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Años antes

—Y, entonces la princesa se atrevió, al fin, a besar al sapo. —El chico frunció el ceño, mientras leía en voz alta. —Para su sorpresa, este fue envuelto por una nube de estrellas y, de repente, delante de ella había un apuesto príncipe...

Satoru observó cómo su amigo hacía una mueca. El pelo oscuro llegaba hasta por encima de sus hombros y un par de ojos rasgados parecían preguntarse por qué, de repente, había ignorado el libro y se estaban mirando de aquella forma.

—A mí me gusta. —Confesó, encogiéndose de hombros con un tenue rubor en las mejillas. Las gafas de cristal negro descansaban a su lado, sobre la mesa de roble. —Oye, Sugu...

De repente, Suguru lo agarró de los brazos, de la tela de la sudadera gris, y lo acercó con brusquedad para plantar un beso en sus labios.

Ambos se quedaron paralizados y el albino suspiró, alzando una mano para acariciar aquel bonito rostro. Lo tenía tan cerca que podía oler el chicle de menta que había estado masticando con anterioridad; podía alcanzar a ver un sutil color verde que se asemejaba a los olivos, en sus iris, o tal vez se acercaba más al oscuro de su cabello. Nunca podría adivinar el color exacto de los ojos de su amigo.

¿Por qué? —Susurró, retirando un mechón oscuro, dejándolo detrás de su oreja, donde había un pendiente negro. Dio un vistazo a su alrededor, comprobando que estuvieran a solas. —Ya te molestan por estar conmigo, no entiendo por qué...

—Quería ver si semejante anfibio como tú podía convertirse en un príncipe. —Gruñó el otro, sin apartarse. Volvió a acortar la distancia con más suavidad. Un delicado beso que recibió más caricias de las que debería. —Pero, me gustas más que ese aburrido cuento.

Exhaló otro suspiro, temeroso. Sonrió con dolor, bajando el tacto por su cuello, deslizando los dedos de su pecho vestido de negro al aire. Se quedó quieto, en la silla, jugueteando con el borde de su camiseta rosada.

Por primera vez en sus dieciséis años, alguien parecía apreciarlo. Ya lo había notado, semanas atrás, cuando se conocieron. Nervioso, agarró sus gafas y se las puso, buscando evitarle.

—Fue mi primer beso. —Musitó, con el rojo tiñendo sus mejillas.

Los raspones de sus rodillas aún ardían y sus vaqueros azules estaban gastados por esa parte. Se abrazó a sí mismo, sintiendo cómo Getō acercaba su silla y rodeaba sus hombros con cariño.

—Estaré siempre a tu lado, me da igual lo que me digan o hagan. —Dijo, rozando su sien con la nariz, apegándose a él. Retiró las gafas y se las puso a sí mismo, sonriendo. —Y seré todos los primeros que quieras.

Aquello era una confesión y una mentira. Suguru abandonaría el instituto un mes después, sin cumplir su promesa. No volverían a verse.

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—No lo toques. —Gruñó el niño, tirando del brazo del otro. —Es mío.

Satoru arrugó la nariz, tirando también del camisón de Megumi, que reía en voz baja.

—¿A ti nunca te enseñaron que hay que compartir, cielo? —Rodeó al pequeño por los hombros y lo recostó hacia sí, viendo a Itadori perseguirle y abrazarse a él.

Si Toji estuviera ahí, diría que había dos críos idiotas y la joya de su hijo. De hecho, tenía un mensaje suyo avisando de que estaba en una cafetería con Shoko y, probablemente, iría después allí para verles.

Observó con detenimiento las rodillas raspadas de Itadori, que llevaba unos pantalones cortos que llegaban a la mitad de sus muslos. Tenía tiritas infantiles con dibujos de animales y en una de sus muñecas había un hematoma. Besó la sien de Megumi, que cerraba los ojos y se relajaba ante tanto cariño. El chiquillo podía hablar, pero poco.

Love of my life || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora