Dieciocho

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Maya no tenía idea de que las fanaticadas de los equipos de deporte universitario podían ser tan apasionadas. Había esperado que hubiera audiencia en el juego, quizás algunas personas usando los colores de la UCB y siguiendo los cánticos de las porristas; sin embargo, se encontró con que los ánimos eran tan intensos y caóticos que las graderías temblaban bajo sus pies cada vez que algo remotamente interesante pasaba en el campo. En lo personal no entendía mucho qué era lo que estaba pasando, no era fan del béisbol y sólo había asistido porque quería acompañar a Derek y ver qué era lo que su hermano había encontrado en el juego además de la adrenalina de la competencia.

Se preguntaba si disfrutaba de los focos que apuntaban al campo iluminándolo, de la cámara que lo seguía y proyectaba su imagen en las pantallas o de los claros gritos desesperados o de admiración que iban dirigidos a él. Estaba empezando a pensar que quizás Derek era un poco más popular de lo que ella o él mismo creían, aunque su ignorancia o indiferencia era definitivamente algo que arrastraba desde la academia, nunca había sido muy propenso a disfrutar de la atención.

Maya se preguntó si es que acaso a ella le gustaba la atención, y mientras trataba de descifrarlo algo pasó en el campo, porque la mitad de la gradería se puso de pie con los brazos alzados en el aire y gritaron extáticos. A su lado Rebeca le rodeó los hombros con un brazo y la hizo dar saltitos con ella, y porque era la costumbre, la mano de Maya encontró el brazo de Henry y se aferró a él para no perder el equilibrio.

Obviamente había llevado a todos sus amigos a ver el juego de Derek, no iba a perdérselo y sabía que verlo en compañía sería mucho más divertido. Así que había convencido a Rebeca, luego a Eleanor, y finalmente a Henry de que la acompañaran aquella tarde. Y los tres estaban allí, Rebeca muy emocionada porque Derek la había embelesado desde que lo conoció, Eleonor algo incómoda y riendo tímidamente gracias al entusiasmo de la otra chica, y Henry concentrado en las jugadas y repitiendo a todo pulmón los cánticos de las porristas con el resto de los asistentes.

Vio a Henry bajar la mirada hasta la mano que había posado en él y Maya tuvo la extraña impresión de que no debería haber hecho eso, pero al mismo tiempo sabía que tratar de apartarse de él era como confirmar que había algo diferente en su relación. Así que no apartó la mano aunque los dedos le cosquillearon, y cuando Henry la miró sonrió despreocupada.

-¡Van a ganar!- exclamó él por sobre el resto de las voces.

-¡Wooo!- gritó Maya alzando las manos y luego aplaudiendo.

Buscó la pantalla para ver qué estaban celebrando y vio que alguien se estaba robando bases, al menos eso sí lo entendía. Por el uniforme supo que era su equipo, así que pronto los nervios y la ansiedad del público se mezclaron con los de ella y esperó impaciente mientras un chico corría y otros se lanzaban la bola de un extremo del campo al otro. Cuando el jugador al fin llegó a primera base derrapó levantando polvo color ladrillo y provocando que una serie de vítores triunfantes recorrieran su galería, Maya se unió con naturalidad a los gritos y rió divertida cuando vio en la pantalla al chico levantándose de un salto y quitándose el casco con una sonrisa amplia y brillante. Sabía que Derek no era el que había bateado aquella vez, pero se había distraído y ahora acababa de darse cuenta de que se trataba de Marco.

-¡Eso estuvo genial!- sonrió Rebeca.-No tenía idea de que el beisbol me gustaba tanto.- rió.

-Nuevo hobbie.- le dijo Maya.

-Necesito aire...- comentó Eleonor, abanicándose el rostro con ambas manos como si se sofocara.

-¡Oye, con calma!- le dijo Henry, también abanicando una mano frente al rostro de la chica.-Ya saldremos de aquí, iremos por agua.- le indicó.

Entre TiemposDonde viven las historias. Descúbrelo ahora