CAPÍTULO UNO.

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Emma.

Luego de correr al baño de mi habitación y pasar allí los últimos treinta minutos gritando todas las groserías y maldiciones habidas y por haber, decido qué es hora de salir, quizás ya se haya ido.

—Ya era hora. ¿Haces las limonadas allí?

Cierro los ojos mientras me armo de paciencia y decido intentar tomar esto de forma normal... Si, como si algo en esto fuese normal.

—¿Si te doy la famosa limonada te irás?

—En teoría eso tendría que pasar, sí.

—No entiendo. —Digo con el ceño fruncido.

—Pues que sí. La historia es divertida, ¿sabes? Yo estaba muy aburrido mientras veía a una familia pelear por un perro, luego estaba esa señora que discutía con su hija por una prueba que dió positivo, luego ese señor que peleaba sólo por unos lentes. En fin, mis ojos viajaron a unas lindas piernas de una chica en su jardín, la vista era muy buena, pero yo tenía que seguir vigilando... Entonces pasó algo rarísimo, ella me habló, me habló a mí, ¿puedes creerlo? Y yo dije: No pienso ignorarla, eso sería muy maleducado de mi parte. Entonces aquí estoy, esperando por mi limonada.

—Bueno, entonces sólo tienes que decir que sí, te daré la limonada y te irás. Seguirás con lo que mejor sabes hacer, andar de chismoso viendo a los demás.

—Yo no ando de chismoso —dice con el ceño fruncido—.Y sí, me iré... Por hoy.

Lo último lo dice muy bajo, pero logro escucharlo y voy a protestar, pero me ignora, sale de la habitación y no me queda mas remedio que seguirlo.

—Tienes una bonita casa, aunque sería mejor si esa mesita fuera negra y si las paredes fueran color crema, ese azul no va con los adornos. Y déjame decirte que ese florero queda pésimo allí, creo que se ve mejor así. Sí, así está mejor.

Quiero decir algo, regañarlo y pedirle que coloque todo como estaba antes, pero:

1• Estoy demasiado sorprendida con tan solo ver que puede hacer todo eso sin mover un dedo, o sea... ¡Tengo un dios en mi casa!

2• Tiene razón y todo queda mejor como él lo cambió.

3• Me pintó la casa en menos de un segundo, yo jamás lo habría hecho, nunca me daría tiempo para pintar de nuevo.

Así que prefiero ignorarlo y continuar con la limonada que estoy preparando. Cuando está lista la sirvo en dos vasos y le llevo uno a donde está sentado.

—¿Cómo te llamas, humana?

—Emma.

—Ese es un nombre muy lindo, me gusta.

-Pues, ¿gracias? —siento mis mejilla ardiendo y quiero darme una cachetada aquí mismo—. Entonces... Un dios, vaya.

—Sí, no cualquiera, uno muy genial. Corriste con suerte.

—¿Que haces aquí? —le pregunto con el ceño fruncido.

—Y vuelve con la misma mierda —pone los ojos en blanco—.¡Quería la bendita limonada, mujer!

—No me refiero a eso, trato de decir... ¿No se supone que tienes que estar en un lugar con los demás dioses? ¿Cómo es que estás aquí en la tierra?

—¿Realmente crees que soy el único que anda por aquí? Preciosa, hay dioses por todos lados. Puede ser el señor de la tienda, el que vende helados, no lo sé, cualquiera.

Me imagino al señor Álvaro siendo un dios y casi escupo la limonada.

—¿Y como es que nadie lo nota?

—Pues no es que vamos a llegar gritando: ¡Hola, soy un dios!

—Tú hiciste justo eso —le digo con los ojos entrecerrados.

—Sí. Y fíjate como reaccionaste, intentarían meternos en un psiquiátrico diciéndonos locos, o incluso peor, en un laboratorio para estudiar nuestra perfección.

—¿Sabes muchas cosas sobre los mortales?

—Sí, mi trabajo es observarlos e iluminar sus días con mi maravillosa presencia. Sé de todo sobre ustedes, verlos siempre me da para aprender de cada uno.

—Eres demasiado egocéntrico —me burlo.

—Claro que no, sólo digo la verdad. Por cierto, ¿sabías que tu vecino una ves intentó verte mientras te cambiabas? Tu ventana queda frente a la suya y cómo andabas más dormida que despierta, pues olvidaste cerrarla, tuve que hacer de las mías para cerrarla yo.

—¡Que horror! Gra... —mi mente repite sus palabras y el agradecimiento queda a medias—. ¿Cómo sabías que me estaba vistiendo y que mi vecino me veía? ¿Me viste cambiar? ¡Oh por Dios! Eres un depravado.

—Oye, que yo no tengo la culpa de que te andes exhibiendo. Agradece que la cerré y no me quedé viendo con él.

—¿Tantos humanos y tenías que mirarme a mí?

—Pues que te digo, tuviste suerte.

—Vaya suerte.

—Sí. —dice y no sé si no entendió el sarcasmo o sólo lo ignoró—. Bueno, me tengo que ir. Fue un gusto charlar contigo. Hice macarrones con queso para que comas.

—P-pero... ¡Pero si no te has movido!

—Soy genial, lo sé. Adiós.

Antes de que pueda decir algo más, se desaparece. ¡Oh por Dios! Un dios anduvo en mi casa, me cambió mi pijama por un lindo vestido azul, me remodeló la casa sin siquiera moverse, bebió una limonada conmigo, me hizo macarrones con queso y... ¡Joder, me vio en bragas!


N/A: ¡Tienes suerte, Emma! Como quisiera ser tú y tener un Apolo en mi casa. :(

APOLO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora