Capítulo 32

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Me bajo del auto y me dirijo a los hombres de Ángelo, apostados en la entrada del edificio. Al preguntar por el día o visitas de Lena, comentan que nadie entró y tampoco ha salido. Los guardias no han anunciado a nadie que quisiera ir hacia ella y salvo yo, nadie ha subido a nuestro apartamento. Todo eso me hace tener la seguridad en que lo de la alarma, hace parte de sus juegos. Saludo al par de guardias al pasar y me dicen, que todo está normal.

Entro al ascensor, moviendo el llavero de mi auto con mi dedo índice, al compás de mis silbidos y sonrío. Por un momento me preocupé por la visita a al astillero, pero parece que fue paranoias mías. Las puertas del ascensor se abren y me encuentro con nuestro hogar en la oscuridad. "—Otra de sus locuras ¿Qué novela es esta vez? —" sonrió.

—Cara ¿Ahora eres Drácula? —pregunto haciendo palmas lo que activa las luces en todo el salón —¿Por qué estas a oscuras? —dejo las llaves en la encimera y me dirijo a la cocina deseo asegurarme que probara bocado. Salvo un vaso en el suelo, no hay rastros que ella se alimentara el día de hoy —¿Por qué no comiste ¿Quieres comerme a mí...?

Recibí la alarma que alguien quiso entrar al cuarto de seguridad, pero sabía que era ella. Estaba sola en casa y solía aburrirse, estuvo curioseando por todo el penhouse y se topó con la habitación de pánico, la que servía también de caja de seguridad. Ese sitio en donde tenía que esconderse en caso que su vida o la mía corriera peligro, aquella que se ha negado a saber la clave. Solía presionar números al azar, solo para decirme que estaba en casa y me esperaba, yo corría a su encuentro tal cual lo hice hoy.

Su silencio no me asusta debe estar oculta en el cuarto como suele hacerlo cuando llega primero que yo. Siempre que sucede finjo siempre sorpresa al ser asaltado por sus piernas en mi cintura. La realidad es que, desde que voy por ella a su oficina y me dicen que ha salido primero que yo viajo a casa encendido. Recojo el vaso de vidrio tirado en mitad de la cocina y lo dejo en el fregadero con una media sonrisa.

—¿Hoy había fútbol sabes? Pude ser portero, pero no estabas allí... recibí tu mensaje —sigo diciendo y me quito la chaqueta que dejo junto a los muebles de camino a la habitación —la madre Carmen te envía saludos y te recuerda que la próxima semana te toca a ti la receta de repostería.

—...

Avanzo hacia la habitación pongo la mano en la perilla y sonrió empujando la puerta lentamente. La sonrisa se borra de mis labios al ver la oscuridad de la habitación y no hay rastros de ella o sus cánticos. Enciendo las luces con el mismo mecanismo lo que veo me hace correr hacia ella. Esta acostada en la cama, con los brazos extendidos y sus ojos cerrados.

Corro en su dirección y la tomó en brazos, sé que algo va mal al ver que su cuerpo está flácido y no muestra señales de nada. Quizás es una de sus crisis pienso al darme cuenta que no está jugando, grito desesperado su nombre mientras mis manos golpean sus mejillas en búsqueda de color, porque la palidez que encuentro en ella no me gusta.

Un frasco en mitad de la cama llama mi atención y lo tomo con la mano libre.

—¿Qué es esto? —pregunto confundido y aterrado, desconozco la procedencia de ese frasco o su uso, sólo sé que no es nuestro. —Cariño ¿Qué hiciste?

La tomo en brazos y con mi corazón latiendo a millón guardo el frasco en mi bolsillo mientras mi mente repite una y otra vez que ella no pudo hacerse daño. De ninguna manera, me dejaría solo... Esta mañana hacíamos planes, reíamos y salvo el dolor de cabeza, todo estaba normal.

Las teorías empiezas a hacerse en mi cabeza, alguien estuvo con ella...conocido porque le abrió la puerta, fue esa persona quien de alguna manera le dio a beber lo que sea fuera ese frasco. Recuerdo el vaso vacío en mitad de la cocina, tirado en la cocina, también las alertas de mi alarma.

Eclipse de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora