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Satoru observó detenidamente aquel rostro durmiente.

Su expresión estaba relajada al completo y sus cejas no se fruncían en una mueca. La cicatriz estaba tranquila, en su sitio, dividiendo parte de sus labios relativamente carnosos. Tenía unas pestañas bonitas, aunque no tan largas como las de su hijo, y mechones de pelo negro caían sobre su frente en diagonal. Apartó algunos, despositando un suave beso en su frente.

Lo observó desde más cerca. Su nariz era bonita y su piel curtida por el paso del tiempo. No es que estuviera cerca de los cuarenta, pero tal vez no usaba crema hidratante. Tenía pequeños lunares probablemente provocados por el Sol de verano y se preguntó si iría a la playa con Megumi —tremendas vistas que debían de tener los de la toalla de al lado—.

Su respiración era pesada y su cuerpo irradiaba un calor que por la noche se le había hecho casi insoportable. Podría haberse apartado al otro lado de la cama, pero había preferido abrazarlo después de deshacerse de su camiseta.

Tumbado a su lado, se apoyó en el codo para subir a sus labios. Otro tenue beso, lo suficientemente delicado como para que pareciera el roce de las alas de una mariposa.

Bajó el tacto de su mandíbula a sus pectorales, acariciándole con cariño en su camino a aquellos abdominales que se marcaban bajo la tela gris. Se mordió el labio inferior y pudo jurar que su mente volaba, quizá demasiado.

—¿Qué haces? —Toji alzaba una ceja, al borde de la carcajada al ver cómo el albino pegaba un bote por el susto. El hombre quiso responder, pero se lo impidió, tomándolo del mentón para interponer un pulgar entre aquellos labios de fresa. —Llevo un rato despierto, ¿sabes?

El rostro de Gojō cambió de color con una inmediatez casi antinatural, y se volvió de un rosado brillante. Movió el dedo contra su lengua y sonrió con picardía, observando su piel desnuda, un blanco lechoso debido a su condición genética. Paseó sus pupilas lentamente por su torso al descubierto, a sabiendas de que aquello le estaba provocando un incendio en su interior.

—¿Te desvistes mientras duermo y luego me tocas? —Cuestionó, acercándolo por el mentón para susurrar en su oído, aprovechándose de la voz ronca del recién despertar. Aunque lo cierto era que llevaba unos quince minutos lúcido. —¿A dónde pensabas llegar con tu boca, cielo?

Sacó el dedo de entre sus labios y plantó un pequeño beso con una ligera risa, para no asustarle.

Mierda, hacía tanto tiempo que no estaba con alguien en la cama. Le bastaba con tan sólo abrazarlo y asegurarse de que estaba ahí, cuando despertaba de madrugada. Verle despeinado y atónito, tan sonrojado, le recordaba lo mucho que lo quería.

Sí, hacía diez años, desde que Megumi había nacido, que no había estado con nadie de aquella forma.

—Joder. —Escuchó al albino exhalar todo el aire que había guardado en sus pulmones con tensión. —Toji, un día me vas a matar. —Se dejó caer sobre él en un abrazo, besando su cuello para ocultarse en su delineado pecho. —Sólo estaba admirándote.

—Y yo sólo estaba bromeando. —Acarició su espalda, sintiendo lo suave que era su piel bajo la yema de sus dedos. Aquella nube de pelo blanco lo llevaba por el cielo. —Pero, te gusta. Chico caprichoso, ni siquiera sé qué debería de hacer contigo. —Añadió, bajando el tono y abriendo sus piernas para que se acomodara mejor en su torso.

A todas les gustaba que les hablara de aquella forma, que les tratara con poca delicadeza. Satoru era diferente, principalmente porque estaba verdaderamente enamorado de él. Incluso podía oler el champú que usaba y la crema que usaba en su cuerpo, su piel era tan delicada. Acarició toda su columna de arriba a abajo y decidió apartarlo un poco y retirar su propia camiseta para sentirlo.

Love of my life || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora