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Capitulo dieciséis.

Toda mi vida me había caracterizado por ser callada, no habría la boca más que cuando era necesario o para soltar palabras cargadas de sarcasmo y humor negro. Luego había empezado con mis travesuras en la escuela y en la mansión, hacia cosas que, según mis padres, los niños normales no hacían, también me reusaba a hacer otras que supuestamente debía y solo por eso había convertido mi vida en un libro cerrado con llave.

Años de mi vida sintiendo como era excluida, tachada de rara o simplemente rechazada por mi propia familia cada vez que me negaban el solo hecho de sentarme en la misma mesa que ellos.

Mis padres habían llegado a encerrarme por días en mi habitación con tal de evitar que causara alboroto, habían mantenido a mi hermano lo más alejado de mí que habían podido, habían hecho de todo por hacerme entender que no pertenecía.

Con el tiempo me hice a la idea y acepté que en realidad no lo hacía, no me gustaban los lujos que mi familia tenia, no me gustaba acaparar las cámaras cuando mi padre hacia reuniones o nos obligaba a asistir a las fiestas a las que era invitado. En realidad, no hacía parte de todo eso y en un momento de mi vida dejó de importarme, deje de pensar en si lo que hacía era lo que una persona "normal" hacía o si a mis progenitores les agradaría, simplemente empecé a dejarme llevar, a ser quien realmente era.

Fue entonces cuando empecé a crear problemas y pequeños —en ocasiones, no tan pequeños— alborotos en la escuela, en el parque, en la calle, en la mansión y, básicamente, en cada lugar por el que pasaba.

Ver el rostro de Fred o el de Martha cada vez que la directora los llamaba por qué había incendiado alguna mochila o había encerrado a alguien en el baño por todo el día era algo hermoso, era literalmente lo que me incentivaba a hacerlo de nuevo.

Justo en este momento, luego de haber dado un salto para salir de la cama por el estruendo y viendo a los dos chicos frente a mí con sus caras de confusión, de verdad habría querido volver a esa época.

Cuando mi mayor preocupación era no saber a qué mochila le prendería fuego.

—Lo escucharon también ¿verdad? — pregunté, creyendo que de nuevo estaba desvariando y mi cerebro había vuelto a esos recuerdos o lo que demonios eran.

Ambos asintieron en silencio, lanzando miradas hacia la puerta y hacia mí alternativamente, como si se preguntaran si era yo quien había causado el estruendo.

Por unos segundos olvide que Andrews estaba hecho una furia apenas hacía unos segundos y que Luke había intentado decir algo, pero, de nuevo, Andrews lo había detenido.

—Lya quédate aquí — escuchar mi nombre siendo pronunciado por esa voz ronca y alarmada de Zero me produjo un escalofrío —. Luke quédate con ella, iré a ver que fue eso.

—Bien — apenas el pelinegro respondió, él otro salió de la habitación sin mirar atrás.

Estaba algo preocupada por su integridad física, si lo que había sonado era en realidad una explosión no debía salir solo, ni siquiera debía hacerlo y en vez de quedarnos ahí debíamos buscar la manera de huir de mi departamento y buscar refugio en otro lugar.

Pero, ¿Quién iba a decírselo? ¿yo? No creía que fuese a escucharme, el día había sido suficientemente tenso entre ambos como para que yo llegara a decirle qué demonios debía hacer.

Andrews volvió unos minutos después. Su postura rígida y la notoria vena en su cuello no pintaban bien para nadie.

—¿Y? — preguntó Luke en el instante en que sus iris grises hicieron contacto con el cuerpo tenso de Zero.

Los Cero [Secretos y mentiras #1]©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora