Treinta y tres

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Cuando Derek pensaba acerca de lo que quería de sus relaciones no podía evitar pensar en sus padres. Siempre supo que eran una pareja peculiar, un poco dispar y con periodos de caos y calma. A veces chocaban con tanta fuerza que necesitan separarse, bueno, en realidad la que necesitaba separarse era su madre, aunque a veces Derek se preguntaba si es que su padre se alejaba con tanto temple porque también necesitaba un respiro.

Su relación no era ni de lejos perfecta, pero funcionaba para ellos, verlos había hecho que Derek comprendiera que la relación ideal no existía y que habían diferentes formas de mantenerse con alguien a través del tiempo, aunque no podía engañarse y decir que ver sus tira y afloja no le moldeó las ideas. Creía que quizás por eso lo que él buscaba tenía que ser más... estable.

El año pasado, cuando estaba tratando de ordenar lo que sentía por Alice y Marco, creyó que tal vez podría ser más flexible e intentar una relación abierta o casual; Marco había dicho que no, y ahora que podía revisitar la situación y pensar con la cabeza fría estaba realmente aliviado de que alguien lo hubiera frenado. Estaba seguro de que no habría podido con la relación abierta, no estaba hecho para compartirse ni para compartir.

También siempre supo que no quería una una relación sin compromiso, pero pensó que podría relajar un poco sus parámetros personales en favor de estar con alguien que en verdad quería. Pero otra vez, luego de los meses estando en vilo con Marco descubrió que tampoco estaba hecho para no comprometerse. Así que si bien había tenido un año y medio lleno de drama, sentimientos resentidos y confusión, sentía que podía verle el lado positivo y aceptar que era ridículamente tradicional: quería relaciones monógamas, con compromiso, confianza, comunicación y entrega. No volvería a dudar de su primer instinto, nunca más.

Todo eso le recorría la mente mientras trotaba por la playa. Eran las siete treinta de la mañana y el cielo transitaba entre el azul oscuro de la noche y el purpúreo que indicaba la venida del amanecer. Tras él Marco avanzaba siguiéndole el ritmo sin dificultad, pero manteniendo una velocidad mucho más perezosa. 

Cuando la alarma había sonado esa madrugada el chico se había sentado de golpe, diciendo que si no se levantaba inmediatamente la cama se lo iba a tragar. Que Marco se obligara a desperezarse y saliera a correr con él tan temprano era un detalle que no le pasó desapercibido a Derek, lo reconocía por lo que era, una pequeña muestra de que Marco también estaba dispuesto a hacer cosas por él. Y porque hacía meses que Derek estaba luchando con una incipiente sensación de rechazo, aquel gesto fue realmente importante.

Así que ahí estaba, trotando y pensando en que su relación con Marco al fin estaba tomando forma, la forma que él quería... Aunque no pudo evitar preguntarse si era lo mismo que Marco quería, porque obviamente en un principio no era así, quizás con el tiempo su opinión había cambiado y, por lo que Derek había visto en el último tiempo, al fin estaba listo para comprometerse. Pero... ¿y si el chico le estaba dando en el gusto porque temía perder lo que tenían? ¿no porque en verdad lo quisiera...?

Tropezó con un montículo de arena y sus pies se enredaron por el impulso que llevaba, tras unas zancadas desesperadas encontró su equilibrio y se estabilizó mientras escuchaba la suave risa de Marco a sus espaldas. El chico posó ambas manos sobre sus hombros y se asomó con una sonrisa en el rostro.

-Sabes que si te quiebras un tobillo no voy a poder cargarte ¿cierto?- le preguntó descansando la barbilla en su hombro, mirándolo con el brillo de la diversión en los ojos.

-Podrías intentarlo.- dijo alzando la mano y apartando un mechón que le cubría la ceja.

-¿Ves esas rocas?- le apuntó Marco ordenado su cabello con la tira elástica.-El que pierda tiene que cargar al otro de vuelta a la cabaña.- dijo.

Entre TiemposDonde viven las historias. Descúbrelo ahora