.

°   °   °   °   °

Se encontraba en una cafetería del barrio, con sus amigos del callejón, tomando unas cervezas y disfrutando de la tarde del viernes. Cogió el móvil, distraído, y observó que le había llegado un correo. Era de Marcos, y le preguntaba si podía pasarse el sábado por la mañana por su casa.

—Chavales, no me puedo quedar hasta tarde. –comentó, mientras guardaba el móvil en su chaqueta. Sus amigos protestaron, como siempre.– Tengo tutoría mañana. No puedo decirle que no.

—Sí puedes, pero no quieres. Ningún tutor es tan estricto. –se quejó Guille.

—Estamos empezando un trabajo que podría ser un principio increíble para mi carrera. Los libros no se estudian solos. –se defendió, con una sonrisa. Los vaciles hacia su persona por estudiar eran recurrentes y estaba acostumbrado.

—No te acostumbres a pasear por el barrio de Salamanca. Recuerda de dónde eres. Del callejón. –su amigo Yerar le revolvió el pelo, y brindaron con sus cervezas por todos los años de amistad.

°   °   °   °   °

Entró en el piso con pies sigilosos. Su tutor ya le había dejado la puerta abierta para que pasase al llegar.

Caminó hasta el estudio, pero allí no encontró a nadie. Al salir de nuevo al pasillo, el aroma a café inundó sus fosas nasales, y caminó hasta la cocina guiado por el delicioso rastro.

—Buenos días, joven. –su profesor se encontraba leyendo el periódico, con una taza en una mano, y un boli en la otra.

—Buenos días, Marcos.

—Lo primero, te debo una disculpa. –Javier le miró sorprendido, y sin entender por dónde iba a salir. Ese hombre podía ser bastante impredecible.– Sé que las tutorías los fines de semana deberían estar prohibidas. Yo también he sido estudiante, y las odiaba con todas mis fuerzas. Casi tanto como a mi profesora de ética. El caso es que estaré unos días fuera. Toda la semana, me temo. Mi hija me reclama en Italia. Y no te quería dejar sin material de trabajo.

—Me parece perfecto, Marcos. Yo me adapto, ya lo sabes.

—Ojalá me pudiese escaquear. ¿Se te ocurre alguna buena excusa?

Philosophy ; [Bnet] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora