Aún puedo sentirte con vida.
No hice nada. Toda la tarde custodié a mi hijo y, en cierta medida, a mis tíos; parte de la culpa la tenían ellos y sus estúpidos dotes de buena gente.
Esa seguía en la casa y en la habitación de mi hijo, tenía de hacerla desaparecer, solo así descansaría por las noches sin miedo a que esa pulsera se enterrara en mi cuello como una correa.
—Todo se ve tan tranquilo, — me dijo mi tía e intentó tomar el carrito del bebé sin éxito; estaba demasiado tenso. —Iré a buscar unas flores que me gustaron, ¿esperarás aquí? —, asentí a su comentario.
Me adentré en la plaza, como durante estos meses, y en un punto ciego entre los árboles, perforé la tierra con una rama y enterré, debajo de ella, la maldita pulsera. Fue muy simbólico, se sentía como si enterrara a mi hijo. Pero no, yo estaba destruyendo la herencia de ese monstruoso hombre.
—¿Qué hacen aquí? — La oí llegar por detrás.
—Algo me llamó la atención y, vine a investigar.
—No creo que sea bueno arriesgar al bebé en eso.
—No, eso pensé. No pienso arriesgar a mi bebé. — Con mis manos retiré unas hojas que habían caído entre las mantas. —El clima está cambiando, hay que irnos.
Debí quedarme un rato más; mi tío creyó conveniente esperar a que estuviéramos cómodos en casa para decirme que tendríamos una visita. La parejita se veía extraña y feliz; no me agradaba ver que sus sonrisas se hacían más grandes al verme.
—¿Qué podemos prepararle a la visita?
—Solo dime qué frascos debo abrir y cuantos platos debo poner en la mesa.
—¿El bebé está bien? — Cerré el grifo.
—¿Qué?
—Luces cansado, ¿el bebé durmió bien? —, inquirió y en sus manos me mostró dos cebollas que tomé y comencé a pelar y picar. —No es bueno que el niño duerma en la misma habitación, necesitas tu espacio.
—Me costaría mucho dejarlo solo, aún es muy pequeño.
—¿Lo harás al año?
—No lo sé.
Bebé estaba jugando en la sala, un lugar cerrado y con almohadones. Desde sus primeros movimientos autónomos solo ha creado desastres a su paso. Cuando se enfocaba en un objeto, lo tomaba, lo sacudía, lo investigaba y lo dividía en partes hasta que se volvía un objeto diferente o, como decía mi tío, chatarra. Aún así, los restos parecían divertirle mucho. Algunas veces los sepultaba en las macetas y otras veces los abandonaba en cualquier lugar de la casa, siempre ante la vista atenta de todos. Solo los juguetes de madera le oponían resistencia, pero no lo detenían.
—La astilla llegó muy profundo, ya no hay que comprarle de esos juguetes. — Mi tía tomó el pequeño soldadito y lo arrojó a la basura.
—Lloró mucho. — Me recriminé. —No pensé que intería romperlo utilizando otros juguetes.
—Va experimentando, tarde o temprano será un experto... — Me regañó. —Tienes que ponerle un límite, — dijo y terminó de adornar el plato del invitado. —En verdad, necesita límites, — suspiró cerca del vapor de la olla.
Ella se había asustado. Las manos de mi hijo estaban manchadas de sangre, pero no soltaban el muñeco hecho pedasos. Mientras intentaba limpiarlo y curarlo, él seguía inmerso en su juego, con lágrimas y dolor, pero en su juego.
—Está durmiendo. — No quería dejarlo solo en un momento así, la visita podía esperar. —Iré a verlo.
Llegué a la puerta con tres peluches en mis manos que fueron recolectados en el camino; todos eran de aspecto tan inocente.
Su sonrisa aumentaba con cada uno de mis pasos, estábamos conectados. Me incliné sobre su cuna y vi sus hermosos ojos; eran atrapantes, profundos y de aspecto dulce.
—Rompiste el trato, — le recordé y arrastré las mantas sobre su cuerpo. —Un pajarito cerca de tu ventana está, ¿lo escuchas silvar? ¿Lo escuchas bailar? Muy cerca de tu ventana está. Tus ojitos lo pueden mirar. Lo veras. Lo veras. En tu nariz se quiere posar. — Le di un beso. —Dulces sueños, bebé.
No se puede enterrar el pasado pero, ¿puedes destruir todo que le que une a ese pasado?
No sentí miedo, fue algo diferente. Juraría que mis ojos se inundaron de sangre y desprecio cuando lo vi sentado en la mesa. Incontrolable y detestable, pero sonreí. El hipócrita más grande del mundo sosteniendo un ramo de rosas rojo sangre sobre su pecho y, en su cintura, el cinturón soportando su arma de plomo cargado; lo único que tenía valor y huevos en él.
—Sehun, ¿qué esperas? ¿No saludarás?
—Buenas noches, — respondí.
—¿Cómo has estado muchacho? Tu padre nos dijo que te enlistaste en el ejército.
—Sí, cree que fue una mala decisión. — Me clavó los ojos, pero yo hice más que sostenerle la mirada hasta que cedió; seguía siendo un imbécil, solo que esta vez tenía un uniforme.
—Nuestro sobrino se marchó muy joven. Fuiste más inteligente en ese caso, más maduro... Pero ahora Sehun está en casa y con nuestro hermoso nieto. — El rostro de mi ex- prometido se retorció a causa del picante.
—Recuerdo que la conversación fue compleja ese día... Tu tía no estaba dispuesta a dejarte ir, Sehun. ¿Lo recuerdas?
—¿Qué esperabas? Era joven y con una carrera por delante. ¿La guerra? Casi me muero cuando llegó con esa carta a casa. ¿Quién demonios se la dio?
—Fue mi tío. — Ella se quedó en silencio, se levantó y, con su plato, fue hasta la cocina.
—Vuelvo en un momento... Disfruten de la cena.
—Gracias, tío. — Miré a mi acompañante. —Solo es una discusión matrimonial.
—También, ¿discutían tu esposo y tú?
—No te haces una idea. De todas formas, me embarazó dos veces y, últimamente, siento que está muy cerca.
—¿Lo extrañas?
—¿Qué dices? — Sonreí. —Tienes razón, lo extraño un poco... Bebé está creciendo, pero no necesita de él.
—Tu tío me dio su apellido, pero nunca había escuchado nada de él... o de alguien así.
—Es normal. — Me incliné sobre la mesa. —¿Quieres saber un secreto? — Dejó los cubiertos. —Fui violado, nunca me case. — Se levantó de un salto, pero mi tío llegó para calmarlo. —No te sientas mal, a estas alturas, ya no siento vergüenza.
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Fuerza de Ataque
RandomQueridos tíos: ¿Cómo están? Espero que muy bien. Como sabrán, hoy se cumplen dos años desde que ingresé al cuerpo de sanidad militar como médico. Recuerdo que prácticamente entraron en crisis cuando se enteraron, pero era algo i...