El trayecto de vuelta al pueblo fue extremadamente silencioso y un poco más tardío que el de ida cuando Carley y yo fuimos caminando por precaución. Glenn apagó las luces cuando llegamos a Peachtree y cruzó por el primer callejón a la derecha, el cual era un atajo hacia el centro de Macon. Cuando volvió a girar a la izquierda, logré vislumbrar la camioneta de Kenny estacionada en la entrada del callejón por Cherokee Hardware y Harriet. El chico se estacionó detrás, retiró las llaves y me miró con tristeza. Carley fue la primera en salir y se dirigió con lentitud hacia calle abajo, para tomar el callejón por el cual sale de la oficina. Glenn y yo la seguimos, procurando cuidarnos las espaldas.
No hubo ningún caminante que nos sorprendiera en el trayecto a la puerta trasera de la farmacia. Glenn nos cubría, Carley iba en la vanguardia con el arma y yo en el medio con mi hacha. La tensión era tan grande y notoria que se podía cortar con sencillez con un cuchillo. No había desdén en los ojos de Carley ni en los del muchacho, todo lo contrario: había culpa. La muchacha ni siquiera dijo su nombre, había enloquecido completamente con la idea de suicidarse. Carley con un chasquido de dedos nos anunció a Glenn y a mí que ya habíamos llegado a la puerta.
Me coloqué de retaguardia mientras los dos entraban y, de último yo, salté la estantería y cerré detrás de mí. La oficina estaba exactamente igual que la dejamos, solo que la sangre se había secado un poco más y la madera del camastro tenía termitas rondando y devorando de a poco la madera. Carley fue la primera en salir y nos esperó con la puerta abierta.
Cuando salí de la oficina, Glenn tenía los ojos cubiertos por la gorra. No lloraba, pero tenía un peso gigante sobre los hombros algo que él solo no podría mantener.
-¿Están todos bien? -preguntó Kenny cuando lo miré a él.
-Sí -contesté con un hilo de voz-. Tuvimos un gran susto pero Glenn está bien y... bueno, todos estamos bien.
Kenny levantó una ceja, pero Glenn, con la voz coartada por la culpa, habló:
-Tengo algunas latas de gasolina para tu camioneta en la cajuela de mi auto.
-Es bueno oír eso -dijo Kenny, teniendo algo de tacto después de ver la cara del muchacho. Y no lo culpo. Tal vez podría ser una buena chica, pero todos enloquecemos un poco cuando llega nuestra hora de morir.
-¿Y cómo está todo por aquí? -preguntó Carley, que había saludo a Clementine con una sonrisa radiante y se dirigía hacia el mostrador.
-Silencioso -respondió Kenny con pesadumbres-. Nuestro ''amigo'' -hizo un delicado énfasis en la palabra para referirse, por supuesto, a Larry- aún está ahí. No aguantará más estrés.
-Ahora lo que sigue en la agenda es conseguir esas pastillas de nitroglicerina -solté sin ningún entusiasmo. No me daba igual que muriera, pero abogaría porque lo mataran si creemos que lo mordieron.
Kenny asintió y volvió con su familia. Yo me quedé de pie en medio de la puerta y de las neveras. ¿Qué ha pasado con la humanidad? ¿En realidad fue la mejor opción haber hecho que se matara? ¿Había otra salida? Mientras pensaba en eso, saludé a Clem con una sonrisa y recordé que tenía que regresar su radio. Me acerqué a Carley y ella levantó la mirada hacia mí.
-La noticia del siglo, ¿eh? -comenté con rigidez.
-Sí, y mi equipo de grabación es chatarra y, por lo que veo, sobrarán reportes de primera mano.
-¿Trabajas en la radio? -pregunté. Pensé que trabajaba en la televisión. Con razón su voz es apenas familiar para mí.
-Correcto -respondió ella con sarcasmo-. Bueno, eso hasta que algún político de mierda nos quite el financiamiento y tenga que mudar a la luna.