Despedida.

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Right now, I wish you be here with me...

Cinco días antes de su cumpleaños y seguíamos sin hablar tanto. Era como si después de ese día, actuara como si nada pasó. Extraño.

Ricardo ha estado cerca de ella sabiendo lo que le gusta y lo que no. Quiere hacer algo lindo para su cumpleaños y está más emocionado que ella, claro está. Cada vez que se lo menciono, no puede evitar sonreír de la nada y yo reír de lo estúpidamente tonto que está por ella. Él la quiere, y ella se está esforzando por hacerlo.

Yo también le estoy preparando algo. O bueno, más bien estamos preparando algo.

Yahir es un excelente cocinero. O repostero, creo.

Esta creando una especie de helado de chocolate con trufas y ya lo probé; está realmente bueno, además de que las trufas son las favoritas de Priscila. Además ya tengo un globo de feliz cumpleaños que me aseguré que jamás se desinflara, junto con una carta con palabras inspiradas en la celebración. A menudo Priscila me dice que yo escribo bien cuando me inspiro, y eso me hace feliz.

De hecho, el primer diario que tengo lo ha leído ella y dice que me expreso genial. Al menos en esos escritos no hablaba de mi gran enamoramiento con ella (directamente); solía escribir poemas, días en los que estaba muy abajo, o en los que estaba volando alto. Escribía canciones y a veces dibujaba. Lo pongo en pasado pues, hace unos días quedó completamente lleno. No he pensado en llenar otro. No por ahora.

Lizbeth también lo había visto, pero solo tres veces y no volvió a saber de él. Ricardo igual, y me dijo que sería testigo de cuando estuviese terminado. No está terminado, aunque este lleno.

Cinco días pasaron y el cumpleaños de Priscila fue celebrado. Como Ricardo al igual que yo sabía que ella se iría muy pronto y ya no la volvería a ver en una gran temporada (quizá tal vez ya nunca la volvería a ver) no se le ocurrió un mejor día y momento para besarla. Yo estaba ahí, porque lo ayudé a que nos siguiera a uno de los salones vacíos que había en las mañanas. Él le había regalado una cajita con chocolates y una carta con palabras que sólo ellos dos conocen. Dos días después de eso, terminaron.

Mi regalo fue un globo muy resistente de feliz cumpleaños y por supuesto, el helado de trufas. Le gustó mucho porque sé lo mucho que ama el chocolate.

La hice reír, me hizo reír. Fue como si por un momento estuviéramos ignorando el hecho de que ya no la vería de nuevo en mi vida. Es como si estuviera escondiendo el gran dolor que me provocaba ya no poder hacerla feliz en un futuro.

Todo está bien, Todo está bien...

El día de la ceremonia de clausura de los terceros grados, que fue en un exacto 13 de julio, había un mar de lágrimas en el lugar. Axel tenía muchísimas amigas en tercer grado, y al parecer había confesado que se cambiaría de escuela en el segundo año. Frida lloraba por su hermana. Yo lloraba por Priscila.

Ese día Ricardo no fue a la escuela. Priscila y yo paseamos por toda la escuela y yo no dejaba de llorar por todos los recuerdos que me provocaban cada rincón del lugar. Básicamente, estaba viendo cada segundo del pasado pasar enfrente de mi.

Fue peor cuando pasamos enfrente de taller, porque fue en ese justo lugar en dónde la conocí, fue donde definitivamente me rompí. Priscila también.

—Ese es el lugar donde nos conocimos...

Sólo logró abrazarme.

Me hizo prometer, que jamás me diera por vencida, que en mi vida sólo llorara de alegría, que jamas en lo que queda de existencia me olvidara de ella.

Se lo prometí pero me sentí tan mierda de persona porque sabia que la segunda no podría cumplirla.

Nunca cumplo al cien las cosas.

Al día siguiente, la vi de nuevo en la entrega de calificaciones del quinto bimestre, el último del año.

Se veía hermosa con su blusa aguamarina y su cabello en trenza apoyado sobre su hombro.

Podía ver su emoción cuando nombraron a los compañeros en cuadro de honor y estábamos ella, Lizbeth y yo; como siempre, yo debajo.

Ricardo no volvió a ir, así que tuve que hacerme a la idea de verlo hasta el próximo año. Claro, si también sus tíos aceptaban no mandarlo a otro lugar.

Esta vez no hubo lágrimas, ni una sola. A pesar de que volvimos a recorrer la escuela entera, no me sentí en la necesidad de llorar de nuevo.

Ni siquiera en la salida cuando mi madre me avisó que teníamos que irnos, y que le di el abrazo más largo del mundo porque ninguna de las dos se quería soltar.

—Te enviaré mensajes—Ella dijo—. Es lo que puedo hacer por ahora.

—Los esperaré. —Me separé—. Oh te golpearé si no tengo noticias de ti.

Sólo se rió, poco a poco camino hacia atrás para esperar a su mamá.

—¡Oye! —grité a lo lejos—. ¡Te odio!

Priscila esbozó una pequeña sonrisa.

—¡Yo te amo más Val!

Y me fui.

Ese fue el último contacto físico que tuve con Priscila.


***


En la madrugada del 17 de Agosto de ese mismo año, Priscila se fue a Michoacán, para ya no volver.

Una parte de mi corazón se fue ese día.

Una pieza del rompecabezas se puso sobre el tablero.

Es curioso, siempre solía escribir de lo triste que me ponía pensar que se iría. Ahora solo hay un sentimiento extraño de liberación.

Esta parte de la historia, marcó una parte de mi. Una cicatriz que con el tiempo se curaría, pero siempre estaría ahí.

Diario de una bisexual®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora