7

130 18 10
                                    

Mi cuerpo estaba en desacuerdo con todas las ordenes que mi desesperado cerebro le enviaba. El uniformado de mis pesadillas, después de unos minutos, pasó a ser una enorme mancha negra que flotaba verticalmente frente a mi. Lo más seguro era que mi rostro estaba adornado con una sonrisa, tan perdido entre nubes sin forma. La combinación de tantos fármacos en mi cuerpo, más la bebida, me harían explotar en un torrente de irracionalidades en cualquier momento. Seguramente le daría a ese hombre buenas razones para matarme.

—¡No me toques! —Grité no muy conforme con sus manos en mi cintura—. Tengo que volver a casa porque mi tío quiere casarme con alguien... —Mi voz salió más gruesa de lo normal—. Cree que si me caso y tengo hijos voy a dejar el ejército. —Me reí en la zona más oscura de la mancha—. Es un buen hombre que aún piensa que para una mujer o un doncel el matrimonio es el trofeo al final del camino. —Él sujetó mi cintura y me levantó—. Voy a vomitar... —Sus pasos se detuvieron—. Todos mis compañeros y compañeras se... embarazaron a los dieciséis. —Arrugué mi cara—. Yo no quiero eso, aún soy joven. —Reí.

No sentía el frío del exterior en mi cuerpo. Demasiado ebrio para pensar con claridad y con una barra de metal cargándome hasta...

—¿Dónde me llevas? ¿Vas a matarme? —Le quité su gorra—. Debiste decirme... No me hubiera curado. Es una pérdida de costoso material. —Con su mano libre recuperó  su gorra y siguió caminando. —Mmg. Desierto de nieve...

—Cierra la boca. —Hice un puchero y me aferré a su chaleco.

—¿Por qué me diste esa cosa? Estoy mareado. —Me soltó pero caía sobre algo cómodo—. Me duele la muñeca. —La alejé un poco de mi cuerpo—.  Sus manos atraparon los pantalones y los quitaron junto con el bóxer. Flexioné mis piernas y junté mis muslos, un calor desconocido estaba creciendo allí.

—El juramento de los tuyos consiste en morir antes que curar a un enemigo. —Un terrible presentimiento alertó mis sentidos, pero él ya estaba demasiado cerca—. No me gustan las plagas en mi territorio, sobre todo si no me sirven. Si no vas a colaborar, —mis piernas fueron abiertas bruscamente —, le daré una buena utilidad a tu cuerpo—. Su mano derecha sujetó mi cuello—. Tu cuerpo será el pararrayos de toda mi rabia.

Me estaba ahogando, comencé a toser e intenté defenderme con la mano que no estaba dañada. Era imposible, ebrio y agotado no tenía forma de escapar de él.

—No... —Estaba perdiendo el aliento.

—Basta de juegos. —Me soltó y se colocó entre mis piernas.

Sus grandes manos se aferraron a mis muslos y los pegaron a sus caderas. Algo estaba mal con mi cuerpo, sus toques eran bruscos y humillantes. No había parte de mi cuerpo que sus dedos no hayan tocado o profanado de alguna manera. Mis esfuerzos eran cosquillas para su fuerza de ataque.

Sentía húmedo por todas partes. Me horrorizaba los límites que había roto solo para entrar profundamente en mi. Para someterme a su gusto y para destrozarme.

—Mmg. —Susurré, ya era la tercera vez que se colaba en mi interior; una fuerza extraña parecía excitarlo cuando yo creía que por fin me había librado de él. ¿Le gustaba mi dolor? ¿Era tan satisfactorio hacerme eso?

Mi labio inferior estaba cortado porque el alcohol no me había ayudado a soportar la primera embestida de esa máquina. Nunca había dejado de sentir ese tormentoso dolor que pasaba por encima de lo físico.

La segunda vez lloré porque ya era completamente consciente de lo que me estaba pasando. Sin embargo, con una diferencia de segundos entre un suceso y otro, en la tercera ocasión, ya no podía sentir nada, como si una parte de mi se desvaneciera para siempre. La única parte de mí que no había sido destruida era la que estaba enyesada.

El ardor en mi interior me recordó que estaba allí, a merced del enemigo de mi nación; me había humillado a mí y a mi familia.

Con su mano hizo que mi cabello, que había crecido desde la última vez que alguien en el ejército me lo cortó, cubriera mi rostro. Tomó mi cintura y me corrió a un costado posicionándose detrás de mi. Su miembro estaba duro, aún no había eyaculado; con su mano se abrió paso y empujó su pene en mi recto.

—No... —Gemí cuando mordió mi cuello. ¿Qué hora era? ¿Por qué no me dejaba en paz? ¿Por qué no me mataba de una vez? ¿Hasta cuando duraría ese tormento?

—¡Basta! —Grité en medio de una habitación oscura. La luz se encendió y Kyungsoo se acercó a mí; yo aún tenía puesta la camiseta de la noche anterior.

—Traje comida... —No podía dejar de ver todos sus movimientos, según los cuales mi cuerpo iba retrocediendo hasta la cabecera de la cama.

—Tranquilo. —Dejó la bandeja sobre una silla y se quedó al pie de la cama observándome, como si seres como él sintieran lástima.

Mi mente puso en práctica lo único que sabía, y que nunca debí olvidar. Kyungsoo, el hombre que me rompió la muñeca y ese monstruo tenían el mismo uniforme.

Fuerza de AtaqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora