-¿Estamos infectados? -inquirí apenas, con la voz ronca-. ¿Todos nosotros?
-Yo... yo creo. No lo sé. Todo lo que sé es que he visto a gente convertirse -respondió Ben titubeando, pero sin perder los estribos que proporciona la honestidad cuando hablaba. Parecía que la brisa de otoño no se notaba en el ambiente, ningún cabello se movía, nadie respiraba. Clem me miraba con temor, a Duck le temblaban las piernas y Mark tenía un tic en un labio- y yo SABÍA que no habían sido mordidos.
El chico bajó los brazos y al mismo tiempo la mirada. Parecía llevar un costal de emociones reprimidas. Y en efecto, nadie podía culparlo: había perdido a su maestro y a un amigo en la última media hora. Nadie lo interrumpió, ni siquiera Larry, que no le quitaba el ojo de encima, buscando detectarle algún tic o temblor en la voz para dictaminar que eran mentiras. No obstante, cuando Ben habló, su voz se oía tan apesadumbrada que no pude evitar sentir pena por él:
-La primera vez que lo vi pasar, todos estábamos escondiéndonos en un gimnasio, pensando finalmente que estábamos a salvo. Pero una de mis amigas, Jenny Pitcher, no pudo controlarlo. Tal vez fue la ansiedad -aventuró el chico poniendo ambas manos en los bolsillos de sus pantalones y mirándonos a todos consecutivamente-, pero tomó pastillas. Muchas, de hecho. Cuando alguien entró al cuarto de ella al amanecer... Dios.
-¿Qué pasó después? -preguntó Doug con tono parco.
-Ella atacó, pero la neutralizaron rápido -respondió Ben mirándolo-. Ya muchos pensaron que el gimnasio no era un lugar seguro. El señor Parker nos llamó al cabo de un par de días. Escapamos algunos, tal vez con el temor de que ya sabíamos que todos portamos esto.
El chico se interrumpió un momento, pero, respirando con fuerza y soltando un largo suspiro, continuó:
-Montamos un campamento lejos de aquí, al noreste. Pero un grupo nos atacó. Lo de Jenny fue hace semanas, esto fue hace un par de días a lo sumo. Travis, el señor Parker y yo logramos huir a tiempo.
Como si de una respuesta se tratara, la primera campana que Doug había instalado comenzó a sonar y el cable ejercía presión sobre la misma. Los niños corrieron detrás de la RV con Katjaa y los demás nos agachamos. Doug, Mark y yo nos agachamos cerca del mecanismo, Larry cerca de su hija y Kenny estaba cerca de la camioneta amarilla.
-¡Doug, funciona, carajo! -susurró Mark con una sonrisa radiante. Tal vez el haberle dado comida lo motiva.
-Claro que lo hace -sonrió el chico y, con una seña de parte de Larry, todos nos callamos. Oíamos a un hombre sacudirse la grava y levantarse del suelo; había tropezado con un hilo que había colocado Doug. El otro lo miraba mientras que se levantaba. Decidí asomarme un poco.
Los dos eran de complexión robusta y con cabello color marrón café y castaño claro respectivamente; los dos tenían una tez pálida aunque un poco amarillenta, y su vestimenta, sencilla pero sin escatimar las últimas modas, daba a suponer que venían de lejos o de muy cerca. El acento, completamente marcado por las zonas del campo aledañas a Macon, los delató:
-Maldición -se quejó uno de ellos con voz pastosa-. ¿De dónde salió esto?
-Ten cuidado por donde caminas -le respondió el otro con un tono más amable.
Me acerqué un poco más a un resquicio de la madera que me permitía ver mejor fuera. Uno de ellos tenía un bidón para la gasolina. Lily tenía el ceño fruncido y los miraba por encima del motor grisáceo del aire acondicionado de la recepción. Le temblaban ambas manos. Ben se aproximó cerca del camastro para observar y Lily lo miró con desdén.
-¿¡Quiénes son ellos!? -preguntó la mujer con un ademán.
-¡No lo sé! -susurró Ben mirándola con temor. Yo negué un poco con la cabeza. Cuando papá logró adquirir la farmacia hace ocho años, siempre decía que nunca debíamos creernos más por lo que tengamos. Sino: ¿por qué siempre somos carentes ante lo esencial?