CAPÍTULO TRECE

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Emma.


Me siento en la cama y Apolo se sienta frente a mí, pasamos un rato mirando a la nada y luego habla.

—Él no puede entrar a tu casa si no se lo permites, es como si no supiera donde está. Lo mismo pasa conmigo, yo podía verte, pero no podía acercarme a ti, sólo lo hice cuando me llamaste, fue como un permiso que tú me diste —suspira y sigue—. Lo que quiero decir es que aquí estás segura y si por alguna razón llega a entrar, cosa que creo imposible, pero supongamos que pueda, tú puedes echarlo.

—¿Cómo? —le pregunto de inmediato—. Si no pude hacer nada hoy, ¿cómo saco a un dios de mi casa?

—Solo debes desearlo de verdad, decir que no deseas que esa persona entre en tu hogar y que le prohíbes el acceso a tu casa.

—¿Así de fácil? —frunzo el ceño.

—Sí, Emma —sonríe—. Sigue siendo tu hogar, te pertenece y tú decides quien entra y quien no.

—Bien, entiendo.

—También está lo del trabajo. ¿Recuerdas que me pensaste? —asiento y sigue—. Si sales de día, sabes que hacer con el sol, iré de inmediato. Si es de noche, piensa en mí e iré a donde estés.

—¿No te molesta? —va a parecer mi guardaespaldas—. Digo, es que me imagino que tendrás cosas que hacer.

—Claro, manejar empresas, viajar. —Me mira mal—. Soy un dios, Emma, si quiero me quedo todo un año en la cama.

—Ya, cierto que ustedes no hacen nada —ruedo los ojos.

—Deberías aprender a respetar, yo no me ando metiendo con tu especie —frunce el ceño—. En fin, el último punto y uno de los más importantes, dime algo que te guste mucho, además de mí, claro.

—Sueña, Apolo —ruedo los ojos por décima vez—. No lo sé, supongo que leer, eso me encanta.

—Bueno —se queda pensando y luego sonríe—. Cada vez que vaya por ti sin que tú me lo pidas, que notes algo extraño, me tienes que preguntar mi libro favorito, sin falta.

—¿Y cual es tu libro favorito?

—No te lo diré, ese es el punto —no lo entiendo—. Cada que me hagas esa pregunta, te diré que es el que tienes guardado bajo la almohada.

—Pero yo no tengo ningún libro bajo la almohada —frunzo el ceño y ahora es él el que rueda los ojos—. ¿Qué?

—¡Es el punto! Se supone que si no soy yo, intentarán decirte el nombre de cualquier libro, yo siempre diré que es el libro bajo tu almohada, aunque allí no haya nada.

—Ya, entiendo —asiento hacia él—. Eso quiere decir que ni siquiera puedo confiar en ti, o sea... Puedes ser él —lo miro con desconfianza.

—Emma, te acabo de decir que no puede entrar a tu casa a menos que le des tu permiso. Además, no importa que tan igual a mí se vea, su forma de ser no será igual porque no sabe cómo soy yo contigo, así que recuerda eso siempre "la forma de ser" siempre fíjate en los cambios.

—Bien, entiendo —respiro profundo—. ¿Dormimos?

—Si, sólo no te vayas a escapar de nuevo a mitad de la noche —se ríe y luego deja una sonrisa en su rostro mientras coloca un mechón de cabello tras mi oreja—. Te sacaré de esto, lo prometo.

Le sonrío de vuelta y me acuesto mientras él se dirige al otro lado de la cama, se acuesta dándome la espalda y luego de cinco minutos mis labios se mueven por si solos:

APOLO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora