Fruncí un poco el ceño, parpadeé perplejo, pero dejé que hablara:
-Oí de un tipo llamado Lee Everett, un profesor de Athens que mató a un senador que se acostaba con tu mujer. Y esta tienda es de tus padres; cuando llegué a reportar, la gente de acá pensaba que el hijo tenía ganada la cadena perpetua, pero yo soy una reportera para la WABE en Atlanta.
Me crucé de brazos y ella tomó una pausa, sin darse cuenta todavía que Clementine contemplaba la escena, aunque callada, con los oídos atentos.
-Le puse atención a los comentarios. Sé que eres un asesino. Y, para ser franca, es una habilidad que puede sernos útil.
Proferí un pequeño bufido y negué con la cabeza. Tal vez sea un loco por acostar a un senador, tal vez tenga mucha cordura por haberlo hecho (quienes odian el poder, si el mundo no se hubiera ido a la mierda, me alabarían y besarían mis pies sin dudarlo) pero por ahora eso no importa. Bien dijo Hershel: comenzarán a cuestionar TU honestidad y es desde ése punto donde tendrás problemas.
-¿Le has dicho a alguien quién eres o qué conexión tienes con esta farmacia? -preguntó Carley, ignorando mi mirada penetrante y lo poco comunicativo que estaba.
-No. He evitado el uso de mi apellido por una razón muy obvia -respondí con aspereza.
Cambié el gesto y ella me miró fijamente a los ojos. Tras tambalear un poco incómodo dado que notaba la insistente mirada de Clementine sobre mí, Carley levantó un poco ambas cejas. ¿Qué podría identificar ante ese gesto?
-Pareces un buen tipo y lo último que necesitamos son dramas. Tienes que cuidar de ella -señaló Carley a la niña en el escritorio con una mirada-. Y no hagas que me equivoque con esto, ¿ok?
-No está en mis planes -le dije y di un paso hacia ella. Carley no se mantuvo quieta.
-Bien. Porque si esto dura más de unos días y empiezas a ser un prejuicio para el grupo -no sonó a una amenaza, pero su ademán fulminante si lo indicaba-: tendremos un problema.
-Ya -contesté y ella cambió nuevamente al gesto. A uno más en estado de alerta, aunque con una sola palabra noté como una pequeña descarga eléctrica recorrió todo el cuerpo de la mujer delante de mí.
-No le diré a nadie -dijo ella con firmeza.
Volví a dar otro paso y mi sombra cubrió gran parte de su cara. En su gesto había firmeza, confianza y... comprensión. ¿Cómo poder confiar en ella? Claro, tras haber tenido nuestra plática reciente, contado que Doug la rescató, nos había ayudado afuera y había evitado que un caminante me atrapara cuando creí que sería el fin, Carley había hecho algo que no podía ni siquiera hacer con Kenny y su familia: confiar en ella.
-Gracias -le sonreí con un gesto de gratitud y ella me devolvió la sonrisa de inmediato.
-No te preocupes -y, después de dar un paso hacia atrás, puso su mano en la manija de la puerta y la hizo girar. Tras dirigirme una última mirada penetrante, cerró la puerta tras de sí y oí como sus zapatos resonaban con la cerámica y se alejaban hasta el pequeño escritorio donde estaba la caja de donaciones y la radio que había intentado usar.
-¿Lee? -preguntó una dulce voz detrás de mí y me giré.
-¿Sí?
-¿Y si mis padres regresan a casa y no estoy? -inquirió Clementine levantando un poco las cejas.
La verdad era una muy buena pregunta. Tal vez los padres de Clementine estaban vivos, tal vez no, pero estaban muy lejos y Savannah hasta llegar al pueblo adyacente de Atlanta son varias horas de camino, no solo hablando del vehículo y sus posibles fallas, como pérdida de combustible o algo de su maquinaria, sino de los posibles contratiempos que podrían haber en la vía. Caminantes, pandillas y muchas variables que dependen del azar. En cuestión, es mucho más seguro que nos encuentren que quedarnos en un sitio. Tal vez el vecindario de Clementine ya haya sido invadido por esas cosas mientras estamos aquí. Y era, si es que Savannah había tomado medidas, más seguro de que no salieran de la ciudad que quedarse en ella.