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Bebé se dormía con el sonido que producía el carrito al pasar por encima de las hojas secas de la plaza; solo con largos paseos podía calmar su inagotable energía. Cuando él se sentía en movimiento o rodeado de sonidos se calmaba y observaba a su alrededor hasta encontrarse con mi rostro. Tenía una sonrisa preciosa, pero un temperamento muy cambiante.

—Ve a realizar las compras con tu tío, yo cuido a tu hijo, —me dijo. —Vamos, te distraerás un poco. 

—No dejes que siga durmiendo o nadie tendrá buenas noches.

—¡Claro! Mantendré ocupado a este pequeñín. —Sonrió y cargó a su nieto con algo de esfuerzo y lo hizo aterrizar en su sillita especial. —No olvides traerle algo.

—Me lo pedirá cuando llegue, aunque no tenga idea de lo que es.

En la pequeña tienda, mi tío se dedicó a recordarme las mañas que tenía de ponerme la canasta de compras en la cabeza. Cada salida era lo mismo, llegábamos y yo tomaba una canasta y me la ponía en la cabeza, era divertido y no quería llevarla en las manos.

—Tu hijo tiene unas maneras de demostrar que está molesto...

—Solo fue una vez, además, no lastimó a nadie... Fue un mal berrinche.

—Creí que se tiraría de su silla. —Suspiró y me miró. —En verdad le cayó mal nuestro vecino.

—Es muy pequeño, no está acostumbrado a personas externas a la familia.

—Se está cerrando un poco.

—Tal vez, pero aún no necesita de nadie que no sea yo. — Coloqué un par de cosas en el carrito. —Puedes decirle a la tía que detenga sus intentos de meter a alguien en mi vida.

—No va a escucharme. Cree que se te simplificarán las cosas si te casas.

—Ya estoy casado. — Él se quedó en silencio y, seguramente, se arrepintió de mencionar el matrimonio; después de todo, un viudo o una viuda amarán a sus parejas para toda la vida, ¿no?

—Tu tía quiere cambiar esta marca, ¿cuál elegimos?

—Solo toma una que se vea bonita, pero no tan costosa, aún no es navidad o un cumpleaños...

—Cuando la guerra termine...

—Cuando la guerra termine, —repetí.

Después de eso, volvimos con calma hasta casa, charlando y pensando en lo aburrido que se había vuelto el pueblo. Las aves se habían ido hace tiempo, no quedaban ancianos, ni jóvenes. En las pocas cuadras solo quedaban los pobladores de edad madura, entre los treinta y cinco y los sesenta... ¿Nuevos miembros? Mi hijo, un pequeño de cuatro meses. 

Bebé solo tardó una media hora, un buen récord para la abuela, en enterarse que no estaba en casa. Cuando toqué la puerta y llamé a mi tía, su llanto se escuchó a través de la madera.

—Ya... bebé... —, llegué corriendo hasta él. —Todo está bien, solo salí un momento.

—No lo entiendo a este pequeñín,  —me dijo ella. —Hace unos momentos estaba muy tranquilo y amistoso, — yo solo sonreí y me lleve a mi hijo hasta su habitación para cambiarlo.

Subí distraído las escaleras y casi pierdo pie; no me habría importado caer, lo que en verdad me asustó fue reconocer que podía haber lastimado a mi hijo.

—¿Te asustaste? — le susurré aún con los pelos de punta. Él desordenó su cabello y miró hacia abajo; las alturas le producían reacciones extrañas, pero no les tenía miedo. Con suerte,  no sería tan torpe como yo.

Su cuarto era pequeño y cálido. Desde su nacimiento comprendí que algo colgaba en pedasos en mi, pero que esos extremos cortantes no podían lastimarme. Esos trozos de vidrio que brotaban como sangre desde una herida, solo estaban allí, estáticos; a veces podía verlos salir cuando alguien se acercaba demasiado a mi bebé. A mis ojos, su cuna era mi tórax y su cuerpo, mi corazón.

—Los niños pequeños necesitan dormir... — Un dulce y pausado tintineo vibró cerca de mi oreja. —¿Qué tienes? ¿La abuela te colocó esto en la muñeca para que jugaras...

Bajé por las escaleras con las manos cayendo sobre la baranda, mi tía me pasó una taza de café y me pidió que les hiciera compañía en la sala. La taza estaba muy cargada y caliente. Podía ver con claridad los dientes amarillos de la nueva visita y su patético intento por conectar mi mirada. Cada segundo se volvía más desagradable.

—Ya no hay buenos partidos para mi sobrino. — No hay hombres con vida, pensé. —Es desesperante, tan joven y viudo. ¿Pueden creerlo? Muy joven, — suspiró.

—Por suerte tiene a esa preciosura de bebé, — respondió su mejor amiga.

—Sí, pero ese niño necesita crecer en un ambiente familiar, como lo hizo Sehun.

—Pero, ese bebé tiene un padre y, la verdad, es un lugar muy dificil para ocupar.

—No, el ejemplo vivo somos nosotros. Sehun creció con nosotros y es un joven perfectamente sano y educado.

—Aún así, si hubiera sido mi nieto...

—Señora, el respeto al padre difunto siempre estará. Ahora, ese hombre ya no está y hay una vida nueva que necesita fuerzas y estímulos. —Bebió de su taza y continuo. —Sehun tal vez sienta que puede con esto ahora pero, ¿qué sucederá cuando no estemos? Tengo que asegurar la felicidad y seguridad de mi sobrino. El comandante Park era un gran hombre y ayudó a mi pequeño a volver a salvo, pero ya no está aquí. —Mi taza cayó al piso cuando escuché su nombre.

—¿Cómo... — Parpadeé y recordé la muñeca de mi hijo.

—Cariño, estuve averiguando sobre tu esposo... — Dejó su taza y tomó mis manos. —Pregunté por aquí, pregunté por allá y... esta mañana recibí la visita de un hombre encantador y uniformado, un comandante. Me contó sobre tu esposo, dijo que eran amigos, —cada palabra me golpeaba como no tenía idea, —le costó, pero me ayudó a calmar al bebé y le dejó un pequeño obsequio.

—¿Cómo... cómo...

—Bueno, el hombre me escuchó hablando con el vecino en la calle y me preguntó por un lugar en el cual quedarse, cuando vi su uniforme pensé que él podía saber algo y le conté... — No la dejé terminar porque corrí a la habitación y, aún sabiendo que podía despertar a mi hijo, tomé la pulsera...

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Fuerza de AtaqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora