Treinta y dos

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-¡Mi hija favorita!- la voz de su madre fue lo primero que Maya escuchó cuando bajó del vehículo.

La mujer la esperaba en la entrada de su casa, estaba sentada en los escalones que llevaban a la puerta principal, una manta le rodeaba el cuerpo de la cintura a las piernas y tenía ambos brazos alzados, agitándolos como si intentara llamar su atención entre una multitud. Maya se acercó con una sonrisa y la abrazó con fuerza, dejando que su peso la aplastara.

-Si Derek te escuchara...- le dijo apartándose para mirarla.

-Bueno, no está aquí ¿o sí?- le preguntó alzando una ceja rubia.

Maya rodó los ojos, captando enseguida en el tono de su madre la decepción, disfrazada de irritación, porque Derek no estuviera pasando todo el receso de invierno en casa. Se cruzó de brazos y le lanzó una mirada acusatoria a la mujer, quien respondió con una mirada inocente, como si no entendiera por qué Maya la estaba juzgando silenciosamente.

-¿Desde cuándo te molesta que pase tiempo con sus amigos?- le preguntó.

-Me gusta que se divierta, lo necesita.- respondió levantándose y acomodando la manta alrededor de sus hombros.-Es sólo...-

-¿Qué?- preguntó Maya, ambas entrando.

-Ugh, cómo sea.- se quejó prácticamente arrastrando los pies hacia la sala y subiendo la manta hasta que le cubrió la cabeza.

Maya rió, de pronto muy consciente de lo mucho que había extrañado tener las excentricidades de su madre alrededor. Estaba a punto de comentar algo más cuando sus ojos captaron una bolita gris acercándose a ella e inmediatamente se llevó ambas manos a la boca.

-¡Antonio!- exclamó agachándose y alzando al gato.-¡OH! ¡Te amo! ¡Te extrañé!- dijo mientras frotaba su mejilla contra el suave pelaje del animal.

-¡¿Acaso quieres más al gato que a la mujer que te dio la vida?!- escuchó que le gritaban desde el interior de la casa.

Corrió con cortas zancadas hasta la sala, abrazando al gato como si fuera una reliquia, y se encontró con su madre lanzando la manta sobre un sillón mientras la observaba con indignación. Maya le estiró a Antonio, invadiendo su espacio personal con la bolita de pelos.

-Dime que no lo amas.- la retó, pero no la dejó responder.-¿Dónde está papá?- quiso saber.

-Tuvo que responder una llamada importante hace unos diez minutos.- le dijo.-Pero como ya estás aquí supongo que podemos interrumpirlo, que llegaras es una emergencia familiar.- asintió muy segura, encaminándose hacia las escaleras.

-No creo que eso cuente como emergencia...- comentó, pero la siguió de todas formas.

Subieron a paso lento y cuando alcanzaron el segundo piso Maya le dio un último beso a Antonio y lo dejó en el piso. Su madre la guió hasta la oficina que se hallaba al final del pasillo y abrió la puerta sin molestarse en tocar, empujando a Maya dentro y apuntándola con una mano.

-¡Mira quién llegó!- dijo en voz alta.

Maya agitó su mano enérgicamente cuando su padre se dio la vuelta y la vio, una sonrisa se extendió en su rostro mientras estiraba un brazo hacia ella, quien comprendió el gesto y se acercó. Él le rodeó los hombros y la atrajo en un abrazo, Maya lo escuchó despedirse de quien fuera con quién había estado hablando y luego la rodeó con ambos brazos, dejando un beso en su cabeza.

-Lo siento, tenía que atender.- se disculpó él, alejándola para echarle un rápido vistazo.-Te ves bien, ¿cómo estás?-

-Quizás un poco cansada.- admitió.

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