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Era el ser más estúpido del planeta. ¿Por qué? No lo sé.

Atendí a mi verdugo como si fuera un paciente más. Hice el esfuerzo de ignorar lo que su existencia y sus ideales significaban para mí. Escapé en medio de la noche buscando el maldito maletín que habían utilizado para mí semanas atrás.

¿Me acostumbre a la idea de que nunca podría regresar a mi hogar? ¿Acepté que ese era mi único destino? No, solo hice lo que para mí era algo normal. Sí un soldado podía disparar y atacar sin pensar en quién era el receptor de sus acciones, yo haría lo mismo pero con medicinas.

Por suerte, el terror que les inspiraba ese sujeto a los soldados me había ayudado a llegar sin problemas hasta la vieja habitación. Al parecer cuando ese hombre volvía a su territorio, el cuarto en el que estuve preso y su cabaña, las zonas se volvían prohibidas.

—Eres el imbécil con más suerte que he conocido. —Dije sacando las cosas del maletín—. En verdad espero que nunca despiertes, porque estoy seguro de que voy a lamentar esto.

Limpié la herida y apliqué presión para detener el sangrado. Con cuidado realicé la sutura de la herida y limpié la piel que la rodeaba.

Luego de analizarla por unos minutos, determiné que se trataba de un corte realizado por el roce de una bala en la piel. Tal vez tuvo un enfrentamiento con otros grupos y esta fue una consecuencia material de los hechos. Suspiré y me senté en una esquina de la cama; unos centímetros más a la derecha y habría muerto. Un escalofrío sacudió mi cuerpo ante la idea de que el campamento cayera en manos de algún enemigo, sería la segunda vez que presenciaría un evento tan aberrante como ese.

—Me preocupo por tu vida porque de ella depende la mía. —Me dije una y otra vez para convencerme y perdonarme—.  Este no es mi lugar. —Me levanté y caminé hasta el maletín. Una jeringa con los mililitros adecuados solucionaría todos mis problemas, porque no había ninguna garantía para mí. En mi nuca podía sentir como la vergüenza y el deshonor picaban mis nervios y hacían arder mis ojos. Era la doble moral que se les impartía a los médicos que pertenecían a un ejército, puedes y debes servir a todos sin distinción alguna, pero no debes ayudar  a un enemigo.

La aguja brillaba con el líquido sobresaliendo de su punta, solo serían unos minutos. Solo un cuerpo más, eso es todo.

Mis nervios y los golpes en la puerta me obligaron a patear lejos mi sencilla retirada.

El comandante seguía reposando en la cama, tan vivo como un saco de papas sobre una carreta. Si alguien entraba la culpa de  su estado sería adjudicada a mí, y no podía permitir eso. En esa ocasión yo no tenía relación alguna con el estado del saco en descomposición vestido con uniforme militar.

Me acerqué a la puerta, los golpes eran leves pero con demasiada seguridad. El sujeto que estaba del otro lado podía sentir respeto, pero nunca miedo. Me aventuré con el peor de los presentimientos y abrí un poco la puerta sin retirar el seguro.

—Kyungsoo... - El soldado sonrió al escucharme, pero sus ojos se deformaron cuando lo dejé pasar.

Desde la noche en la que escapé no había vuelto a tomar contacto con Kyungsoo. El comandante me trajo al campamento durante la noche y no me ha dejado salir desde entonces.

Cerré la puerta detrás de él. Con miedo señalé hacia el gigante dormido en la cama, pero Kyungsoo no se inmutó ante ese gesto. Su atención se centraba en mí de una manera inquietante.

—¿Qué le sucedió a tu rostro? —Su pregunta me hizo recobrar el sentido acerca de cuál era mi lugar en ese sitio.

—Ya sanará... —Con esa pregunta Kyungsoo se refería a la marca que había dejado el látigo. Sin embargo, esa era la más pequeña e inofensiva en mi cuerpo.

Recuperar la conciencia era darme cuenta de lo estúpido que había sido.

Kyungsoo tomó una de mis manos y corrió la tela de la camisa; largas y potentes líneas estaban marcadas en diferentes tonos oscuros sobre mi piel.

—¿Nada de lo que hay en el maletín te es de ayuda? —Con su pie golpeó la jeringa que estaba en el suelo, el líquido salió y se derramó por el suelo.

—Voy a tirarlo. —Me agaché para recoger el artefacto pero Kyungsoo me detuvo.

—No. —Lo levantó y lo arrojó en un tacho que estaba en una esquina—. ¿Qué le paso? —Me preguntó con calma.

—Tenía una herida en el cuello. —Titubeé. Mi cuerpo estaba temblando al recordar todo—. Kyungsoo...

La luz de la oportunidad aún brillaba para mí. No quería sentir más dolor del que ya tenía. Hundí mis manos en el maletín y busqué alguna pastilla que tuviera alguno de los componentes de las pastillas del día después.

Antes de que él despertara, buscaría la forma de ser libre, incluso, si esa brusca decisión me llevaba a pudrirme encadenado a ese viejo y sucio cuarto.

Fuerza de AtaqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora