Veintiocho

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Maya despertó con un sobresalto. El corazón le latía con fuerza dentro del pecho y, aunque lo intentó, recordar los detalles era imposible. Respiró hondo, llevándose una mano a la mejilla mientras examinaba sus alrededores perezosamente, apenas estaba procesando lo que veía cuando una voz suave y baja llamó su atención.

-¿Maya?-

Recordaba con claridad los eventos que la habían llevado a la cama de Anton, sin embargo, los había experimentado a través de una peculiar bruma de descontrol, lujuria e impulsividad que en ese preciso instante era residual, por lo que gran parte de ella no podía creer que en verdad estaba allí. No atinó a cubrirse la boca cuando se le escapó una risita nerviosa luego de mirar por sobre su hombro, en cambio se llevó ambas manos a la boca y miró al frente sin ser capaz de adivinar las formas de la habitación por la falta de luz.

-Está tan oscuro...- comentó en voz baja.

-¿No te gusta la oscuridad?- preguntó él con una risa áspera.

Maya iba a contestar, pero el colchón tembló bajo ella y percibió los pasos de Anton rodeando la cama, abrió las cortinas y la habitación se iluminó vagamente. A través de las ventanas vio una espesa neblina ocultando el paisaje exterior, pero lo que en verdad atrapó su atención fue la silueta del chico a contraluz, y se descubrió apreciando especialmente la amplitud de su espalda y la firme curvatura de los músculos en sus hombros y brazos. La noche anterior había sido demasiado frenética como para observarlo detenidamente, por lo que Maya se permitió recorrerlo de pies a cabeza mientras él volvía a la cama y se sentaba frente a ella.

Anton apoyó una mano en el colchón y se inclinó ligeramente hacia ella, sus ojos recorrieron su rostro como si no supiera dónde detenerse. Maya se mordió los labios para no dejar ir otra risa nerviosa ante aquel escudriño, el gesto atrajo la mirada del chico y esta vez no intentó esconder su sonrisa. En verdad le gustaba atraer la mirada de Anton, le gustaba ver la chispa de interés en sus ojos claros y la expresión atenta de su rostro al examinarla.

Mientras Maya esperaba que él hiciera algún movimiento se distrajo siguiendo el camino de los tatuajes que le cubrían los brazos, había descubierto que se extendían hacia sus hombros y que luego bajaban por su espalda, pero eso no era todo, otro tatuaje de estilo japonés cubría su cadera derecha y descendía hacia la mitad de su muslo. No se aguantó la curiosidad y simplemente habló, incluso si eso implicaba interrumpir lo que fuera que él  estuviera pensando.

-No pensé que tenías tantos tatuajes.- comentó.

-Necesito un poco más.- dijo alzando las manos libres de tinta y echándoles un vistazo, luego poso una sobre su muslo derecho.-Este está en proceso, falta el colorido.- le contó.

-¿Cuál fue el primero?- curioseó.

-Adivina.- sugirió, lanzándole una sonrisa seductora.

El corazón de Maya dio un salto, no estaba preparada mentalmente para ver esa sonrisa en el rostro de Anton, incluso si la noche la había llevado a conocer esa faceta, de todas formas no dejó que los renovados nervios la dominaran y bajó de la cama con una misión clara en la mente.

-Levántate.- le pidió.

Anton se puso de pie frente a ella en completo silencio y la miró expectante.

-Date una vuelta, muéstrame.-

Él agachó la mirada con una risa para sí mismo y se giró lentamente. Maya tomó nota de dos cosas, la primera fue que todos sus tatuajes, de los brazos, hombros, espalda e incluso el de la cadera y muslo, estaban estratégicamente conectados a pesar de que no seguían el mismo estilo, por lo que era difícil adivinar cuál fue el punto de partida; lo segundo fue que, de los tres chicos con los que se había acostado, Anton era el que tenía el cuerpo más maduro y masculino. Con esto último en mente dio un paso hacia adelante y le tomó un brazo, acercándolo a ella como si en verdad estuviera evaluando el arte que lo cubría, luego pasó al siguiente y finalmente lo guió para que se volteara.

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