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El brazo de Kai estaba aferrado a la cintura de Kyungsoo. Su atención puesta en los gestos nerviosos de su pareja.

—¿Qué sucede? —Preguntó sin indicar un receptor posible.

—Necesitan operarte otra vez —respondió su compañero sosteniendo su mano.

—¿Y eso? ¿Es todo? —Buscó los ojos de su chico—. ¿Qué te tiene así?

Yo aún pensaba en una forma de explicarle a ese hombre que debía dejar sola a su pareja embarazada. Todo era por su bien, pero difícilmente él lo vería de esa manera.

—Tienen que trasladarte a otra base —articulé—. Está en la ciudad y es la mejor de todas, pero tienes que ir solo. - Solté y me preparé para su reacción.

—No. —Respondió con simpleza.

—Pero Kai...

—No, Kyungsoo. —Aflojó su agarre y acercó más a su pareja.

—Necesitas la atención médica —quiso razonar—. No puedo creer que te cierres de esa manera, lo necesitas.

—No necesito eso.

—¡Casi mueres!

—Te dije que no estoy muerto. Estoy bien.

—No puedo entenderlo.

—Oye, no llores, Kyung. —Su semblante estaba rígido y seco; no iba a ceder.

—¿Por qué tienes que ir tan lejos? —susurró—. Esto es lo que necesitas.

Kyungsoo parecía entenderlo perfectamente, pero Kai tenía su propia evaluación de los hechos. Estaba claramente decidido a quedarse.

—No voy a ninguna parte sin ti, Kyungsoo. —Gruñó—. Además, estás embarazado tengo que cuidarte.

—Pues entonces haz ese viaje, cúrate y vuelve por nosotros.

—No pienso irme.

—Kai, debes entender que puedes curarte y volver. Nosotros cuidaremos de Kyungsoo. —Su mandíbula se apretó.

—¿Cuidarlo? —Sonrió—. ¡Ni siquiera pudieron garantizar tú seguridad! ¡¿Cómo puedes decirme que me quede tranquilo?!

—¡Suficiente! —dijo Kyungsoo—. ¡Sehun!

Cerré la puerta y caminé a toda marcha hacia el patio. No era suficiente cien, doscientos metros; me adentré en el bosque y me deje caer detrás de un árbol. Miré hacia todos lados y lloré. Mi cuerpo fue inundado por temblores y una angustia extraña, como si el terror de todas esas noches se repitiera una y otra vez en alguna parte de mi ser. Golpeé con fuerza mis muslos y me atraganté con la ira. La tos salió con las últimas lágrimas y me refugié en mi regazo. Tenían razón, nadie podía estar a salvo. No había lugar para esconderse. Todos caían tarde o temprano. El tanque más poderoso era destruido y el hombre más astuto perdía la vida sin saber siquiera. Era mejor no tener nada, antes que perderlo todo.

—Ya... —Sequé mis lágrimas y respiré con mi espalda apoyada en el tronco del árbol—. Es hora de dormir. —Me recordé. Busqué las llaves en mis bolsillos y fui hasta una habitación; la cama era cómoda y no había ventanas ni nada que molestara. Debajo del colchón saqué una botellita con cápsulas de estazolam y tomé un par, necesitaba una buena dosis. Los bloques perfectamente cortados de cielo raso se veían bien, hasta que los límites entre unos y otros se difuminaron. Cerré los ojos y los volví a abrir para ver como mis manos se movían en cámara lenta sobre mi vientre hasta cubrirlo con las sábanas; sentí algo cálido sobre mi cuerpo y me incliné de costado.

En sueños podía recordar la última vez que comí un dulce de chocolate junto a mis amigos de secundaria; la boda de Kris y Tao; la sonrisa de Minho cuando hizo un viaje relámpago para ver a sus gemelos antes de internarse en la base; todo era mejor en mis sueños. Sueños a los que me inducía mediante una droga. No había miedos, ni dolor. Tampoco había recuerdos de él.

Mis dedos y mi cuerpo estaban adormecidos pero se mueven sobre la tela y la almohada. El sonido de unos pasos llegó hasta mi; una caricia se desplazó por mi frente y juegó con mis cabellos. Sabía que estaba alucinando. Nada era real. Yo estaba solo en esa habitación. Estaba llorando y sangrando por dentro, pero con una máscara de serenidad colgando por fuera.

Si podía cubrirlo todo, lo haría. Cansado de la realidad, empecé a pensar en los buenos momentos que podía revivir desde un lugar tan cómodo como la cama.

Quiero que lo revises, Kris. —Las figuras estaban ocultas en una nube de polvo y humo.

Él no quería...

Es una orden. —Una de las figuras se retiró y otra pasó a ocupar su lugar.

Lo siento, Sehun. —Un sobre cruzó de un extremo a otro y las sábanas comenzaron a faltar—. Tao, pasame el maletín.

Tomaba las pastillas para dormir, para seguir durmiendo y para olvidar; lo último era una vil mentira. Yo no podía olvidar tan fácilmente. Recordaba cuándo era mi cumpleaños; los meses de embarazo de Kyungsoo; la sonrisa de los niños refugiados; los ojos de ese hombre.

Había miles de cuadros colgados en mi mente. Cada tanto caían al suelo para que yo volviera a mirarlos y a vivirlos. A mi tío no le gustaban las fotos, decía que le quitaban el valor a los buenos momentos y que inmortalizaba a los malos. Por eso me pareció raro que me tomara una foto junto al único chico que me invitó al baile, ¿qué habrá pensado ese pobre hombre? Mi tía decía que él no quería verme casado tan pronto, pero que la sociedad era así y que nosotros vivíamos en sociedad. Su postura era de resignación, una comodidad que le sentaba bien a una mujer que lo tenía todo solucionado.

Computadoras, celulares, redes y más, no podían contra el ideal social. Era algo con lo que no se podía luchar. Lo único que se consiguió con tanto avance era empeorarlo todo. Los jóvenes no querían casarse, pero los matrimonios se seguían arreglando. Nadie quería llegar a la guerra, pero había un sistema de honor y poder que se debía proteger.

Al final, las tecnologías ayudaron a humanos a cazar a otros humanos. Las armas nacían por montones en fábricas, pero cada vez había menos hombres y mujeres; los niños no crecían tan rápido y no vivían lo suficiente.

Podía oír el goteo, ¿suero? ¿Estaba en problemas otra vez?

Tao me miraba con ojos tristes y con los hombros caídos. ¿Qué había hecho ahora? ¿No pueden dejarme solo? ¿No puedo estar triste sin que me pregunten qué pasa? Solo quiero estar así y que nadie me juzgue o me tenga lástima. Quiero dormir y que los buenos momentos se queden para siempre.

Fuerza de AtaqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora