17

129 15 5
                                    

Los ciclos, en la vida, deben cerrarse en alguna ocasión y no volver nunca más. Sin embargo, en mi vida era común cruzar el mismo viejo, podrido y destruido puente una y otra vez. No importaba el peso del dolor, sino la cantidad de veces que caí ante él.

Un sonido molesto, irritante, como el de la madrugada en la que lo perdí todo. Un sonido que a cada segundo se volvía terrible, una sombra amenazante y siniestra.

Me levanté como de una pesadilla y me siguió el capitán; ambos mirábamos hacia la puerta, pero él se levantó y tomó sus ropas.

—Capitán... —pronuncié lentamente como una advertencia, una muy innecesaria. Él estaba caminando en un límite lento y cauteloso; algo estaba detrás de esa puerta, flotando sobre todos.

—Humo —me dijo sin preocuparse y sacando su arma de la chaqueta.

—No puede...

—Supongo que alguien quiere jugar. —Abrió la puerta, salió y la cerró; una lluvia de balas atravesó todos los costados y las ventanas tapiadas. Quedé inmóvil en el medio de la cama y con la puerta frente a mi. ¿No podía estar muerto? ¿Verdad? ¡¿Lo mataron tan fácilmente?!

Salté aterrado y me vestí con lo que había a mano. Por los orificios no entraba luz alguna, seguramente aún era de noche. ¿Su cuerpo podía estar afuera? ¿Lo encontraría suspendido en la nieve? ¿Seguiría vivo? ¿Podría...

Revisé la mesa de luz en busca de algo que me sirviera como defensa, pero no había nada. Estaba completamente desprotegido. Caminé con rapidez hasta la puerta y la abrí esperando lo peor: balas, un cuerpo o más, sangre, muerte... Solo estaban los casquillos y una semiautomática semi enterrada en la nieve. ¿Se lo llevaron? No había rastro.

Con el arma en mano, rodeé la cabaña para llegar al campamento. Todo estaba ardiendo en llamas. Las primeras cabañas ya estaban en ruinas; el fuego lo consumía todo. Las paredes, los techos y parte de los árboles estaban a merced de la combustión.

—Mier... —El campamento era una enorme antorcha; ni la oscuridad podía con semejante luz destructiva. Los habían atacado por la noche. ¿Cómo podía ser eso posible?— ¡Kyungsoo! —Corrí por esos pasillos atestados de humo hasta llegar a la cocina y, de ahí, crucé por un corredor hasta su cabaña. La construcción aún estaba intacta aunque, por dentro, todo había sido revuelto. Quería pensar que tuvo tiempo para escapar y refugiarse en algún lado.

A través de los pasillos no se escuchaban estruendos de armas o bombas, ¿se habían retirado? ¿Salieron en busca de sobrevivientes? Agaché la mirada porque tal vez ese sería mi último lugar en el mundo. Nadie rogaría por los caídos o reconocería a los suyos. Era el momento crucial, ese que te dice que el camino ha terminado. Mi cuerpo estaba temblando por el frío, incluso entre tanto fuego. Por unas horas la nieve conservaría las huellas de los pobladores de su territorio. Ese suelo blanco mostraba el camino que habían tomado los sobrevivientes; excepto unas marcas arrastradas y hondas que tomaban un camino que conocía. El lago. Guardé la semiautomática y sequé con las mangas de la camisa las lágrimas que había liberado sin darme cuenta. Esas marcas tenían que ser una señal, una pasaje de salida que tomé.

El lago, congelado y tramposo, se veía mucho mejor que la única vez que lo crucé. El hielo podía soportar una buena cantidad de peso sin venirse abajo. Quienes hayan cruzado estaban a salvo del otro lado del bosque.

—¡Será mejor que te mueras perra asquerosa! —Corrí hasta esos gritos y en un parpadeo la vida de alguien más se cruzó en mi camino. El estallido hizo que Kyungsoo soltara un grito lastimero y se aferrara al cuerpo que estaba en el piso.

—Kyung... —Me avalancé sobre él y lo separé del cuerpo—. ¿Qué le pasa? —Le pregunté con toda la calma que podía; mis manos aún temblaban bañadas de pólvora.

—Tiene... ¡le dispararon! —Se acercó y pude notar la mancha de sangre en el traje de su pareja—. Kai... ¡Kai! —Se quejó cubriéndose el rostro y llorando. Respiré profundamente y acerqué mi oído a su pecho, latía. Su respiración era suave.

—¿Solo fue un disparo, Kyungsoo? —Él negó.

—Volamos contra... una pared, pero él me cubrió. —Tanteé con mis manos detrás de su cabeza, una pequeña hinchazón estaba creciendo.

—La bala salió y no tocó ningún órgano vital. —Le dije con una media sonrisa—. Está inconsciente, pero debemos salir de aquí.

Mi propuesta se oía difícil cuando el cuerpo que teníamos que cargar era el de Kai y no el de Kyungsoo.

—¿Estará bien? —Acunó el rostro de su pareja con dulzura y juntó sus frentes.

—Sí, es demasiado grande, ni el diablo puede cargarlo. —Le respondí—. ¿Quién era ese tipo?

—No lo sé, creí que habíamos elegido el camino correcto, pero alguien nos siguió. —Secó sus lágrimas—. Gracias. ¿Y el comandante?

-No sé. -Busqué la herida en el costado del abdomen y la sellé con un pañuelo que me dio Kyungsoo.

—Necesitamos encontrar al resto.

—Es peligroso buscar a tientas con un hombre herido y un chico embarazado. —Le quité el arma a Kai y se la di a Kyungsoo—. Voy a buscar provisiones en el campamento, si alguien se te acerca, dispara. -Miré a Kai y Kyungsoo asintió.

—Ten cuidado.

—Sí.

Rasqué los restos de la ruinas y revisé toda habitación que había en el predio. Los suministros estaban por todas partes, tirados y pisoteados por el deseo de huida; junté los que pude y los coloqué en una funda de almohada. También agregué alimentos y algunas ropas; todo lo demás estaba perdido entre las llamas.

—¡Capitán! —Le grité a una sombra que cruzó detrás de unos árboles. Tenía que ser él, no podía ser otro. Estaba por correr tras ese espejismo de humo hasta que recordé a Kyungsoo y su desesperante situación.

Los ojos del soldado Kim estaban perdidos en el rostro de su pareja; se había despertado por las frías lágrimas que habían golpeado su frente.

—Kyung...

—No hables... Todo estará bien.

Fuerza de AtaqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora