De pie. En medio del lugar que, aunque más quería estar, menos esperaba volver. Y más aún sin las personas que considero le dan vida. No sabía donde estaban mis padres, no sabía donde está mi patético hermano, quien en realidad siempre fue más brillante que yo. Una pequeña lámpara solar estaba al lado de la caja de comida e iluminaba algunos periódicos. Detrás de mí habían varios anaqueles, algunos vacíos, otros llenos de cajas de cosas que nunca pensamos que fueran prescindibles: condones, pastillas para la garganta y sobres de té frío. Por donde está el baño, donde metí el cadáver del caminante y recomendé otras opciones o inspeccionar la oficina por si hay algo (aunque no hay nada y ya nadie tenía ganas de orinar por la adrenalina) había un cajero automático en pleno funcionamiento.
No estaba dañado ni abollado, por lo tanto nadie pudo entrar a robar el sitio en los días que no estuve aquí. Tal vez mi viejo no haya permitido que ningún pernicioso ladrón entrara. Su bastón es su mejor arma. Tras echarle un mejor vistazo a la caja de comida, ésta estaba vacía. ¿Quién le dona a una farmacia cosas que necesitan ahora más que nunca? Nadie antes valoraba un buen plato de comida que ahora parece el Santo Grial. Delante de la pequeña barra, Clementine estaba sentada en unas cajas de mudanza que mamá nunca abrió. Tenía el walkie-talkie en sus manos y estaba esperando a cualquier señal del chico que nos saque de Macon.
-Hola, pequeña -saludé agachándome para quedar cara a cara con ella.
-Hola.
-¿Has oído algo de Glenn, Clem? -pregunté con voz petulante. Tal vez ella no debería tenerlo, pero su sentido de pertenencia a su hogar y sus padres hacen que aferrarse a esa radio sea aferrarse literalmente a su vida.
-Nada. ¿Crees que él está bien? -inquirió ella con curiosidad.
-Sí, eso creo. Tú, por otra parte, estás haciendo un buen trabajo -tras pensar en que ninguno de los dos habíamos comido, tal vez debería buscar algo, pero nunca pensamos que había que ser cruel para ser amable-. ¿Necesitas algo?
-Estoy bien. Aunque reconozco que estoy un poco hambrienta -respondió torciendo un poco los labios.
-Yo buscaré algo, no te preocupes -no sé por qué, pero tal vez era necesario para que la niña se sintiera en confort y me viera como un padre dado que el suyo ya no está. Además de que lo hiciera, así se sentiría más abierta y no tendría dilemas en contarme lo que tenga en mente-. Entonces...
-¿Estás bien, Lee?
-¿Cómo? Ah... estoy bien..., sólo que. Nada, estoy bien.
Eso fue lo más incómodo que he pasado con una niña. Incluso con mis propias primas pequeñas que son como mis sobrinas. Tal vez el azar o la coincidencia sean un juego peligroso, pero hacer esto en una situación así es embarazoso. Qué bueno que Clementine siga siendo una niña pequeña y no haya captado la indirecta. Respiré un poco aliviado.
-Eso está bien -continuó ella, aunque en su voz había cierta duda.
-Sí... eso creo. Estar bien es bueno -eres increíble, Lee Everett-. A pesar de las circunstancias -agrega sabiduría y sonara como si Alfred Pennyworth quisiera ver arder el mundo. Vaya tontería.
-Síp -contestó ella con un tono raro, entre infantil y sarcástico.
-Bueno, no te muevas -me levanté y volví a estar detrás de la barra. Clem asintió siguiéndome con la mirada. Eso fue incómodo.
Me aproximé hacia el periódico. Ya lo había leído, pero el titular rezaba: ''La escuela central gana el estatal''. Hace exactamente una semana que parecía un año. El tiempo es un estafador en ocasiones. Tras levantar las cejas un poco, miré lo que Carley estaba haciendo. Tenía la radio vieja de papá. Un rectángulo de metal que tenía más años que mi propio hermano. La marca, ICON, aún no garantizaba la garantía de esto. Tenía el sensor de FM dañado y solo reproducía eso, aunque el volumen, el botón de encendido y la búsqueda del dial si funcionaba con normalidad. Funcionaba como nuevo en la mayoría de ocasiones que papá lo usaba. El dial que siempre estaba era el 106.