-Diablos... -jadeé mientras intentaba retomar la compostura. Tenía la camisa y la franelilla manchadas de una sangre que en mi vida había visto adquirir un tono tan intenso como el que tenía impregnado en mis ropas y en el suelo. Detrás de mí había un banco de madera que se había caído por el forcejeo con la niñera y delante de mí a una niña que miraba a Sandra con más asco que miedo-. Hola.
El charco de sangre que salía del cráneo de esa cosa se extendía hasta los pies de Clementine, quien se apartó un poco para evitar hacer contacto con aquella viscosa sustancia. Tras darle un vistazo de nuevo a la sangre, levantó la mirada hacia mí y me preguntó:
-¿La mataste?
-Creo que algo más la mató -respondí recomponiendo finalmente mi respiración y mirando a la niñera con más calma pero sin dejar de sentir que, aunque había matado a dos personas, y una de ellas podría decirse que ya no lo era, el mismo día, era extraño-. Antes de mí, creo.
-La oí gritar hace dos noches -explicó la niña sacudiéndose un poco y su gorra dejo entrever uno de sus pequeños y rulos mechones-. Tal vez uno de esos monstruos la agarró.
Alcé mis cejas con terror y torcí el gesto. Tal vez yo o cualquiera habría contado esta noticia como si fuera un resultado de un partido de fútbol o dando clase de Historia en la Universidad de Georgia, pero que una niña de ocho años de edad lo diga da cierto escalofrío. Noté como mis vellos se erizaron un poco y abrí un poco la boca de la estupefacción. Tras pensarlo detenidamente, agregué con voz queda:
-¿Hace dos noches? Sí... eso es probablemente lo que pasó.
Tras hacer un pequeño esfuerzo debido a que la pierna ya no molestaba tanto como antes pero había cierto escozor, me agaché para quedar de frente a la niña y le pregunté con voz monocorde:
-¿Has vivido todo esto tú sola?
-Sí. Quiero que mis padres regresen a casa ya -respondió Clementine con cierta angustia en su voz y agitando los brazos hacia afuera como suelen hacer los niños cuando están apurados o apremiados. No sabía que responder ante tales palabras.
-Me parece que eso tomará un rato, ¿sabes? -contesté agachando un poco la mirada conforme hablaba. No quería ver la reacción que tal frase insinuaba.
-Oh... -pudo decir la niña poniendo una mirada que no sabría identificar si era de nostalgia o de tristeza. Con tal reacción cualquiera perdería los estribos de inmediato. Pero siempre mantener el temple ante pequeños o quienes inspiras es un punto de impulso para no rendirse. O al menos para encubrir algunas cosas.
Me aproximé hacia ella con un gran esfuerzo, debido a que noté una tremenda hinchazón en la pierna. Por suerte la sangre de esa cosa, que no tenía ni la menor duda que es contagiosa, no había tocado la herida. Ahí me preocuparía bastante, aunque no puedo escatimar nada de lo que he vivido las últimas dos o tres horas. Después de la decisión que tomé al haber asesinado a esta cosa y tras tomarla por un hombro y acariciarlo levemente, dije:
-Mira, no sé qué pasó. Pero yo cuidaré de ti hasta que pase.
Clementine miró hacia el suelo varias veces antes de volver a dirigirme la mirada. En sus ojos cafés había desesperación y duda. Algo que siempre asocié con mi hermano cuando presentó su primer parcial en Farmacia y lo aprobó por los pelos. A veces le hacía recordar que la suerte no existe, pero como que en ese caso algo pasó para que acertara la pregunta más difícil. Tras volver a concentrarme, mantuve mi mirada en la pequeña.
-¿Qué debemos hacer ahora?
La pregunta más difícil y fácil del mundo. Hay dos opciones que en este momento cruzan por mi mente: buscar ayuda ahora antes de que oscurezca y perdamos horas de sol que pueden resultar benéficas para nosotros dadas las condiciones y por lo peligroso que es ahora salir al descubierto aunque las probabilidades de que nos vean se acentúan; o esperar a que se haga de noche, para así poder descansar un buen rato la pierna malherida e incluso improvisar algo para controlar apenas la hinchazón que estoy notando como punzadas de hierro ardiente y es menos probable ser descubierto. Decisión tomada.