Catorce

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-Nunca había estado en esta parte del campus.- comentó Maya bajando de la camioneta.

-Te la presento.- le dijo Derek yendo hacia ella.-En este gimnasio tienen la piscina.- dijo apuntando a la izquierda, hacia un edificio de techo alto y ovalado.-Y por allá está el campo de béisbol, los separa un complejo de camerinos ¿los ves?- continuó.

-Es gigante.- dijo ella asombrada.-Cuando vine con mamá sólo visité los lugares que me interesaban, no vi todo esto.-

-Bueno, puedes explorar si quieres.- la animó.

-Creo que prefiero aprovechar este lindo sol.- decidió.-Llévame contigo, las gradas deben ser un muy buen lugar.-

Derek le hizo un ademán con la cabeza para que lo siguiera y comenzaron a atravesar el complejo deportivo. Maya sabía que había una serie de deportes que se practicaban en la universidad y que realizaban sus actividades y entrenamientos en la misma área; pero en realidad nunca había ido. Así que durante la mañana cuando vio a Derek alistarse para irse, se le ocurrió que era un buen momento para colarse con él en ese nicho del campus, y como adivinó, Derek aceptó llevarla.

Así que allí estaba, observando con curiosidad la extensión de los campos verdes, la altura de las graderías y los grandes focos de luz que de seguro se veían impresionantes iluminando las noches. Cuando llegaron a la escalera que llevaba hacia las gradas, Maya notó un poco más de movimiento; chicos y chicas yendo de un lado a otro con los bolsos deportivos, y unas pocas personas desperdigadas ordenando algunos equipos.

-Tengo que ir a cambiarme.- le anunció Derek.

-¿Aquí fue donde surgió la magia con Marco?- le preguntó ella agitando las cejas.

-Allí.- contestó él, indicando un punto en la lejanía que no pudo distinguir realmente.

-¿Crees que tus compañeros sospechen?- curioseó.

-No lo sé.- le dijo él alzando un hombro despreocupado.-Aunque creo que van a notarlo tarde o temprano.-

-Oh, claro que sí.- rió.-Sólo espero que no sean idiotas, si lo son me encargaré personalmente de ellos.- le dijo abrazándose de su brazo izquierdo.

-Ahora me siento mejor.- rió dándole un suave empujón.-Me tengo que ir, nos vemos en un rato.- se despidió.

Maya lo observó alejarse por un momento, luego se dio la vuelta y subió por las graderías. Llegó hasta lo más alto y posó su mochila en un lugar, la cual luego usó de almohada mientras se estiraba cuidadosamente. Era otro día de excelente clima, el sol brillaba cálido sin llegar a ser abrasador y una apenas perceptible brisa mantenía el ambiente fresco. Maya adoraba sentir aquel cosquilleo sobre el rostro, sobre los hombros y las piernas; incluso se descalzó las zapatillas blancas y así disfrutó mejor de la libertad del lugar.

El tiempo se le pasó volando mientras se relajaba bajo el sol. Había escuchado voces masculinas en la lejanía, el sonido agudo de silbatos y pies plantándose sobre el suelo. No tenía idea cuánto rato había pasado cuando escuchó su móvil sonar, pero al erguirse y abrir los ojos se sintió cegada por la luminosidad.

-Hola.- contestó, tratando de acostumbrar su vista de a poco.

-Hola, Maya.- escuchó, y al reconocer la voz sonrió emocionada.

-¡Alan!- exclamó.-Oh dios, siento que la última vez que hablamos fue hace siglos.- le dijo.

-Eso es porque antes nos veíamos todos los días.- razonó.

-Sí...- suspiró.-Deberíamos hacer una llamada con Henry, sé que esta noche no está ocupado.- le dijo.

-Hablé ayer con él, me dijo que está muriendo.- rió con suavidad.

Entre TiemposDonde viven las historias. Descúbrelo ahora