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Entre choque de pieles, me negué completamente a la penetración. Me escurría como un gusano en el sol debajo de él. Mis muslos saltaban entre sus manos y se ponían rojos cada vez que él hacia presión.

—Fue suficiente... —Me dio una nalgada y gemí. Su pene erecto ya estaba dispuesto.

—Por favor... —Coloqué mis palmas sobre su pecho—. No, no quiero embarazarme.

—Te tienes demasiada fe. —Dijo quitándole importancia.

—Voy a quedar embarazado, nunca he tomado medicinas, no usaba drogas peligrosas, nunca he adulterado mi fecha por ningún motivo, estoy completamente sano y por tu culpa mi cuerpo está segregando más fluido de lo normal. —Le escupí mientras le golpeaba el pecho—.  Además, te vienes como una bestia cuando eyaculas. Estoy aterrado. No lo hagas.

—Eso no es asunto mío.

—Bien, entonces... —Me acerqué—. No te importará que lo aborte en este asqueroso campamento. —Su mano fue hasta mi cuello y presionó—. No voy a engendrar al hijo de un destructor. —Solté con el poco aire que me quedaba.

—Es verdad, pero tu ya eres mío. —Me soltó y colocó su pene cerca de mi entrada—. Esto es mío. —Presionó mi pene—. Tu culo es mío, y lo que hagas con mi esperma, también. Te joderé con más fuerza y me descargaré cómo y cuándo quiera.

—¡No! —Su verga atravesó mis fluidos—. No, no quiero... sácalo... —Su cadera chocó con todas sus fuerzas y llegó a lo más profundo, robándome todo lo que quería proteger—. No...

¿Qué caso tenía? Solo se necesitaba el presemen para cumplir con la fecundación. ¿Por qué intentaba resistirme? Todo estaba hecho.

Cedí como lo había hecho las últimas veces. Coloqué mis manos en sus hombros y clavé mis uñas para soportar las embestidas. Su cuerpo se detuvo pero no salió de mi interior; me miró fijamente y presionó sus manos en mis caderas. ¿Quería verme sufrir? ¿Le gustaba más que llorara? ¿Qué gritara?

Guardé silencio por un minuto y una gota húmeda y densa cayó en mi frente. Y pedí el control cuando el gigante se derrumbó.

—¡Ey! ¡Ey! —Mi cuerpo estaba atrapado por su culpa; llevé mi mano hasta mi rostro y maldije al ver la sangre.

Con cuidado pasé mis dedos por su cabeza, no tenía ningún hematoma y, por alguna razón me sentí aliviado y molesto.

—Escúchame, idiota, si me embarazaste le debes una vida de sueldo militar a mi vientre. —Lo corrí un poco, su sonrisa se extendía sin problemas sobre mi pecho.

—Así que, sí recuerdas como atender a alguien.

—Nunca dije que lo había olvidado, dije que nunca atendería a un perro rabioso y ... —Metió su pulgar en mi boca y apretó mi lengua.

—Eres demasiado hablador.

—Y tu un imbécil.

—Abriste la cicatriz de mi cuello.

—No debiste romper la cama. Ese golpe era lo mínimo que te merecías.

Tomó mi mano izquierda y la colocó sobre la herida, estaba caliente y la sangre seca dejaba una sensación áspera en mis dedos. Este idiota estaba cargando con semejante daño en su cuello sin ningún tipo de atención primaria. En cierta forma, me recordaba a Kyungsoo y su indiferencia hacia su estado físico. Esa actitud parecía un pacto con la resignación. Sabían que no podían cuidar de sus heridas, pero mientras pudieran respirar se encargarían de que los otros no sobrevivieran a las suyas.

—No puedes limpiarte esa maldita cosa.

Me irritaba como la guerra y el poder cegaban a los hombres más fuertes y los empujaban a destruir y a dejar de lado las necesidades básicas del ser humano. ¿Acaso tan poco vale una vida humana? ¿Por qué luchar si morirás de todos modos? ¿No ven que destruyen el futuro? ¿No saben que las vidas que se lleva la tierra no vuelven nunca más? ¿Por qué insisten en matar a aquellos que no han hecho nada? ¿Por qué eligen atacar a los inocentes?

La sangre me recordaba a los que cayeron y a los que mataron para no caer. Inconscientemente comencé a llorar al pensar en el pequeño que estaba a salvo y que escapó de la muerte en ese avión. Lloraba de rabia porque sabía que algún día él sería como el comandante, ganaría, perdería, sangraría y caería ante alguien más.

Fue por esa razón.

Nunca deseé tener hijos, porque tenía presentimiento, en el fondo de mi corazón, de que me lo arrebatarían de las manos para que fuera el sacrificio de una guerra sin gloria. Tantos jóvenes se habían perdido en una masa de odio, violencia, acero y pólvora.

Abrí los ojos para horrorizarme con la sangre que bajaba por su hombro. Él estaba inconsciente y los dedos de su mano temblaban sobre las sábanas. Ahogue un grito y llevé un poco de tela hacia el lugar.

Tenía que hacer algo antes de que comenzara a convulsionar.

Fuerza de AtaqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora