Puedo oir los quejidos de ambos. Puedo sentir el calor del metal perforando ligeramente la piel de mi mejilla derecha. El segundo disparo del doctor Lee antes de caer golpea mi brazo izquierdo, pero sale sin tocar el hueso.
Agonizarán por una hora y desearán un alma caritativa que acabe con su sufrimiento, tal vez lo consigan.
Mientras me deslizo en el pozo que creó la caída de un árbol, cierro mi herida con vendas y dejo el arma a un lado. Estoy seguro de que el general Minho estaría orgulloso de mi falta de tacto para disparar por la espalda; aunque él es un hombre que destruiría lo que sea de frente y sin miedo.
—¡Doctor Sehun!
—General Choi.
—Es un gusto tenerlo aquí, sea bienvenido. —Me colocó la insignia médica. -No la pierda y siempre debe llevarla con usted y sus documentos.
—Sí, señor.
—Una cosa más. —Abrió una caja y colocó la semiautomática en mis manos. —No está obligado a usarla... pero debe aprender. —Me saludó. —Mientras esté en servicio... ojalá nunca la necesite.
Sonrío ante el recuerdo y aprieto la venda sobre la herida, el sangrado debe detenerse. Pienso en mis tíos y en el bebé de Kris mientras coloco el último nudo; eso me da más ganas de llorar que el dolor punzante en mi brazo.
Una sensación de frío recorre mi cuerpo y caigo rendido en el reducido espacio. A mi mente llegan todas las posibilidades, no bélicas, de morir. Una infección, desangrarme o ser atacado por algún animal.
El cielo nocturno es hermoso. ¿Por qué insisten en inundarte con pólvora y humo? ¿Por qué no te adoran? ¿Por qué no aceptan la paz que quieres transmitirles? Parece que serás mi última compañía. ¿Crees que me perdonarán lo que he hecho?
Con los ojos cerrados puedo sentir como si mi cuerpo flotara y no estuviera allí. Cerrar los ojos es como borrar y empezar de nuevo. Me da miedo abrirlos.
En unas horas el amanecer volverá e iluminará todo a su paso, las almas pérdidas, los hogares destruidos, los camiones abandonados; los restos de los que alguna vez fueron amigos, hermanos o padres. El avión de salvataje regresará para encontrar la base destruida y todo se mudará a un nuevo lugar. Se hará una lista y los que no estén pasarán a desaparecidos y, después, sus nombres se unirán a los demás.
No estoy seguro de que final sería el mejor para mí. Morir en manos enemigas, o a la intemperie.
Mi espalda choca contra algo sólido, pero no puedo reaccionar, lo que sea eso se mueve y no puedo hacer nada para ver qué ocurre conmigo... No, ahora sí; están desarmando mi uniforme. ¿Quienes son? ¿Saqueadores? ¿Por qué no me matan? ¿Lo harán después? ¿Me torturarán? ...
El sonido de llaves y una puerta que se cierra, alguien ha ingresado. Abro mis ojos y veo mi uniforme colgando en pedasos sobre una mesa. El hombre, comandante, vestido de negro y con numerosas placas azules incrustadas en su pecho está sosteniendo mis documentos y la insignia médica. Su cuerpo es gigante y se ve más fuerte con los colores de los destructores. Si tuviera mi uniforme me vería como el adorno de una torta, uno de un metro ochenta y tres, los colores blancos y la cruz en el ante brazo. Se nota que es más alto que yo.
Debe ser de un rango alto... ¿Por qué perder el tiempo aquí, conmigo? Sé de sobra que esos papeles son mi pase al inframundo.
Mis nervios despiertan cuando él arroja el cuaderno en las brasas de la chimenea; suelto un quejido y su cuerpo se voltea. Los trozos son devorados por el fuego y el olor del humo llega hasta la cama.
—¿Por qué...
Veo como acomoda su traje, rompe lo que queda de mi uniforme, aplasta la insignia en el suelo y guarda mi identificación de civil en su bolsillo. El primer paso es marcado con fuerza por su peso y las suelas de las botas; no tengo que pensar para retroceder y encontrarme contra la pared. Las sábanas caen al suelo y, solo entonces, sé que estoy desnudo.
Sus ojos bajan y suben. En su mano derecha lleva unas esposas y una fusta; no creo que necesite eso para doblegar a sus soldados. Con unos pasos más llegó hasta el borde de la cama y pateó las sábanas alejándolas aún más. La presión contra la pared de concreto fue tanta que la herida en mi brazo comenzó a doler, la venda era nueva pero estaba mal colocada.
Sus ojos están en mi rostro pero no me atrevo a mirarlo, podría ser lo último que haga; a los hombres como él no les gusta que los enfrenten, lo sé porque en mi escuadrón, incluso entre los médicos, había de su tipo. Él decidirá lo que sucederá conmigo.
—Barbilla en alto. —La fusta se coló debajo de mi cuello y me forzó a obedecer. —¿Quién y de dónde eres?
—Oh Sehun... —Mi nuez de Adam chocaba con el adorno de cuero. —Soy médico del ejército de ... —Un golpe de la fusta en mi mejilla detuvo mis palabras.
Se dio la vuelta y abrió la puerta.
—Ya no eres de ningún otro ejército.
Salió y cerró.
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Fuerza de Ataque
RandomQueridos tíos: ¿Cómo están? Espero que muy bien. Como sabrán, hoy se cumplen dos años desde que ingresé al cuerpo de sanidad militar como médico. Recuerdo que prácticamente entraron en crisis cuando se enteraron, pero era algo i...