Altibajos.

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Mayo 2014

—¡Mamá! ¡Ya llegué! —Grité en dirección a la nada, poniendo las llaves de vuelta a mi mochila y bostezando un poco, cerrando la puerta detrás de mi.

—¡Si! ¡Estoy arriba! ¡Ven sube! —La oí gritar desde su habitación.

Era Lunes y un largo y aburrido día de escuela había pasado frente a mi. Diría que mi estado de humor hoy se encontraba neutral, como si no estuviera feliz pero tampoco triste, ni disgustada, ni con estrés, nada. Solo unas profundas ganas de comer y dormir se habían adueñado de mi cuerpo cuando llegué a casa, además de que quería ir al baño. No es como si no me gustara la comida o los sanitarios de la escuela, pero simplemente no me sentía cómoda con ellos, supongo que me gusta comer en casa o acompañada de personas que me hicieran sentir en un hogar, y con los baños ajenos enfrento un terrible trauma de hace años. Es estúpido, a veces creo, pero me siento en paz o comodidad cuando hago estas necesidades en casa.

Volví a bostezar y mi estomago rugió en busca de alimento, esperando por la primera comida del día a las dos de la tarde. Debería aprender a comer algo en la escuela o levantarme más temprano para al menos alcanzar algo de desayunar, pero ahora tenía que atender a mi vejiga y a los llamados de mi mamá.

Subí pesadamente los doce escalones color hueso que llevaban a la planta superior, recorriendo con mi mano la pared azul rey que los dividía. Me metí a mi habitación para dejar mi mochila y al menos cambiarme rápidamente.

—Ahora voy mamá, deja me cambio y voy al baño. —Dije en voz alta y alcancé a escuchar la risa de mi hermana, la mayor de los cuatro. "No fue a trabajar" dijo Johan al fondo sorprendiéndome, no lo había visto en un tiempo.

Aún así, decidí ignorarlo para atender mis necesidades, cuando lo hice, me dirigí al cuarto de mamá ya cambiada y sin ninguna interrupción sanitaria.

—Ven, siéntate enfrente de mi. —Indicó mientras sostenía un pequeño papel en sus manos.

Lo hice sin preámbulos tomando asiento enfrente en la cama matrimonial que ella comparte con papá, tallando con mis manos uno de mis ojos para intentar quitar el cansancio en ellos. Priscila solía decir que cuando hacia eso era algo muy tierno, y Jani aprobando su cometario, haciendo que de mi saliera una risa nerviosa. Sonreí ante el recuerdo porque por alguna extraña razón comencé a hacerlo más seguido.

La cara de mi madre permanecía igual que mi humor, neutral. Me miraba con atención y no podía leer absolutamente nada de aquellos ojos cafés, que según papá heredé de ella. Me estaba aburriendo y giré a ver a mi hermana que se encontraba sentada en el suelo cerca de la puerta atenta a su celular, ignorando la situación enfrente de ella.

—Mirna, quiero que aclares una situación conmigo—dijo al fin mi madre llamando mi atención—, yo sé que tienes doce años, que ya faltan cuestión de meses para que tengas trece, pero eso no evita que aún pueda orientarte y llevarte al camino correcto para que pueda vivir una vida plena y feliz.

Fruncí el ceño claramente confundida sobre lo que me estaba hablando, sin saber a que tema quería llegar.

—¿Puedes por favor darme una explicación—continuó al ver que no dije nada— de que es esto?

Extendió la hoja de papel pequeña enfrente de mi, con palabras escritas en tinta morada. Aquella hoja se encontraba gastada por el tiempo. Era mi letra, podría notarlo desde kilómetros.

La sangre se me heló y sentí unas tremendas ganas de vomitar, pero el nudo en mi garganta no me dejaba ni siquiera expulsar una bocanada de aire. ¿Cómo es que lo encontró? No recuerdo la ultima vez que lo vi pero si cuando lo escribí, mis ojos repletos de lágrimas al expresar mis sentimientos en una hoja, jurando jamás sentirme tan en paz después de terminarlo y tirarlo a la basura.

Diario de una bisexual®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora