Hashimada III.

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Días amargos, insípidos, fríos. El tiempo transcurría a una velocidad ridículamente lenta a los ojos de Madara, era como una especie de tsukuyomi infinito de soledad; su mundo se había detenido por completo aquel fatídico día en que perdió al único amor de su vida.

No puede decir que no sintió nada durante su funeral, tal vez su rostro inexpresivo sin brillo decía una cosa, pero en su mente estaba en blanco; como si algo había dejado de funcionar. No lo podía negar, estaba devastado y si bien el mundo no giraba en torno a Hashirama, sintió una cólera inmensa cuando en cuestión de días su cuñado asumió el cargo. Tobirama era el segundo Hokage de Konoha y él no podía estar más impotente.

Ahora era insignificante para los del consejo, no tenía voz ni voto ahora que los Uchihas ya no eran abogados por Hashirama, él era la única persona que no les juzgaba por su temible poder y calibre de destrucción. Finalmente fueron aislados de la aldea hacia las afueras, todo bajo el maldito mando de Tobirama.

Sentía como si su casa estuviera hecha de vidrio, todos podían ver los problemas por los que atravesaba y adicional a ello, como su reconocimiento se debía a alguien que ya no estaba. No se había presentado a dar una explicación formal a su clan de qué medidas debían tomar al ser tratados como criminales, solo cruzó palabras breves con las demás cabecillas y volvió a hundirse en la soledad que le carcomía día tras día.

Al menos seguía bajo el techo del palacio, ya que a pesar de ser un Uchiha puro llevaba al hijo del Hokage en sus entrañas, la muestra de la paz recreada en algo tan inocente y frágil como un bebé. Su vientre en aquellos dos meses había crecido exponencialmente, era evidente su estado y se sentía tan irresponsable por no darse los ánimos de seguir adelante por aquel niño que se manifestaba más seguido; adoraba sentir sus movimientos, pero aquello también le llenaba de nostalgia. Cuanto deseaba que él estuviera ahí a su lado, dando ideas de cómo se iba a vestir, cómo lo peinarían y cómo lo educarían.

Todo quedaba en su mente, para su desgracia.

Se removió incómodo del futón matrimonial cuando sintió la puerta ser tocada con insistencia, no tenía ganas de levantarse debido a lo agobiada que se encontraba su espalda. Se cubrió completamente irritado y gruñó cuando la puerta corrediza fue abierta sin su permiso.

— Sal de una vez —se impuso Tobirama cerrando la puerta detrás suya y adentrarse a los aposentos del palacio

— Piérdete —respondió desganado a la distancia.

— Madara, no ganas nada encerrándote de esta manera, ¿es que no tienes que cuidar tu salud por el niño? —llegó hasta la habitación matrimonial y se apoyó en el umbral de la puerta, observando con fastidio el bulto envuelto en sábanas.

— Y te importa una mierda.

— Por eso no podemos llevarnos bien.

— Tampoco me interesa —rodó los ojos y se descubrió un poco para observar al albino— ¿Qué es tan importante como para que vengas para acá sin mi consentimiento?

— Este palacio será mío. Permanecerás aquí hasta que des a luz, de ahí se acordó que volverás con tu clan —explicó a grandes rasgos— Pero no vengo a echártelo en cara.

Madara parpadeó incrédulo, claro, él ya no sería más relevante para los demás.

— Entonces ¿Qué es lo que quieres?

Tobirama relamió sus labios un momento y metió sus manos a los bolsillos, abriéndose paso a la habitación hasta llegar al gran ventanal que da una perfecta vista a la aldea en proceso de ampliación.

— He estado trabajando en algo grande, es importante y debes venir conmigo —respondió, sintiendo un extraño nerviosismo recorrerle la médula.

Oneshot Mpreg.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora