CAPÍTULO SIETE

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Emma.

—¡Llegué! —le digo en la entrada y sólo voltea a mirarme y se hace el sorprendido.

—¡Wow! No sabía, por un momento creí que estaba viendo visiones de ti, me comenzaba a preocupar por mi salud mental.

Idiota —le digo volteando los ojos y sonrío—. ¡Tengo el trabajo! Mis compañeros son geniales, excepto una que no habla.

—¿Es muda?

—No, pero al parecer somos muy poca cosa para que ella gaste su tiempo dirigiéndonos la palabra.

—Ella me cae bien —dice sonriendo—. ¿Y que más?

—¿No que no eras mi diario? —le pregunto con los brazos cruzados y una ceja alzada—. ¿A que debo tu repentino interés?

—Pues no me cuentes nada, sólo quería ser amable.

Me quedo viéndolo cuando se da la vuelta y comienza a cambiar los canales, desde esta mañana está así. Es la primera vez que tarda en venir cuando lo llamo, anda tenso y no parece el mismo Apolo de siempre.

—¿Pasa algo Apolo? —recuerdo lo que me dijo esta mañana y le digo—, no vi a ningún ser que pareciera no venir de este mundo, excepto al anciano que dijo celebrar sus cien años... ¿Crees que sea inmortal?

Se ríe un poco y sonrío. No lo soporto, pero es extraño no verlo haciendo sus payasadas.

—¿Sabias que los dioses ven a los humanos como simples marionetas que pueden manejar y desechar a su antojo? —me pregunta de repente, sin voltear.

—Si, algo de eso leí en el libro.

—Hay cosas que tu libro no menciona, o tal vez las dice pero no de la forma correcta —esta vez si voltea a verme y me hace señas para que me siente a su lado, obedezco y él sigue—. Entre dioses hay códigos que deben respetarse, como también hay otros que no se respetan y a nadie le importa.

—No entiendo.

—Los dioses normalmente nos fijamos en diosas o semidiosas, pero a veces ponemos nuestros ojos en mortales, —no sé porque me estoy sonrojando—. Cuando un dios se fija en una humana, puede hacer con ella lo que quiera y nadie va a decirle nada, ni siquiera la humana en cuestión, porque es muy poca cosa como para tener en cuenta su opinión.

Lo miro molesta y se encoje de hombros.

—Cuando eso pasa —continua—, la humana es marcada y ningún dios podrá acercarse a ella porque le pertenece al que la marcó y son códigos que se respetan. Pero si el dios no ha marcado a esa humana y otro pone sus ojos en ella, tiene el mismo derecho de exigirla como suya —respira profundo antes de seguir—. No importa si ese dios tiene años con esa humana a su lado, si no está marcada, los demás son libres de intentar tomarla como suya y nadie puede intervenir.

—¿Y el dios que antes estaba con ella? ¿no podrá acercarse más?

—No. Porque ya no le pertenece.

—¿Cómo se marca una humana? —me mira y me da una sonrisa pícara que me hace sonrojarme de inmediato—. ¿Y si dicha humana no quiere que la marquen?

—¿Crees que a un dios le importa lo que quiera o no quiera una humana? —me sonríe triste—. Somos la peor cosa que existe, Emma.

—Pero... Pero tú no eres así.

—Sí, lo soy —me mira serio—. Soy igual que ellos, si justo ahora una humana me gusta, voy y la marco porque así somos y nada nos hará cambiar. Es sólo que todos tenemos personalidades diferentes, pero seguimos siendo la misma cosa.

—Es... ¡Es horrible! —le grito.

—Lo es —dice calmado.

—Un momento. ¿Por qué me estás contando esto ahora? —de repente ya no estoy sonrojada, ni molesta, siento que me quedo sin color en la cara y lo miro con la esperanza de que no sea lo que estoy pensando.

—Porque alguien puso sus ojos en ti —me confirma lo que estaba pensado y siento que puedo desmayar en cualquier momento—. Alguien quiere marcarte.

—¿Fue él, cierto? —le pregunto—. El chico del ascensor, ¿fue él? Por eso parecía irreal, por eso cuando salí ya no estaba, porque se desapareció.

—No estoy seguro, pero es probable que si haya sido él. En realidad puede ser cualquiera, puede cambiar de físico como lo hice yo esta mañana.

—¿Y como sabré diferenciar? —le pregunto asustada, creo que extraño mi vida antes de leer ese libro.

—¿Ves lo que hice yo con Félix? —me pregunta y no entiendo—. No era yo, pero se parecía a mí en el sentido de que también era "perfecto", los dioses tienen la capacidad de cambiar su físico, pero jamás elegirán un mal aspecto, siempre buscan la perfección para hacer caer a sus víctimas, como de seguro hicieron con tu chico del ascensor.

—¿Y sabes quién es? ¿tienes alguna idea?

—Si. Poseidón, mi tío.

—¡¿Qué?! ¿Ese ser asqueroso? —le pregunto sorprendida y casi gritando—. ¿Y ni siquiera le importa que seas su sobrino?

—No, Emma... Somos dioses, para él solo eres un juego para pasar el rato. Ya le dije que eras mi humana, pero dijo lo que ya sabía —me mira—. Que no estás marcada.

—¿Me tienes que marcar? —le pregunto sorprendida.

-Si, pero no lo haré. Aunque no lo creas yo sé controlarme y me caes bien, no es que vaya a obligarte a hacer algo para que luego me odies. Sólo debemos intentar alejarte de él, si notas cualquier movimiento extraño me llamas. Mientras yo esté cerca, él no podrá hacerte daño.

—¿Me ayudarás?

—Claro —me sonríe—, ¿si no quien me hará limonadas?







APOLO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora