09

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—¡La sintomatología es correcta!

El hombre se quedó quieto, sentado sobre la cama y con una sábana en la mano, dispuesto a subirla hasta la barbilla del chiquillo. Su hijo se regodeó de su falta de reacción, con una pícara sonrisa, y pareció querer decir algo más.

—Cállate. —Toji le tapó la boca al niño, que comenzó a mordisquear su palma. —¿Y dónde demonios has aprendido esas palabras?

Megumi se revolvió bajo su mano, riendo y agarrándolo del brazo para apartarla y poder hablar. Sin embargo, su padre desplazó el tacto hacia sus costados y comenzó a hacerle cosquillas, aún con una expresión seria. Estaba cansado, pero aquello le gustaba. Se sentía bien estar juntos, en familia. Su boca fue liberada.

—¡No! ¡Para! Lo aprendí en el médico... ¡No! —Exclamó, escondiéndose debajo de las mantas para que no le hiciera más cosquillas. Respiró agitadamente, notando, de pronto, la incómoda presión de su pecho que siempre, siempre, acababa por fastidiar todos sus momentos de felicidad. Alzó la cabeza, esperando que no fuera tan divertidamente cruel con él. —¡Te gusta, te gusta! ¡Admítelo!

Era un juego de niños, debía de serlo, pero aquella graciosa mirada azul le decía lo contrario. Fushiguro acabó de taparle, sin decir nada más, pero su hijo le tomó de la manga de la camiseta negra, sin querer que se fuera o algo parecido.

—¿Y ahora qué? —Suspiró, molesto por lo anterior. Ladeó la cabeza, viendo cómo su preciada joya se llevaba la mano al rostro, queriendo que le acariciara. Le mimó unos segundos, antes de depositar un suave beso en su frente. —Volveré en media hora, te lo prometo, Gummi.

—¿Vas a llevar a Satoru a casa? —Cuestionó, a sabiendas de que era así. —¿¡Entonces, es ahí donde os dais besitos!?

—Joder. —El hombre se incorporó, sin hacer caso de sus tonterías, con una mueca y visiblemente irritado. Apagó la luz de la habitación. —Adiós.

Cerró la puerta de golpe y se apoyó contra la misma, tocándose el rostro. Estaba ardiendo, probablemente rosado y molesto, muy molesto. Estúpidas chiquilladas, seguro que el resto de críos las hacían en su clase llena de mocosos. Y su niño no era uno de esos, de eso estaba seguro. No tenía por qué dejarse llevar por las provocaciones, ya que ni siquiera tenía un motivo, ¿verdad?

Gruñó por lo bajo. Tenía sueño. Fue hasta el salón, encontrándose a Satoru tumbado sobre el sofá, con un cojín abrazado contra el pecho y viendo la televisión, como otro estúpido niño pequeño. El hombre se dio cuenta de que le estaba esperando y se levantó, dejando el cojín en su sitio y tomando su abrigo, que estaba colgado en el respaldo.

Ambos bajaron en ascensor al aparcamiento del edificio, en silencio, y también en silencio, se metieron en el coche. El albino se sepultó bajo su mullida chaqueta larga y azul oscura, un poco encogido sobre sí mismo, mientras él se limitó a salir del garaje, apretando el volante con relativa fuerza.

—Ese amigo de tu hijo... —Comenzó Gojō, en voz baja, acompañando la suave canción de rock que sonaba en la radio. —¿No crees que le pasa algo malo?

—No sé. —Se encogió de hombros, con la mente en otros asuntos, mientras observaba la calle vacía, el semáforo en rojo. —Siempre está hecho un puto desastre, pero más allá de eso, no entiendo por qué lo dices.

—Porque en su estuche había lápices y bolígrafos que estaban rotos. —Susurró, cerrando los ojos al otro lado de las gafas de cristal negro, recostándose contra la ventanilla. —Dudo que fuera él quien los destrozara y... —Tragó saliva, apretando los finos labios rosados. Recordaba lo que había oído, antes de que los chiquillos empezaran a murmurar y reírse en voz baja. —Estoy preocupado por él.

Love of my life || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora