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Un niño sale en helicóptero temprano por la mañana.

Solo quedaba un niño que había perdido a su madre en una explosión; sus lágrimas son devastadoras. Seis de las diez enfermeras ayudaban, en lo posible, a la moribunda mujer.

Todos los inicios son desgarradores en este lugar, pero nuestro objetivo consiste en curar y calmar a los heridos y despedir con honores a nuestros héroes.

No existe una materia en la carrera que te diga lo que vivirás o no. Simplemente los hechos ocurren y estés preparado o no, siempre habrá más de un par de ojos esperando una decisión que salve una vida. Las enfermeras casi siempre están allí para consolar a los heridos y tranquilizar a los niños, pero ellas apenas pueden consigo mismas a veces.

Apenas puse un pié en el campamento, tuve que ver morir a dos soldados que se habían cruzado conmigo en la zona de aterrizaje de la armada; íbamos a lugares diferentes. Ambos dejaron sus últimos suspiros en la camilla de emergencias. Entre pasos y choques volví a mi habitación para llorar por los cinco minutos que tenía como descanso. Ellos solo tenían un par de años más que yo. No soy solo yo. He visto a los comandantes más duros y tercos temblar al colocar la bandera sobre el cuerpo de un compañero que, minutos antes, había estado patrullando junto a ellos.

—Dr. Oh. —Se escuchó en el parlante y me encaminé hasta la pequeña parcela que le correspondía a pediatría. Son niños pequeños los que llegan hasta allí, sus edades no pasan de los doce años.

—Sehun... —El niño se me acercó. En sus manos llevaba una taza de acero cargada con caramelos; un pequeño lujo que alguna enfermera le habrá facilitado.

—¿Cómo está tu mano?

—Mejor. —Respondió con la palma de su mano en alto.

—Me alegro. El doctor Kris te ayudó con los ejercicios.

—Sí, pero hoy se fue.

El esposo del doctor Wu tenía que dar a luz esta semana y el pobre hombre estaba más que ansioso por conocer a su hijo o hija, sobre todo porque había renunciado a las fuerzas por su seguridad. Era claro que las bombas y la muerte daban miedo, sin embargo, su esposo Tao le causaba un indescriptible terror y respeto; el chico antes de ser un novio amable y dulce, pertenecía a los agentes especiales y allí fue donde se conocieron.

—Dijo que es una niña.

—Entonces será muy alta.

—Tal vez.

—Vamos a comer algo más nutritivo que caramelos.

—Bueno.

La comida siempre era instantánea pero era mejor que no comer nada, además, allí nadie sabía cocinar, y me incluía. ¿Quién sabe que clase de mounstrocidad podría crea si tomo un cuchillo, verduras y carne? No es que no sepa cortar, de hecho soy un experto en cirugía y amputación... pero supongo que no es lo mismo. Las situaciones no son comparables, desde ningún punto de vista.

En una de las placas de acero coloco un poco de fideos, carnes, pan y le digo que se sirva un poco de jugo.

—Chen —lo llamé —hoy vendrán a buscarte. Te llevarán a un lugar más tranquilo y con buenas personas.

—Tú eres una buena persona, Sehun.

—Tal vez, pero este lugar es muy peligroso para ti. —Hizo un puchero y se sentó en mi regazo. —Tu tía te está esperando.

—Sí. Mami y yo estábamos por ir a verla. —Acaricié su cabello antes de que empezara a llorar.

—¿Vas a llevar los ositos que te regalaron las enfermeras? No creo que todos entren en tu maleta.

—¡Lo harán! Puedo hacer espacio.

Él se ganó el cariño de todos en la base, pero es hora de que vuelva con su familia.

Corro por los pasillos y pienso en lo maravilloso que es ser despertado por la alarma de tu celular, y no por un alerta de bombardeo. Tomo la mata de Chen y voy hasta su cuarto, lo encuentro sentado en posición fetal y con un osito en sus manos. Esta no es vida para un niño de seis años. Con él en mis brazos, llego hasta la zona de despegue de aviones. Solo hay una oportunidad, si no llega no podrá irse, jamás.

—¿Listos para el despegue? —El parlante me obliga a saltar a toda velocidad los peldaños de la escalera. Chen está temblando, pero se aferra a mí y no presta atención a nada más.

Las luces de la pista están encendidas; no hay tiempo. El último refugiado está subiendo y un soldado se dispone a cerrar la puerta; solo es un instante en el que arrojo la maleta y levanto a Chen con toda la longitud de mi cuerpo para que puedan salvarlo.

—¡Kim Jongdae! Refugiado doce. —Escucho que gritan desde adentro y el avión despega para perderse en el cielo nocturno antes de que la lluvia de fuego caiga.

Los médicos y enfermeras somos llevados hasta el búnker. Mañana llegaran los heridos y más. Estaremos vigilados, porque si uno de nosotros muere, nadie podrá ocupar su lugar.

No pueden arriesgarse y salir, es un suicidio cuando tienen cierta idea de tu ubicación. La violencia y recurrencia con la que atacan nos dice que no tendrán piedad y, en el fondo, sé que los nuestros tampoco la tienen.

En uno de mis bolsillos hay un pequeño dibujo, seguramente ese niño lo puso ahí cuando estaba ayudándole a empacar.

—Cuidate mucho, por favor. —Encierro el papel entre mis manos y las lágrimas corren.

Nos espera una larga noche, horas de encierro y un viaje por las camillas del infierno.

Fuerza de AtaqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora