Mientras caminábamos, con los hermanos precediéndonos con los dos bidones de gasolina, observábamos todo a nuestro alrededor. El letrero que anunciaba el nombre de la granja tenía también un número telefónico en letras más pequeñas aunque suficientemente visibles.
-De ésta manera pueden ver como mantenemos este lugar a salvo -señaló Andy la cerca eléctrica con una sonrisa de oreja a oreja. Mark y yo nos detuvimos a observarla. Alambre un fino cable de color rojo lo envolvía como si de papel de regalo se tratara. Una descarga lo suficientemente poderosa para despedir a un hombre consciente y para freír a un caminante inconsciente.
Doug se acercó lo más que pudo a la cerca, con una cara de ilusión palpable pero al mismo tiempo, sus ojos analizaban todo lo que podían de la misma alagada protección. Un constante pitido provenía del cercado. Esperé a que Doug se incorporara mientras que Ben, Mark, Daniel y Andy seguían caminando hacia la reja que daba acceso a la casa.
-¿Los mantiene afuera? -inquirió Mark con curiosidad.
-Si la vieras en acción, no lo dudarías, amigo mío -contestó Andy con gesto amable-. Se achicharran como bichos en una flama. Mandamos cuatro mil voltios por esa cosa -continuó el hermano mayor mientras nos precedía. Doug de inmediato se levantó y nos unimos al grupo; con un gesto afirmativo corroboró las palabras del hombre-, con generadores y amplificadores.
-Seguramente deben de saber un poco sobre cómo tender cables -comentó Doug con cortesía.
-Un amigo lo sabía hacer mejor que nosotros -respondió Daniel con voz perniciosa.
Logré ver como una silueta rojiza rechoncha se asomaba por una de las ventanas de la casa y se volvió a adentrar dentro de su hogar. Nos detuvimos en la entrada de la reja y, tras echarle un vistazo más detenido a la cerca, volteé a ver a los hermanos, que nos esperaban con gesto cortés.
-¿Han tenido algún accidente?
-Ninguno -dijo Daniel.
-Es más seguro aquí que allá afuera -añadió Andy con seguridad. Una cosa es segura: la cerca parece un sueño hecho realidad, pero también parece una especie de pesadilla para aquel niño curioso que quiera salir rápido de la casa y desee jugar afuera. Sí, estoy pensando en Duck más que en Clementine.
-Y aún así tienen la electricidad suficiente para alimentar la casa, el granero y toda la cerca -argumentó Doug cruzándose de brazos.
-La familia nos dio esto y debemos protegerlo -asintió Daniel con un ademán-. Para eso los bidones.
Esas palabras me recordaron bastante a la conversación que mantuve con Hershel hace tiempo ya, donde afirmaba que la familia lo es todo. Mientras divagaba un poco, una señora pelirroja bastante rechoncha y con cara amable bajaba la pequeña escalinata. Abrió la cerca y recorrió en tres zancadas el patio para aproximarse a la reja y abrirla. En sus manos traía una canasta de caoba y dentro de ella... había pan. Pan recién hecho. Tenía una camisa roja desteñida, un pantalón azul algo deshilachado y unas botas marrones claro.
-¡Me pareció verlos con invitados viniendo por el sendero! -sonrió la señora con alegría desmedida.
-Amigos, ella es nuestra querida madre -la presentó Andy señalándola con la mano que sostenía el bidón.
-Mucho gusto a todos, mi nombre es Brenda ST Jhon y sean bienvenidos a la Granja Familiar ST Jhon -continuó las presentaciones la madre de los hermanos. Como un robot autómata, bajé inmediatamente la mirada hacia la canasta que sostenía con su mano derecha. El aroma era exquisitamente inconfundible. Mark tragó saliva, Doug sonrió y yo levanté mis cejas, sorprendido.