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—Eres una mierda. ¡Suéltame! —Tiraba golpes hacia cualquier parte. Estaba poseído por una ira desconocida. Lo odiaba tanto que no podía detenerme.

Él sujetaba mis manos y las apretaba, pero dejaba libre mis piernas y los golpes no se detenía. Mi sangre estaba hirviendo, me dolía la cabeza y mi cuello se estaba endureciendo. En un instante mi cuerpo tembló de una forma indescriptible y mis músculos se conjelaron. El capitán me sujetó.

Con él a mi alrededor los mareos se volvían intensos y desagradables. Él me era desagradable.

—Estás perdiendo la cabeza, Sehun. —Se burlaba en mi oido—. En el fondo luchas contra ti mismo, ¿te cuesta mucho aceptar que me has extrañado?—Mordió mi cuello y abrazó mi cuerpo con el suyo.

Estaba paralizado por esas emociones que me atacaron al verlo. Su respiración agitada en mi cuello me daba una idea de lo que estaba haciendo con mi cuerpo, aunque no podía sentir nada más.

—Estás muy mojado, ¿tu cuerpo se ha recuperado bien?

Mientras él empujaba, mi atención se perdía en la mancha negra de bordes verdes y marrones que brotaba desde el interior de la pared. A veces el encuadre de esa asquerosa obra de la humedad se movía hacia arriba y hacia abajo; asquerosa mancha que pegada a ese material sólido era más libre que yo. Ese color degradante y putrefacto que corrompía la estructura me recordaba a lo lento que avanza la maldad sobre el hombre hasta que lo cubre por completo.

—Nunca debía entrar al ejército. —Me dije a mi mismo como las últimas palabras de un condenado—. Siempre voy a odiarte por esto.

—El odio también une a las personas, Sehun. —Su mano tomó mi frente e inclinó mi cabeza hacia atrás—. Si eso te une a mi, está bien; después de todo, el odio es un sentimiento no muy poderoso, pero sí inmortal. —Mordió mi cuello—. Incluso muerto, seguirás odiandome, y eso es suficiente para mi.

—Dejame ir... —Su risa se estampó contra mis oidos.

—Los niños tienen muchos sueños que se rompen, se abandonan y se olvidan cuando se vuelven adultos. Tú, ¿cuándo dejarás esa idea tan absurda? —Su pesada mano atrapó por completo mi pezón izquierdo y lo apretó—. Eres tan frágil, pero a veces me da la impresión de que no eres tan dulce como aparentas. Quiero conocer esa parte de ti que se animó a golpearme y a escapar. —Presionó mi pecho—. ¿Dónde está esa fiera que se atrevió a escapar de Park Chanyeol?

Sus ojos estaban encendidos con un sentimiento que hacia a mi cuerpo temblar, como si buscara algo con insistencia. Mis manos perdieron fuerza sobre su pecho, pero las de él sostenían firmemente  mis muslos y empujaban mi trasero a su entrepierna.

—Eso es... —Deje caer mi torso sobre él, ya no tenía caso para mi—. ¿Estás cansado mi pequeña fiera? —Su mano tomó mis cabellos. Su lengua lamió mi mejilla y un gemido ronco salió de su garganta—. ¿Sabes cuál es mi método de tortura favorito? —Acarició la herida en mi cintura.

—No lo sé...

—Me gusta quemar vivas a las personas. Se siente satisfactorio porque soy como un demonio para ellos, es como encontrarse con el diablo antes de pisar el infierno. —Sonrió y la sensación viajó por su pecho hasta el mío—. Es fascinante.

Me explicaba su jobi como si se tratara de una tarde de jardinería en casa. Sus descripciones me hacían pensar que había hecho esas atrocidades al menos unas cincuenta veces y con numerosas víctimas por ocasión.

—No eran inocentes. —Levantó su mano al techo y separó sus dedos—. Cinco, cinco son las razones por las que los hago morir de esa forma, ninguna de ellas es importante en sí. Lo que importa es saber quién es el malo y lo demás viene solo. —Silvó con cansancio—. Alguien debe ser el malo, el verdugo, el que esté dispuesto a derramar sangre por los inocentes puros que solo eligen sufrir en lugar de defenderse. Yo puedo ser el malo, el monstruo, pero todos los inocentes que se salven sin mover un dedo y escondidos en una cloaca, cuando vuelva la paz, me juzgarán por ser inhumano. —Acarició mi cabeza—. Miles como tú, como yo, pueden morir en masa y serán recordados con "honores". ¿Para qué mierda quiere un cadáver  honor y gloria? ¿De qué le sirve cuando se lo comen los gusanos debajo de una placa de cemento sin nombre? Los hombres quieren sentirse útiles mientras viven porque, cuando mueren, no hay nada.

—Ya no quiero vivir... me duele.

—Si quisieras morir no te hubieras escapado tantas veces. Aunque, te daré una buena noticia, el día de mi final voy a matarte. —Sus dedos recorrieron la marca de mi espalda baja—. Tú eres mío.

—Déjame dormir. —Cubrí su boca con mis labios—. Estoy cansado de escucharte.

—Estás volviendo a la vida, mi hermoso animal salvaje. —Apagó la luz arrojando el jarrón al suelo—. Hice un buen trabajo marcándote. Soy un gran cazador, ¿aprenderás de mi o seguirás siendo un medico debilucho?

—Te dije que cerraras la boca.

—No deberías hablarme de esa manera. —Gruñó.

—Le diré lo que quiera, comandante Park. —Cerré mis ojos y me recosté lo mejor que pude—. Solo cállate y se una buena almohada. —Rodeé con mis manos su cuello y froté la herida que habitaba en él. No estaba completamente cerrada, pero había mejorado. A pesar de la herida mortal, él seguía en pie y mucho más sanguinario que antes.

Si mi vida dependería de la suya, para  poder escapar era necesario que él siguiera respirando. Tenía que volver a mi hogar y despedirme de mi familia antes de morir. Si los dos íbamos a caer juntos, le exigiría, hantes de morir, que me dejara ver a mis seres queridos por última vez.

—Estás pensando demasiado, Sehun. ¿Eso es bueno para mi?

—Ni siquiera sé si es bueno para mi.

Fuerza de AtaqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora